El Claustro y la teoría del narcisismo (parte 2)

Por Ana María Wiener

Como psicoanalistas, no damos respuestas a los dolorosos misterios emocionales que les plantea la vida a nuestros pacientes. Estamos ahí para escuchar las voces internas y los contenidos inconscientes de cada uno. Nuestra escucha tampoco está preconcebida ni preconfigurada, pues es como cuando miramos un vasto paisaje: se nos presenta como todo verde y, de a poco, descubrimos en él formas, objetos, olores, sonidos y matices de colores. Ese detalle constituye la microvisión, para luego integrar todo y obtener la macrovisión, la big picture, como algunos le llaman. Donald Meltzer destaca la intuición como herramienta fundamental en la búsqueda permanente de la verdad del ser. Insiste en que desarrollemos esas habilidades sensibles, que nos permitirán captar la emocionalidad de los demás.

No hay funcionamiento mental puramente sano ni patológico. Todos tenemos defectos, grandes o pequeños, y cualidades, muchas o pocas. Meltzer fue un experto en dilucidar las partes más oscuras, alojadas en las profundidades del inconsciente. Y por “partes oscuras” me refiero a aquellas en donde se juega lo peor de la humanidad, en donde se aloja la agonía solitaria de la locura y la malignidad.

El estudio de diversos marcos teóricos y las enseñanzas de Norberto y Celia Bleichmar me mostraron que nuestra percepción y relación con el mundo es multidimensional y multifacética, producto de la complejidad de la mente. Antes de adentrarme en esta disciplina, prevalecía en mí la idea del carácter restrictivo de la realidad, semejante para todos. Conceptos como mundo interno, fantasía inconsciente, conflictos y luchas emocionales o sexualidad infantil, me internaron en una espiral que me permitió observar, sentir y vivir el mundo desde distintas perspectivas de comprensión del ser humano. La realidad externa cobró otro significado, por fin me quedó claro el dicho popular: “Nada es lo que parece”.

Para nosotros, practicantes del método psicoanalítico, la realidad va más allá de imágenes sensoriales que percibimos como planos o diagramas. La mente no solo está conformada complejamente, sino que cumple diversas funciones. Una de ellas, y quizá de las más importantes, es la de dar significado emocional a nuestras experiencias. Esto ocurre una y otra vez, y damos distintos sentidos, por más que se repitan las mismas experiencias. Este dinamismo produce ansiedad e inseguridad, debido a lo efímero de la contundencia de la realidad.

Por tranquilidad, muchos prefieren vivir con convicción, sin darle movilidad a su manera de comprender el mundo; paralizan y empobrecen su desarrollo psíquico. La obra de Wilfred Bion enfatiza el pensar como la maquinaria que nos permite crecer y progresar, psíquicamente hablando. Su propuesta nos hizo darnos cuenta de que los pensamientos son pasajeros, fugaces. La salud mental y la realidad no se sostienen sobre lo concreto de un pensamiento, sino sobre nuestra capacidad de tolerar el cambio y la incertidumbre. Dependemos de la actitud que adoptemos para navegar en aguas desconocidas, que nos llevan a latitudes distantes de la comodidad, de lo conocido y de lo esperado. Si tratamos de mantener estáticos los pilares que sustentan el edificio de nuestra mente, quedamos encarcelados en una metapsicología limitada, que nos empobrece minuto a minuto.

Meltzer nos enseña, a través de su perspicaz sensibilidad que, si tratamos de eludir las emociones dolorosas que implica la vida misma, caemos en un sinsentido o en una locura lúcida, como le sucedería al personaje que escapa del libreto de la novela en la que fue inscrito. Si atravesamos nuestra existencia, dispuestos a sumergirnos en el océano de experiencias para darles sentido, de acuerdo con el desarrollo mental adquirido hasta ese momento, podremos tener una vida más plena y saludable.

