Fantasía: la corriente invisible que nos habita

Por Liliana L. Caro Lutz

 

¿Qué ocurre en nuestra mente cuando no estamos pensando en nada en particular, cuando no hablamos, ni actuamos, ni decidimos? Desde el punto de vista del psicoanálisis, incluso en esos momentos aparentemente vacíos, la vida psíquica sigue en marcha. No se detiene. Una corriente subterránea de pensamientos, imágenes, impulsos y afectos sigue circulando, en una actividad que no siempre es consciente, pero que da forma a nuestro modo de estar en el mundo. Esa corriente se llama fantasía.

 

Sin embargo, esta corriente no sólo está presente cuando la mente parece en reposo; también está activa cuando pensamos, sentimos o nos encontramos con otros. La fantasía no interrumpe el pensamiento: lo atraviesa. No se opone a la experiencia: la organiza desde dentro.

 

A diferencia del uso cotidiano del término, en el que “fantasear” se asocia con imaginar cosas que no están en la realidad o con soñar despierto, el psicoanálisis (especialmente a partir de los desarrollos de Melanie Klein y Susan Isaacs), otorga a la fantasía un lugar central y constante en la vida mental. Para estas autoras, toda experiencia humana está teñida, organizada y vivida a través de fantasías, muchas de ellas inconscientes, no expresadas en palabras, pero sí en emociones, percepciones y sensaciones internas. Estas fantasías no son adornos de la mente, sino el modo en que se experimentan los deseos, los temores, los impulsos, la angustia y el placer.

Imaginemos ahora los primeros meses de vida, cuando aún no hay lenguaje ni diferenciación clara entre el adentro y el afuera. La fantasía inconsciente sería la forma en que el psiquismo comienza a representar las experiencias. Por ejemplo, un bebé, cuando es alimentado, puede fantasear con la existencia de un pecho bueno que le brinda cosas nutritivas y amorosas. Y cuando siente hambre, no sólo experimenta una necesidad fisiológica, sino que también puede fantasear que hay un pecho malo que lo frustra. Estas escenas no son pensamientos articulados, sino experiencias afectivas profundamente organizadoras, que son el punto de partida de la vida emocional.

En este sentido, la fantasía es una respuesta mental al mundo interno del sujeto, que organiza la forma en que se vive la interacción con el mundo externo. No hay impulso que no sea vivido en forma de fantasía, ni emoción que no esté acompañada por una escena interna, aunque sea difusa, que le dé sentido. Isaacs (1948) afirma que la fantasía es la forma psíquica del impulso, el modo de hacerse presente en la mente. Fantasear es una necesidad estructural de todo aparato psíquico.

Por ello, la fantasía no se opone a la realidad; más bien, le da forma. Cada vez que experimentamos una situación, cada vez que sentimos que alguien nos rechaza, nos ama o nos ignora, hay una fantasía en juego. No siempre se trata de imágenes claras; a veces es una organización afectiva sutil, una forma de percibir y significar el mundo, basada en escenas internas construidas muy posiblemente desde la temprana infancia. Estas fantasías son inconscientes y automáticas, y operan en el trasfondo de nuestra vida psíquica sin que sepamos que están ahí.

Esto tiene consecuencias clínicas importantes. En el trabajo analítico, muchas veces no es el recuerdo literal lo que organiza el malestar del paciente, sino una fantasía inconsciente repetida, sostenida por una escena interna. Por ejemplo, alguien puede vivir constantemente la experiencia de ser abandonado, incluso cuando nadie lo deja realmente. Puede sentir que no es visto, aunque reciba atención. Estas vivencias, cuando se repiten, suelen estar sustentadas por fantasías tempranas que el sujeto no necesariamente recuerda, pero que revive una y otra vez en distintos vínculos y situaciones.

El análisis permite entonces explorar esas escenas internas, describirlas y darles forma para que puedan ser pensadas. La fantasía inconsciente no se borra, pero podría resignificarse, de tal manera que deje de ser una prisión repetitiva y trágica. En este proceso, el analista no se posiciona como quien descubre las verdades ocultas, sino como alguien que ayuda al sujeto a pensar su mundo interno con mayor amplitud y profundidad.

Además de participar en el conflicto y el sufrimiento, la fantasía cumple un papel fundamental en la creatividad, la curiosidad, en el juego y la vida simbólica. Por medio de la fantasía, el mundo se inviste de significados personales y se mantiene viva la capacidad de representar lo que no está.

Nuestra forma de estar en el mundo está siempre mediada por esta corriente subterránea de paisajes afectivos que, aunque no siempre son visibles, organizan nuestra manera de amar, odiar, crear y sufrir.

Referencias:

Isaacs, S. (1948). La naturaleza y función de la fantasía. Escritos psicoanalíticos. Paidós.

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