Cuidados maternos en el primer año de vida

Por Daniela Bustamante Rosas

Dicen que cuando un bebé llega al mundo no viene con un manual de instrucciones, en cambio, llega acompañado de una madre. Sin embargo, ella tampoco cuenta precisamente con un instructivo que le diga cómo hacerse cargo de su bebé; sino que para realizar esta tarea sólo dispone de ‑entre otras cosas‑ su mente, su vida emocional, y la historia que tenga y haya tenido con su propia madre.

Ahora bien, ¿qué características son las necesarias para llevar a cabo de la mejor manera esta misión? D. Winnicott, pediatra y psicoanalista inglés, trabajó con muchas madres y sus bebés, y cuyas observaciones y conclusiones acerca de esta primera relación resultan de gran utilidad y valor. Él afirmaba que los brazos de la madre son el primer lugar que el bebé habita en el mundo. Por ello, de la forma en que ella toca, sostiene y abraza a su bebé, depende la forma en que éste va a experimentar la vida.

Para este autor, la mente es un lugar en el que uno aprende a vivir poco a poco y cuya existencia es una creación que depende de la relación con la madre. Además, sobre las bases de esta mente-lugar van a edificarse los sentimientos con los que una persona va a apreciarse en el mundo exterior. En otras palabras, un individuo puede vivir con el sentimiento de que existe y de que su vida vale la pena de ser vivida (sentirse real, confiado de sí mismo, con deseos de estar en el mundo), o bien, por el contrario, puede tener la idea de que no puede ser él mismo debido a que los riesgos son demasiado altos (miedo de vivir, extrema frustración que opaca las ganas de ser). Por ejemplo, un bebé que se sintió seguro en los brazos de su madre sentirá, cuando sea un niño, que la escuela es un buen lugar para él.

Lo anterior nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Cómo acompañar a un bebé en el proceso de crear y habitar una mente en la que se pueda existir realmente, y que de esta manera el mundo exterior sea vivido como un buen lugar?

Existir realmente es para Winnicott el resultado de un camino largo y complejo, en el que varias cosas tuvieron que haber ocurrido entre un bebé y su mamá. La más importante es que la madre haya tenido la capacidad para reconocer e identificar las necesidades de su bebé. Éstas son de carácter corporal (alimentación, limpieza, temperatura, sueño, alivio contra el dolor) y afectivo (las explicaré más adelante).

Nuestro autor describe un estado de disposición emocional en el que la madre puede establecer una conexión muy cercana con la existencia de su hijo y, de este modo, cubrir aquello que el bebé va requiriendo para sentirse atendido, satisfecho. Dicho de otro modo, el bebé necesita que lo conozcan; en ello radican las bases de su sentimiento de existir.

Esta labor implica que la madre, al menos de manera temporal, ponga en un plano secundario sus propios deseos y necesidades. La madre que trabaja, por ejemplo, tendría que desentenderse de su trabajo por un rato, de forma que en su mente quede espacio para albergar las necesidades de su pequeño hijo o hija. Para el autor, la madre tendría que adaptarse a su bebé, no al revés. Más adelante, cuando la mente del niño se encuentre más desarrollada, este tendrá la tarea de adaptarse al mundo que lo rodea, por ejemplo, tolerar que mamá se ocupe de su trabajo.

Winnicott considera que el padre también es muy importante en este proceso, porque cuando la mamá se encuentra tan absorta en los cuidados de su bebé, lo cual representa una tarea sumamente demandante para ella, necesita de alguien que pueda hacerse cargo de las cuestiones prácticas de la vida: traer comida a casa, comprar pañales, agendar la cita con el pediatra, entre otras. En la obra de Winnicott uno se encuentra con varias paradojas; aquí hay otra de ellas en el sentido de que el padre, en el mejor de los casos, funciona en estos momentos como una especie de madre para la mamá de su bebé. Ella también necesita de alguien que la sostenga para poder cuidar íntimamente de su pequeño.

En cuanto a las necesidades afectivas, Winnicott piensa que la capacidad de la madre para disfrutar con su bebé es fundamental: que ella sienta placer al alimentarlo, cambiarle el pañal, vestirlo, peinarlo, arrullarlo, es tan importante como la realización de estas tareas en sí mismas. “El placer de la madre debe estar presente, pues de no ser así toda su actividad resulta muerta, inútil y mecánica”. (Winnicott, 1970, p. 27).

Tampoco se trata de que la madre sea perfecta o de que detecte de manera absoluta lo que ocurre con su bebé; piensa que es más útil y valioso que las madres tengan confianza en sí mismas, en su capacidad para cuidar de sus niños y de aprender de las experiencias. Considera que una madre así puede sentirse mejor que aquella que está demasiado ansiosa por hacer todo de manera ideal, o que se dedica exclusivamente a leer libros sobre crianza, o que solamente escucha los consejos de los demás.

Es necesario entender que la maternidad es un momento complejo en la vida de una mujer, en el sentido de que todas las nuevas experiencias implicadas despiertan emociones muy intensas y, a veces, contradictorias: puede sentirse muy ilusionada, llena de ternura, pero también molesta o nerviosa por todos los cambios, exigencias y novedades que acompañan la llegada del bebé. Sin embargo, hay mujeres que pueden llegar a estar extremadamente ansiosas o deprimidas, al grado de sentirse con demasiadas dificultades para establecer una conexión. Tomando en cuenta la importancia de la primera relación, en estos casos es fundamental que la madre recurra a un profesional de la salud mental, para que se sienta atendida en este momento crucial de su vida y la de su hijo.

Finalmente, hay también otros psicoanalistas que han aportado mucho al tema de los cuidados del bebé. Sin embargo, en este artículo sólo se expusieron algunas ideas básicas tomadas de la vasta obra de Winnicott; pero ojalá que la lectura de este texto aliente al lector a conocer más acerca de este autor.

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