Experiencias clínicas en el tratamiento en línea con adolescentes

Por Javier Fernández

El análisis presencial me parece insustituible. Esta idea se refuerza con la nostalgia de no poder estar y atender a mis pacientes en mi consultorio, un espacio que se construye con la expectativa de brindar la sensación de cuidado y protección de aquellas fantasías que se expresan, se desbordan y se evacuan, pero en otros se elaboran, se sueñan y se experimentan ahí dentro. Cualquiera de sus manifestaciones en esas cuatro paredes queda contenida; incluso los aspectos más destructivos de la mente se hacen presentes y, aunque estas paredes tiemblan, tanto el analista como el paciente saben que no cederán en sus cimientos y se mantendrán en pie gracias a los cuidados brindados por el analista antes y después de su construcción.

La pandemia nos quitó abruptamente aquello que armamos con tanto ahínco para nuestros pacientes, la incertidumbre invadió nuestra mente y nos sentimos escépticos ante la transición a lo virtual. El cuidado del espacio analítico es ahora también responsabilidad del paciente. En este sentido, ¿los tratamientos se han sostenido?, ¿debemos tener tolerancia hasta que regresemos y apostar a que el paciente “aguante” esta nueva modalidad terapéutica o, al contrario, existe un análisis donde se han podido elaborar, pensar y trabajar aquellas fantasías que habitan en las mentes de nuestros pacientes en línea?

Responderé con base en el tratamiento que hago en la actualidad con adolescentes. La idea de que un adolescente se encargara de su espacio analítico y respetara el no cambiarlo a su conveniencia me parecía una tarea difícil de lograr; no confiaba en que su estado mental pudiera asimilar tal responsabilidad y sentía que las partes infantiles, omnipotentes y egocéntricas de su mente iban a ganar el territorio que con tanto trabajo habíamos conquistado.

Resultó interesante y significativo que la mayoría de mis pacientes adolescentes pidieron que el tratamiento continuara a pesar de que sus padres dudaban de la efectividad. Los pacientes se comprometieron y, en algunos casos, incluso más que cuando la terapia era presencial. En mi opinión esto se dio por diversos factores y uno de ellos fue la importancia que le dieron a su espacio analítico. Ante la invasión inherente a su espacio vital y emocional dentro de la casa, el momento de su terapia reflejaba la oportunidad de retomar su intimidad y privacidad. La endogamia se apoderó de las familias y quienes más lo han padecido son los adolescentes, que en su búsqueda de consolidar una identidad les resulta imprescindible separarse del núcleo familiar y ahora se sentían atrapados. No es que el análisis fuera la llave que les permitiera salir de manera concreta, sino que a través de entender las fantasías provenientes de su mundo interno para tolerarlas y elaborarlas, su proceso adolescente no se detiene a pesar de la realidad en la que estamos inmersos.

Otro factor que ha motivado a los adolescentes a seguir sus procesos analíticos es la introyección que se logró del encuadre durante el tratamiento presencial. Sabemos que cualquier alteración del encuadre tiene un pronóstico desfavorable, pero cuando la función analítica se introyecta, nos damos cuenta que el análisis no es el consultorio ni el diván, sino que está en la mente tanto del analista como del paciente. En la práctica clínica el reto es transformar escenas y recrear lo que veníamos haciendo en nuevas condiciones sin perder sus afectos centrales.

Hay que considerar que los adolescentes ya cuentan con una experiencia de realidad en las pantallas y que nuestra visión de ellas puede ser prejuiciosa. En estos meses he notado que mis pacientes se despliegan con fluidez y es mi tarea rescatar todo lo que se esconde detrás de la terapia en línea. En este sentido, la sensación de camaradería y “ser amigos” en un inicio ponía en peligro la esencia del trabajo terapéutico, pero abordado a tiempo como parte del re-encuadre no causó mayores complicaciones. Se esperaba que los adolescentes buscaran transgredir el encuadre en línea y se quisieran conectar desde cualquier lugar. Recuerdo a un paciente que al conectarse estaba sin playera, haciendo ejercicio con la intención de que viera su musculatura. Al igual que en el consultorio se interpreta la transgresión, la transferencia y su búsqueda de agrandarse ante el analista con su trato de “igual a igual” como si fuera su amigo.

La experiencia que he tenido con pacientes adolescentes en el tratamiento en línea y ha sido muy diversa y enriquecedora, pero no cabe duda que tanto ellos como yo extrañamos aquel espacio donde el contacto humano trasciende cualquier pantalla.

 

 

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