La dimensionalidad de la mente y los temas dilucidados en el libro Claustro ofrecen una teoría sobre los diferentes lugares desde donde cada individuo puede vivir y percibir las realidades interna y externa; estos lugares son estados mentales. Meltzer explica que, en cada estado mental, debido a la identificación proyectiva intrusiva, quedamos capturados en un mundo falso. Cambió el término de Melanie Klein, identificación proyectiva excesiva, por intrusiva, para enfatizar, no la frecuencia o cantidad de lo proyectado, sino la fuerza o cualidad de la intrusión. Es decir, resalta la intención hostil del mecanismo, ya sea si se utiliza la violencia, las mentiras o el engaño.

Todo lo que Meltzer describe en este texto son esas metáforas obsesivas que destruyen el desarrollo psíquico; son los estados mentales por los cuales se expresa el narcisismo en sus distintas facetas: la pseudomadurez, la orgía erótica frenética y la tiranía esclavizante. Intentos desesperados por eludir el dolor mental de la vida infantil.

La función que cumple habitar estos estados mentales es defensiva. Cuando el proceso continente no logra mitigar la ansiedad o cualquier tipo de dolor mental, la rabia y furia que esto produce lleva a la parte infantil de la personalidad a introducirse dentro de alguno de los compartimentos del cuerpo de la madre, mediante la identificación proyectiva intrusiva, y alojarse como intruso. Así, consigue aliviar la ansiedad de separación, el abandono, la vulnerabilidad, la impotencia, entre otras emociones.

El inconveniente es que cae presa de la mentira, de la crueldad y el fraude. Este mundo delirante le proporciona una versión tolerable y deseada de la vida y de uno mismo. Por ejemplo, el paciente de un colega le comenta que curó su depresión y obesidad con metanfetaminas y tachas (es un hecho que estas pastillas quitan el hambre). Sin embargo, a lo que alude este comentario es a que el paciente experimenta el mundo desde un lugar en el que habitan personajes destructivos, que alteran la verdad y le hacen creer que lo malo es bueno y que él puede arreglarse solo con sustancias tóxicas; no con especialistas ni con medicamentos o métodos saludables.

La forma de resolver su situación implica que no necesita de nadie, que es independiente y autónomo. Es un estado mental en el que no hay relaciones íntimas ni amor verdadero, porque éste duele y lastima. En sus vínculos, predomina el utilitarismo; en su actitud, la soberbia y el desprecio hacia toda enseñanza o ayuda. Para mí, esto es como dijo Sigmund Freud al retomar el mito de Narciso: mirar su imagen reflejada en el agua, un espejismo; es una imagen que no existe, una percepción delirante. Lo peor es que las personas que habitan estos compartimentos no se dan cuenta de su naturaleza patológica.

La dificultad de nuestra profesión radica en cómo sacar al paciente de ese lugar, de ese estado mental. ¿Cómo convencerlo de que habita el no-lugar? ¿Cómo persuadirlo para mudarlo a la órbita de la verdad incognoscible? Ya mencioné que Meltzer sugiere que el fenómeno claustrofóbico se presenta en un continuum, desde lo relativamente común (las neurosis), hasta los trastornos más graves. La experiencia me ha mostrado que la salida de estos claustros solo es posible si el sujeto se encuentra en el extremo más benigno del espectro, ya que son personas con mayor capacidad para tolerar el dolor depresivo, reestablecer la relación de intimidad y el sentido emocional con la pareja parental interna, con su belleza y bondad. En el extremo opuesto del espectro, la emergencia de este no-lugar es casi imposible porque el sujeto es totalmente intolerante al dolor mental; queda privado de relaciones íntimas, de un sentido real de sí mismo e invadido de terror.

Les comparto un ejemplo de la dificultad que enfrentan los pacientes para salir de estos claustros: Hace tiempo, durante el cuarto año de análisis, un paciente con un estado mental pseudomaduro (es decir, alojado en el compartimento pecho/cabeza) trajo un sueño muy corto: acuchilló a su madre en el pecho. Lo contó con temor. Revisamos muchos sentidos. Uno de ellos fue que, al perforar el pecho de la madre, trataba de hacer un orificio para poder salir de ese lugar en donde se instaló, con alevosía y ventaja, para tomar posesión de las cualidades bondadosas de su madre y no sentir su pequeñez ni su vulnerabilidad; ese lugar que, ahora, lo hacía sentirse encerrado y atrapado en un mundo en el que le aterraba quedar capturado y perseguido para siempre. Su respuesta fue un gemido que transmitía entre alivio y desesperación. Luego dijo: “Sí, sí quiero salir de ahí. ¿Qué he hecho?”, y comenzó a llorar. En efecto, para poder emerger del pecho/cabeza, tenía que enfrentarse con los hechos, con su intrusión fraudulenta y hostil al invadir y robar la identidad del objeto y de la pareja parental creativa.

