Soledad, ansiedad y scroll infinito: el malestar en tiempos del algoritmo
Por Cristóbal Barud
El malestar ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. La forma en que se nos presenta varía a través de los tiempos, pero la frustración, la carencia y el desamor han estado siempre ahí. La variedad imperante del malestar hoy es el cansancio, el tedio, el vacío y la falta de sentido e imaginación en la vida cotidiana. El mundo se presenta hoy enredado en contradicciones: un consumismo extremo que va de la mano con la destrucción del ambiente; la disponibilidad inmediata de un sinfín de satisfactores para algunos, mientras que otros viven carencias lacerantes. En medio de la abundancia, hay un inabarcable vacío; la persecución de novedades que fallan en su promesa de llenar huecos.
El modo en el que funcionan las redes sociales refleja algo de esta visión del mundo. El teléfono, aquella máquina de ser feliz, dicho por Charly García, ofrece una fantasía de acceso al infinito. Con un dedo que se desliza por la pantalla, se ofrece la posibilidad de acceder un mundo entero de noticias, chistes o consejos de moda. El aburrimiento, o tal vez la desolación, acechan tan pronto el deslizamiento se detiene; acechan el hundimiento en la nada, en la pasividad. El sujeto, enclavado en la pantalla, es atravesado por un sinfín de sensaciones diminutas, como si pequeñas descargas despertaran placer al mirar el microcosmos ofrecido por cada video corto. Si cabe definir algo del malestar contemporáneo, parece ubicarse en el campo del exceso de la excitación aunado a la vivencia pasiva. Esto, sin embargo, no parece ser realmente nuevo o producto del tiempo actual. Si acaso, cabe destacar que el tiempo actual acentúa un modo de ver la vida que quizá ha estado siempre.
En 1939, Natalie Sarraute escribe Tropismos, relatos cortos inspirados en los cambios de dirección en el crecimiento de las plantas cuando son sometidas a un estímulo externo. Ella describe momentos cotidianos e intrascendentes de un modo impersonal, destacando los automatismos y la ausencia de imaginación. Dice, para referirse a unos adultos que observan embelesados el aparador de una tienda:
Se extendían en largos racimos sombríos entre las fachadas laterales de los edificios. De tanto en tanto, ante las vidrieras de los negocios, formaban nudos más compactos, inmóviles, ocasionando algunos remolinos, como ligeros atascamientos. (p. 17)
Tanto el fenómeno de observar un aparador como mirar un video, o en tiempos más recientes, aunque ya recubiertos de nostalgia, cambiar continuamente de canales en la televisión, pertenecen al campo de lo automático. Sarraute describe a aquella masa embelesada como carente de afecto, como si fuesen entidades no orgánicas que forman racimos o hacen remolinos, pero sin una intencionalidad. Si bien el tropismo de las plantas está al servicio de su adaptación, no corresponde con una respuesta mediada, pensada o articulada como resultado de una decisión.
Al observar las redes hoy, quizá puede advertirse que la rápida sucesión de imágenes genera una estimulación, pero no necesariamente se convierte en material que interpele, que cuestione respecto de su significado posible y personal. Cuando a una imagen de violencia en algún lugar del mundo le sigue una guía para mantener la piel lozana y suave, se escapa el tiempo para interrogarse qué sentido tiene todo esto en la trama de la vida y el deseo. Aparece una excitación que se extingue para ser sucedida por otra con igual destino.
Como sucede en los Tropismos de Sarraute, se trata de hechos concretos que tienen el potencial de crecer en unidades de significado más complejo. En el caso del scroll infinito, la rapidez parece obturar este proceso, tan necesario para situarnos como sujetos frente al mundo. El tropismo en el mundo natural es una respuesta que no está mediada por una decisión, sino condicionada por la propia supervivencia. Los videos y las sensaciones que ellos estimulan pertenecen a un modo de funcionamiento similar al del reflejo, a la descarga inmediata.
Desde este punto de vista, la ansiedad y la soledad de hoy, vividas de forma nebulosa, elusiva y a veces indefinible, como un ruido de fondo, podrían estar vinculadas con la dificultad para situarse como un sujeto con deseos, prioridades e ideales propios. Tal vez el malestar en la época actual se defina justo por la exigencia imposible de erradicarlo a través de la acción: cambiar de video, consumir otro producto, cambiar de aires. Quizá se trata del malestar de sujetos extraviados, librados a su suerte en medio del ruido, incapaces de asumir una postura decidida respecto de la propia vida. Quizá el malestar contemporáneo es el de ser espectador pasivo que responde al medio, sin cambiar realmente nada; la vida como un scroll infinito y estimulante que, dejando de lado la muerte (que también se niega a veces), no lleva a ninguna parte.
No podría llamársele depresión, sino una anulación del criterio. En el mundo del tropismo hay malestares que se solucionan cambiando de dirección una y otra vez, pero no sufrimiento. Éste último ocurre cuando hay presencia, significado y deseo.
Referencias:
Sarraute, N. (2022). Tropismos. Pinka. (Obra original publicada en 1939)