El Doctorado en Clínica Psicoanalítica es una buena inversión

Por Denise Block

Tomar la decisión de cursar el Doctorado que imparte el Centro Eleia no fue cosa fácil; me preguntaba si era el momento adecuado, ya que mis hijos tenían dos y cinco años cuando las clases estaban por iniciar. En aquel entonces, mi proyecto era el de continuar con el trabajo en el consultorio, con la supervisión y, por supuesto, con mi análisis personal. Unos meses antes de comenzar, mi supervisora me sugirió cursar este posgrado: me comentó cuánto podría enriquecerse mi trabajo clínico con los pacientes y cómo podría ayudarme a consolidar un consultorio. Luego de escucharla, la idea rondaba en mi cabeza, a pesar de no estar convencida del todo aún.

En ese momento todavía tenía la intención de esperar a que mis hijos fueran mayores y más independientes y, al mismo tiempo, que yo tuviera los medios para costear la colegiatura. Conversé del tema con mi esposo, quien siempre se muestra entusiasta ante los proyectos y planes que involucran mi desarrollo profesional y personal. En aquel contexto, pensábamos que nuestra estadía en la Ciudad de México sería temporal, pues radicábamos en el interior de la República y teníamos contemplado regresar. Cabe mencionar que la decisión de volver a la ciudad se basó en el propósito de continuar mi formación. Cuando me establecí nuevamente en la capital, estudié un par de diplomados y retomé el consultorio, así como la supervisión. Finalmente, llegué a la conclusión de que no había tiempo que perder, el Doctorado iniciaba en unas semanas y tenía que aprovecharlo, además, tomé en cuenta que, si volvía a mudarme a otro estado, ya con ese grado de estudios podría conseguir un buen trabajo en alguna universidad y volvería a montar un consultorio.

Unas semanas antes de arrancar el semestre, una amiga muy cercana me llamó para decirme que también pensaba inscribirse al Doctorado, lo cual me alegró mucho. La decisión estaba tomada, faltaba solamente que mi esposo y yo nos organizáramos en la cuestión económica y encontráramos la manera de costear las colegiaturas. Nos sentamos, hicimos cálculos y decidimos juntos que era una inversión valiosa, por lo tanto, acordamos recortar algunos gastos, salir menos los fines de semana y prescindir de algunos viajes, en otras palabras, nos esforzaríamos para alcanzar el objetivo.

De manera que sólo quedaba inscribirme y dar comienzo a esa aventura. Organicé mi casa, solicité la ayuda de mis familiares, quienes se ofrecieron a suplirme en algunas actividades con mis hijos, para así contar con más tiempo para estudiar y trasladarme con tranquilidad a Eleia.

Regresar a estudiar fue, desde el primer momento, apasionante y en ocasiones doloroso, pero todas las mañanas gozaba mucho acudir a Eleia para escuchar los distintos puntos de vista, las discusiones y la supervisión grupal. Disfruté bastante volver a estar en un salón de clases, ser de nuevo una alumna y, desde luego, compartir el tiempo en los pasillos con gente nueva, que más adelante se convirtieron en buenos amigos y excelentes colegas.

En cuanto al consultorio, expreso con humildad que inicié el Doctorado con dos pacientes fijos, y que actualmente continúan conmigo, otros, en cambio, iban y venían. Poco a poco aumentó el número de mis consultas, hasta que, a mitad del Doctorado, me di de baja de la Clínica Eleia, en la que me había inscrito al inicio, para apoyarme a recibir pacientes. Sin embargo, me fue posible independizarme, porque entre los colegas comenzamos a derivarnos pacientes.

Fue así como empecé a recibir pacientes en mi consulta privada, lo cual representó poder obtener mejores honorarios. Hoy me sorprende ver que en mi archivo de pacientes tengo más de setenta expedientes y, reflexionando, me di cuenta de que he entrevistado a todo tipo de pacientes, supervisé a cada uno y obtuve con ello un gran aprendizaje. Claro, no todos se quedaron, porque, como bien sabemos, sólo ciertos pacientes que consultan son candidatos para hacer una psicoterapia psicoanalítica, por lo cual, a algunos no los tomé como pacientes. Esto sucede, sobre todo, cuando uno está iniciando, sin embargo, estoy convencida de que ese es el camino para aprender y, por ende, de trabajar cada vez mejor con los pacientes. Aunado a lo anterior, me impactó percatarme de que, conforme fui incorporando nuevas teorías y adquiría otras habilidades en la supervisión, comencé a ubicar más rápido a los pacientes graves, a identificar cuando alguno necesita ser medicado o no es apto para psicoterapia psicoanalítica. También noté que cada vez me sentía más segura al entrevistar a un paciente y, evidentemente, al interpretar la transferencia, el contenido en las sesiones, los sueños y las fantasías de los pacientes.

Otra área que empecé a disfrutar más fue la docencia; impartía desde entonces una materia en el nivel Licenciatura, pero gracias al estudio del Doctorado mis clases se enriquecieron, ya que me venían a la mente infinidad de ejemplos de casos clínicos, ideas y teorías que recientemente había leído, o bien, escuchado en alguna de las asignaturas del posgrado. Un aspecto que me hace sentir muy orgullosa de mí misma es que ahora, cuando asisto a conferencias psicoanalíticas o leo algún material, la mayoría de las veces, puedo identificar la corriente de pensamiento a la que el autor pertenece, por ejemplo, escuela americana, escuela inglesa, postkleiniana, entre otras, y tengo las bases para comprender las discusiones y emitir mis propios juicios y conclusiones. Y entiendo perfectamente toda exposición o discusión.

En lo que concierne a las tareas de las asignaturas del Doctorado, redactar los primeros ensayos fue toda una odisea, pues no sabía qué escribir y tampoco por dónde comenzar. Con el paso del tiempo, fui teniendo más práctica, comprendí cómo llevar a cabo una investigación y mis trabajos se tornaron más clínicos. De modo que los ensayos se transformaron en un rico ejercicio, por medio del cual podía pensar a mis pacientes y aterrizar la teoría a mi propia práctica clínica.

En fin, podría seguir hablando acerca de mi experiencia, sin embargo, al final, todo se resume a que el Doctorado en Clínica Psicoanalítica me ayudó infinitamente a encauzarme en un camino apasionante de crecimiento y progreso. En la actualidad, me queda claro que la formación es algo que no termina nunca, además, me mantengo estudiando y trabajando de forma ardua, siempre comprometida éticamente con mis pacientes para devenir en una mejor analista. Puedo decir que me siento muy agradecida por haber tenido tal oportunidad, por todo lo que recibí de mis profesores y colegas durante esos valiosos tres años y, para concluir, me enorgullezco de haber tomado la decisión de cursar este posgrado que ofrece el Centro Eleia.

Compartir: