¿Es posible salir de la adolescencia?

Por Mariana Castillo

Se tiende a pensar la adolescencia como un fenómeno que posee un curso natural con un inicio y un fin delimitados, pero ¿qué criterios nos orientan para saber si el joven se acerca a la adultez? ¿Es éste un proceso definitivo? ¿Se puede ser adulto las 24 horas del día?

La adolescencia es un fenómeno que despierta el interés de diversas disciplinas y es por ello que su inicio y su fin responden a diversos criterios. Por ejemplo, desde la psicología del desarrollo, la pubertad se puede ubicar como un periodo que inicia a partir de los 11 o 12 años y se prolonga hasta los 18 o 21 años. Para las leyes, las responsabilidades adultas comienzan a los 18 años en países como México y a los 21 en otros lugares del mundo.

Desde la perspectiva del psicoanálisis, la cual toma en cuenta la individualidad subjetiva de los seres humanos, resulta imposible hacer uso de criterios cronológicos para definir la adolescencia o para diferenciarla de la vida adulta. En la actualidad encontramos que jóvenes de edades cada vez más avanzadas no han logrado conquistar la adultez, aun a pesar de contar con independencia económica o de tener una familia propia.

Donald Meltzer (1998) realizó importantes aportaciones a la comprensión de la adolescencia. A través del trabajo clínico con numerosos jóvenes, retomó las ideas de Melanie Klein para describir ampliamente la manera en la que se construye una forma de pensamiento caracterizada por múltiples confusiones que se tienen que ordenar poco a poco para así acercarse a un modo de funcionamiento mental que se caracterice por una mayor claridad. En este funcionamiento podrán coexistir los aspectos buenos y malos, y aparecerá en escena un sentimiento de gratitud hacia ambos padres, quienes serán tomados como modelo para engendrar relaciones en las que predomine el amor sin negar las emociones de odio. Desde esta perspectiva, la adolescencia, más que un periodo cronológico, es una forma de pensamiento que determina la manera en que miramos el mundo.

El adolescente, por ejemplo, funciona de manera dividida, ama u odia. Aman a la madre siempre y cuando ésta cumpla todas sus demandas o deseos, pero, a la menor frustración, pueden odiarla. Es la típica escena adolescente, se ponen furiosos si los padres los limitan con las salidas, pensando que son los peores del mundo si no los dejan ir a una fiesta, a pesar de que ya salieron con sus amigos toda la semana.

La furia en parte surge de la forma en la que el adolescente mira el mundo adulto, ya que piensan que si los padres los limitan es para someterlos y así evitar que accedan a la infinidad de placeres y privilegios que buscan esconder celosamente. Un adolescente contó un sueño en el que, ante la amenaza de una guerra, permanecía cautivo en un refugio antibombas junto con sus hermanos menores, mientras que el hermano mayor se quedaba afuera. Después de mucho tiempo los dejaban salir. Entonces se daba cuenta de que su hermano los había engañado y se había convertido en un hombre rico que los desconocía y los despojaba de su parte de la herencia.

Este sueño ejemplifica las fantasías de este joven con respecto a los adultos, representados por el hermano mayor: son personajes engañosos y codiciosos que se quedan con todo lo bueno.

Al acercarse a lo adulto, se podrá reconocer las intenciones de cuidado que hay detrás de los límites ejercidos por los padres. Se transforma entonces la forma de mirar al mundo: si antes había desconfianza en los padres, ahora se convierten en figuras a las cuales se admira por su capacidad creativa y se busca ser como ellos aceptando que sustituirlos ya no es opción. Se abre la posibilidad de vivir en un mundo en donde lo bueno y lo malo coexisten en las demás personas y en nosotros mismos. Es importante recalcar que dicho reconocimiento produce mucho dolor, pues implica responsabilidad sobre los efectos del odio y el ataque que, desde la perspectiva adolescente, se encontraba justificado. Muchas veces experimentamos dolor y culpa al recordar la adolescencia, y la forma en que tratamos a los padres y adultos; estamos llenos de episodios en los que lo predominante fue la arrogancia, la omnipotencia y la incapacidad para reconocer los propios errores.

Es este mismo dolor el que puede promover salidas patológicas hacia lo adulto, o huidas hacia la adolescencia. Meltzer y su esposa y colaboradora Martha Harris describen algunas de ellas en su libro Adolescentes. Explican que, ante la dificultad de tolerar las ansiedades producidas por las confusiones propias de la adolescencia, algunos jóvenes pueden desarrollar una salida rápida, que, sin embargo, encubre y obtura el trabajo adolescente.

Denominan “casa de muñecas” al fenómeno que se presenta cuando los adolescentes acatan aquello que piensan que se solicita para pertenecer a la comunidad adulta: se casan, tienen hijos, tiene un trabajo “estable”, pero la motivación responde a la necesidad de hacer todo bajo la norma. Resulta interesante, ya que a primera vista la descripción anterior respondería a la de un adulto en forma. Sin embargo, aquí se carece de la pasión que acompaña a la elección adulta, pues internamente el funcionamiento sigue siendo el de un niño que parece jugar a la casita, a los esposos o a la mamá y el papá. Algunas madres y padres jóvenes confunden el hecho de tener hijos con convertirse en adultos, viven con mucha frustración tener que privilegiar las necesidades del bebé frente a las suyas, en su mente este hijo es más un rival que alguien que depende de ellas.

Otra respuesta problemática ante las ansiedades de la adolescencia consiste en permanecer eternamente en ella, aquí se idealizan los valores de la juventud. La sexualidad, por ejemplo, sigue siendo un encuentro entre cuerpos destinado a la satisfacción individual y no logra convertirse en un encuentro íntimo y placentero entre dos. Se sigue pensando que lo adulto es aburrido, gris, desapasionado, por lo que no hay necesidad de abandonar la adolescencia, en la que lo que se valora es la propia satisfacción, confundiendo libertad con acceso ilimitado. Se piensa que el matrimonio es un yugo, y que la unión de una pareja exclusiva, más que aportar a la vida, la limita y vuelve aburrida.

Desde la perspectiva psicoanalítica, la adultez es también una forma de experimentar el mundo, un estado mental en el que predomina la integración, en donde lo bueno y lo malo aparecen juntos de manera imprescindible, y se puede tolerar y respetar las capacidades de otros a quienes se toman como modelos de inspiración para construir lo propio. Es por lo tanto algo difícil de alcanzar y de conservar, sin importar la edad que tengamos se puede funcionar así y en otros momentos regresar a la visión infantil o adolescente. En el diplomado Adolescencia: normalidad y problemas exploraremos con mayor profundidad diversas perspectivas para diferenciar la adolescencia de la adultez.

Referencias

Meltzer, D., Harris, M. (1998). Adolescentes. Buenos Aires: Spatia.

Puig, M. (2009). Sobre la adolescencia: perspectivas clásicas y actuales. México: Centro Eleia. Tesis de Doctorado en Clínica Psicoanalítica.

Sánchez-Armass, B. (2017). Los procesos psíquicos durante la adolescencia. México: Centro Eleia. Tesis de Doctorado en Clínica Psicoanalítica.

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