El analista y su encuadre

Por Guillermo Nieto Delgadillo

Toda disciplina formal posee un conjunto de preceptos y herramientas que ayudan a que se realice de la mejor manera posible. Este conjunto de “reglas” incluye las funciones principales de cada miembro activo de dicha disciplina. Tomemos como ejemplo la docencia: en un salón de clases, tanto los alumnos como el profesor saben que tienen roles distintos, por lo que firman al principio de cada ciclo escolar un reglamento que establece cómo funcionará el intercambio intersubjetivo entre todos los miembros del grupo. Asimismo, los horarios de clases y el salón permiten diferenciar tajantemente las actividades y brindan claridad, seguridad y certeza tanto al alumnado como al cuerpo docente. En el psicoanálisis llamamos encuadre a este acervo de disposiciones que permiten que el tratamiento analítico se lleve a cabo. Pero, ¿cuáles son sus funciones y por qué es tan importante para el terapeuta asegurar estas condiciones dentro del tratamiento?

Para responder esta pregunta, recordemos que el psicoanálisis nació dentro de un contexto moderno con aspiraciones positivistas donde se buscaban condiciones parecidas a las de un laboratorio. Según Freud, el analista debía ser un observador no participante que funcionara como reflejo de la mente del paciente neurótico. Las constantes del encuadre -duración de las sesiones, frecuencia semanal de los encuentros entre paciente y terapeuta, honorarios y vacaciones-facilitaron la aparición de la neurosis de transferencia: una neurosis “artificial” en la cual la enfermedad y todos los rasgos del paciente se despliegan dentro de la sesión analítica. Esto le brindó a Freud la oportunidad de aislar el conflicto inconsciente e interpretarlo, lo que ayudaría a eliminar los síntomas de sus pacientes.

Igualmente, el encuadre se convirtió en una valiosa herramienta diagnóstica, ya que, si a condiciones iguales los pacientes reaccionan de formas distintas, podemos darnos una idea de su funcionamiento mental. Para aclarar un poco el asunto, tomemos como ejemplo los honorarios del analista. En el encuadre psicoanalítico, la sesión se paga independientemente de la asistencia del paciente. Este último se comportará de formas distintas ante esta situación. Así, un paciente depresivo probablemente cumpla con esta condición, dada la fantasía de merecer este tipo de castigo por faltar; en cambio, alguien que presente una rivalidad con el terapeuta, puede cuestionar la situación y quejarse constantemente. Por otro lado, un narcisista podría faltar a sus sesiones y, sin embargo, pagarlas como una devaluación al tratamiento y al analista, mientras un obsesivo intentará no faltar a ninguna sesión, no por su valor, sino por sacarle el mayor provecho a su dinero.

¿Cuáles son, entonces, los elementos del encuadre? En una discusión sobre la diferencia entre el psicoanálisis y la psicoterapia analítica, André Green (2003) utilizó una metáfora en la que se mencionan los elementos del encuadre. Por un lado, afirma que los aspectos fundamentales e inamovibles tanto del psicoanálisis como de la psicoterapia psicoanalítica son una “alhaja”. Dichos elementos son la asociación libre, la neutralidad, la atención libre y flotante y la abstinencia del terapeuta. Por otro lado, el encuadre es el “estuche” que guarda la alhaja y abarca las cuestiones de los horarios, frecuencia de las sesiones, honorarios y vacaciones. Para Green, el psicoanálisis clásico y la psicoterapia psicoanalítica comparten varios de los rasgos de la alhaja y se distinguen, más bien, por el “estuche” que la contiene.

Han pasado 118 años desde la publicación de La interpretación de los sueños, obra considerada por muchos como el hito de la formalización del psicoanálisis, y podría afirmar que los aspectos principales del encuadre psicoanalítico se mantienen. Sin embargo, el surgimiento de las teorías posfreudianas que hicieron posible atender pacientes graves y le dieron mayor importancia al uso de la contratransferencia en la sesión analítica, ha comprometido aún más al analista con su labor. El analista de hoy ya no es la pantalla blanca que únicamente refleja los contenidos mentales del paciente, como Freud pretendió en un momento, ahora se encuentra involucrado en una relación íntima emocional con cada uno de sus pacientes. Para mantener el encuadre externo, es necesario que el analista cuente con un encuadre interno que le permita sostener el estuche, la alhaja, y la mente de sus pacientes, especialmente los más graves.

El sostenimiento del encuadre en todos sus aspectos por parte del analista es una de las labores que más veces damos por hecho, cuando es, al contrario, una de las partes más delicadas y difíciles de mantener, especialmente si tomamos en cuenta las emociones intensas que los pacientes difíciles nos provocan. Requiere del terapeuta, además de una ética impecable, un análisis personal intenso que le permita trabajar en la sesión con dos mentes: la del paciente y la propia. El observador no participante del creador del psicoanálisis podrá haber quedado en el pasado, pero la importancia de crear mejores condiciones para brindar ayuda a las personas que acuden con nosotros sigue tan vigente como a finales del siglo XIX, cuando Freud atendió a sus primeras pacientes en un esfuerzo inigualable por comprender la mente humana.

Fuentes de información:

Balint, M., Ornsein, P.H. y  Balint, E. (1985). Algunos precursores de la psicoterapia breve. Psicoterapia Focal: Terapia breve para psicoanalistas. México: Gedisa.

Etchegoyen, H. (1986). El encuadre analítico.  Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu.

Green, A. (2003). Ideas directrices para el psicoanálisis contemporáneo. Buenos Aires: Amorrortu.

Thomä, H. y Kächele, T. (1985). Reglas. Teoría y práctica del psicoanálisis: Fundamentos. Barcelona: Herder.

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