De la claustrofobia a la agorafobia: el temor de salir

Por Patricia Bolaños

Después de tantos meses de cuarentena, la experiencia de aislamiento se ha transformado de distintas maneras. Las primeras semanas era común escuchar la preocupación de muchas personas por no poder salir, por perder la rutina y el contacto con otros. En general estábamos lidiando con todo lo perdido. Nuestras vidas en muchos sentidos se vieron reducidas a estudiar, trabajar y estar en casa.

Recuerdo a mucha gente conocida hablar de un sentimiento de encierro. Una paciente se rehusaba a tomar la terapia en modalidad virtual; me decía que ir al consultorio era la única forma de salir de su casa, la cual sentía como una cárcel. Se sentía agobiada de la convivencia tan intensa con su pareja, además de tener una sensación de esclavitud hacia las tareas domésticas. Tenía la impresión de que el tiempo pasaba lentamente y no sabía cómo aprovecharlo, y a pesar de que siempre había deseado tener tiempo para ella misma y muchos planes de cómo emplearlo, en realidad no hacía nada. Empezó a tener ansiedad durante las noches y una dificultad importante para dormir. Refería que todo el tiempo veía las noticias y leía artículos, lo cual hacía que se sintiera cada vez más ansiosa.

¿Qué podemos pensar acerca de esta reacción? Desde luego hay un evento externo, en este caso la pandemia, que es interpretado y vivido desde el mundo interno, desde las emociones y ansiedades que predominan en la mente. En el caso de la experiencia claustrofóbica encontramos que ciertas emociones generan un estado mental en el que uno se siente atrapado. Por ejemplo, el sentir que la pareja me asfixia puede ser resultado de cierto monto de posesividad que coloco en el otro; es decir, en lugar de identificar esa emoción en mí, la vivo como característica del otro.

Por otro lado, ahora que las medidas de aislamiento han disminuido encontramos personas que sienten mucho miedo de salir; tienen la certeza de que es peligroso y prefieren quedarse en casa.

Una mujer me dice que se siente muy tranquila porque en su empresa le confirmaron que no van a volver al trabajo presencial hasta el próximo año. Esto la calma porque no tendrá que “enfrentarse al mundo real”; siente que estos meses ha encontrado en casa un lugar seguro y pacífico en el que no tiene que exponerse a ningún tipo de estrés, como el conflicto que implica el contacto con otros, el desgaste del tránsito o hasta tener que preocuparse por cómo arreglarse para ir al trabajo. Ella suele quedarse con parte de la pijama y solo quitársela si tiene alguna videoconferencia. Aquí vemos que se pone en evidencia otro tipo de fantasía en el que pareciera que la casa se convirtió en una especie de paraíso; la mujer se vive como si fuera un bebé protegido de cualquier experiencia displacentera.

Ya sea que encontremos una experiencia claustrofóbica o una agorafóbica, podemos identificar una fantasía que está detrás y que explica de forma más compleja la forma en la que se reacciona a una situación tan exigente emocionalmente como lo ha sido la pandemia.

 

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