En otra sesión, el mismo paciente expresó su gusto por un perico del vecino, al que veía volar libremente, sin restricciones, entre la casa y el jardín. Dijo: “La puerta de su jaula siempre está abierta. Pero, ¿qué tal si un día no vuelve, se pierde y no tiene qué comer?”. Esto es muy importante, para la parte intrusiva de su mente: salir del pecho/cabeza era peligroso porque lo llevaría a perderse en la soledad y lo expondría a una hambruna terrible.

En cuanto estas fantasías de salir del compartimento materno aparecen en el horizonte, la amenaza de quedar atrapado y no poder escapar nunca se pone de manifiesto. Son las dos caras de la misma moneda: el aspecto “narcisista”, que no quiere perder los privilegios del residente que robó una identidad que no le pertenece, y la parte chiquita de la mente, que sí quiere salir y ser alguien. Sin embargo, eso debe atravesar la vivencia de lo doloroso de la separación, de la dependencia, de la indiferenciación. El paciente, por un lado, quería salir y, por el otro, no; temía ser expulsado al vacío.

Recuerdo que, por un tiempo, aparecieron los relatos de secuestros. Su temor de correr ese destino lo llevaba a pensar en mudarse a otro país. No lo hizo, mas en múltiples ocasiones hablamos de su terror a quedar secuestrado dentro de la madre, del miedo de salir y no reconocerse. Más adelante, comenzó a realizar deportes al aire libre y a disfrutar la naturaleza. De regreso de un fin de semana, relató una larga caminata que realizó en el bosque. Al principio del recorrido se sentía muy seguro; luego, empezó a asustarse con los sonidos de animales, hojas y sus pisadas. Para estos pacientes, el mundo externo es más peligroso que el interno. No olvidaré sus palabras el último día de su tratamiento: me agradeció por ayudarlo a salir de “Alcatraz” (nombre que se le da a una cárcel, ubicada en una isla en la Bahía de San Francisco, California, Estados Unidos).

Otro ejemplo, es el de una paciente que padecía terribles constipaciones. Literalmente, decía sobre sus heces: “Parece que algo dentro de mí no las deja salir”. No se trataba de una mera retención del objeto, sino de una actitud mental. Era una mujer autoritaria, déspota, tiránica. Trataba a su marido con desprecio y decía que solo permanecía casada con él porque la mantenía económicamente. Delante de sus amigos, cuando él hacía un comentario, lo “pendejeaba” y le pedía que, si no sabía, mejor se mantuviera callado.

No tardó en aparecer ese aspecto dentro de la relación conmigo: se expresaba de muchísimas formas, no escuchaba lo que le decía, su condescendencia era atroz. El día que apareció en el horizonte la posibilidad de salir, reaccionó muy asustada y faltó por el resto de la semana. Soñó que, en medio de la calle, se abría la coladera dentro de la cual se alojaba. Escuchaba ruidos, veía mucha luz, no sabía qué pasaba. Se asomaba e, inmediatamente, se percataba de que los automóviles pueden atropellarla, por lo que volvía a introducirse en la coladera. Relucía el miedo a no entender ni a ser entendida sino, literalmente, a ser aplastada por un mundo vertiginoso en el que sería una más entre tantos que van y vienen.

Los estados mentales descritos por Meltzer son matrices de locura que proporcionan seguridad y protección, por difícil que sea creerlo. El terror y persecución que produce el tirano en el claustro anal, para quienes lo padecen, es infinitamente preferible a sentir la tristeza del desamor, del abandono, del vacío profundo y solitario, de la culpa, de la dependencia y de la diferenciación. Así mismo, lo delicado es que la identidad de estos individuos se sostiene en dichas matrices delirantes, por lo tanto, se trata de una falsa identidad que, a su vez, se construyó por métodos fraudulentos.

 

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