Arpeo y diván

Por Yolanda del Valle

Ella finalizaba la prepa cuando su mamá me llamó: Búscala y trata de convencerla de que estudie primero una carrera y que ya luego estudie lo que quiera. Le preocupaba el porfiado empeño de Merce por consagrarse de inmediato a la música, lo que para su madre no equivalía a “estudiar una carrera”, además de que no le brindaría una verdadera herramienta para enfrentar la vida, ni tendría acceso a una cultura general. Consideraba que ése era un momento crucial para evitar que tomara su hija una decisión poco atinada, y pensó que yo podría convencerla por la simpatía que sentíamos una por la otra. Me negué a cumplir su pedido porque entendí aquella porfía como una decisión apasionada y profundamente convencida. Pasaron ya muchos años. Mercedes es ahora madre, abuela, un ser humano de excepción, magnífica arpista, escritora creativa y fuente de inspiración para muchos.

¿Verdad que es cierto, querida Merce, que hay oficios sumamente exigentes pero que el cumplimiento de su demanda se nos revierte cargado de belleza y de sentido? ¿Cuántas horas has pasado tocando una y otra vez la misma melodía en el estudio del sótano de tu casa para luego entregarla a tus escuchas? Y en tu ir y venir por el mundo, ¿cuántas veces te has hecho acompañar de la literatura que en ese momento te interesa y aprovechas tus ratos libres para ir al teatro, al cine, al intercambio con tus amigos, y con todo ello enriqueces el excelente entramado que constituye tu oficio y tu escritura? ¿A cuántos pueblos te acercaste buscando escuchar sones jarochos hasta hacer del jaranero y su jarana un saber que forma parte de tus grabaciones? Dices que “todo se relaciona con la música y con un camino propio que se ve constantemente enriquecido por el aprendizaje”, y es a esa idea justamente a la que pretendo referirme.

¿Por qué hablo de Merce?, se preguntarán. Por las afinidades. Y es que la demanda de cada disciplina, de cada profesión, de cada trabajo, es distinta. Pedro checa tarjeta al entrar a las oficinas para volver a checarla a su salida. A partir de ese momento, la vida es suya. No sucede lo mismo con la música ni con el psicoanálisis, porque ambos tienen que ver con la vida misma, y es ésta su alimento obligado.

¿Cómo se forja un psicoanalista? El eje de nuestra creación es la experiencia analítica personal, y a ella le sumamos una práctica clínica asistida y el estudio concienzudo de las teorías. Los maestros son nuestros acompañantes irrenunciables: aquel que nos comparte sus conocimientos, otro con quien pensamos la experiencia inefable del trabajo con el paciente, uno más con quien construimos un lugar de entrega a la investigación y al pensamiento clínico. El encuentro inicial suele darse por el canal institucional: licenciatura, maestría, doctorado, y proseguir de diferentes maneras a lo largo del camino. Porque ser psicoanalista no es tanto una profesión como una forma de pensar, una forma de entender, una forma de ver al mundo, que debe nutrirse tanto de lo bello como de lo verdadero. Es una formación que reclama el intercambio con los colegas, la asistencia a conferencias, talleres, congresos, seminarios; reclama la lectura comprensiva de ideas que nos aproximen al conocimiento de lo que sucede en nuestros “sótanos privados”; ahí donde afinamos el oído y nos empeñamos en la escucha. Pero reclama también como imprescindible el acercamiento a la literatura, al cine, la música, a la cultura en general, al diálogo con los amigos. Demanda la transformación de nuestra propia vida, de nuestra relación con otros, de nuestra persona, hasta hacer del pensamiento un sitio de posible reunión con la verdad y una herramienta poderosa para el cambio de la realidad personal. Pero la condición es que todo ello sea una fuente de disfrute, pese a la serie de renuncias y el dolor que supone obtenerlo. Es ése el imperativo del ser psicoanalista. Por lo tanto, nada más ajeno al espíritu de nuestro oficio que la idea de un quehacer que transcurre entre el momento de recibir al primer paciente y de despedir al último.


[*] Mercedes Gómez Benet, ha hecho estudios arpísticos en México, Estados Unidos y España, cursó la Maestría en Arpa en el Conservatorio Real de Estocolmo en Suecia, es maestra del Conservatorio Nacional de Música y se presenta como solista en diferentes partes del mundo. Es integrante de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, del dueto Sondos y del Ensamble Tierra Mestiza, además de ser miembro del Consejo Directivo del Congreso Mundial de Arpa desde 1999. En el terreno literario, es autora de una serie de cuentos infantiles y de algunas obras de teatro. En Eleia pudimos disfrutar de una presentación a la que llamó: Vals triste, y que formó parte del Diplomado de Melancolía y Creatividad que estuvo a mi cargo en 2005. Aquel vals triste terminó siendo una celebración sumamente disfrutable para quienes asistimos.

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