Transferencia erótica: el deseo en la escena analítica

Por Mayte De Atela

 

“Soñé que estábamos en una casa. No era en el contexto de las sesiones; se sentía distinto. De pronto tú me decías que por qué no subíamos a una de las recámaras. Primero me asustaba, te decía que no. Después era yo quien lo proponía y parecía que no aceptabas, aunque al final terminamos subiendo. Justo cuando estábamos entrando a la recámara, me desperté. En mis sueños nunca llego a la parte en la que tengo relaciones con alguna mujer. Siempre me despierto antes”.

 

¿Qué se pone en juego cuando el deseo invade el espacio analítico y se dirige, aparentemente sin rodeos, hacia el analista?

 

Muchos analistas probablemente desearíamos no tener que toparnos con un relato de este tipo; al menos al inicio de nuestra práctica siendo analistas inexpertos. Este relato puede asustar, generar incomodidad, vergüenza, temor a que nuestra interpretación sea vivida por el paciente como una seducción o una insinuación. Frente a este temor, una salida común puede ser desviar el foco de la conversación, actuar como si nada hubiera ocurrido. Puede llevarnos a comportarnos como un fóbico frente a su mayor miedo, evitándolo a toda costa. No obstante, esa evitación —a veces silenciosa, a veces disfrazada de neutralidad — resultará más peligrosa que la transferencia erótica en sí misma.

 

Entonces surge, inevitablemente, la pregunta: ¿qué hacemos con esto? Lo mismo que hacemos con cada uno de los relatos transferenciales que emergen a lo largo de las sesiones con nuestros pacientes. Escuchamos con calma, intentando comprender aquello que se oculta detrás de lo dicho —y lo no dicho—, con la intención de desentramar aquellas fantasías y conflictos inconscientes que se han puesto en juego en el espacio analítico. Esas formas particulares de amar que se repiten encuentran, en el vínculo con el analista, una oportunidad única para explorar el mundo interno de nuestros pacientes.

 

Para pensar el fenómeno de la transferencia erótica, conviene remontarnos a Freud, quien en un primer momento advirtió sobre los peligros de la transferencia —y el amor de transferencia—, considerándola un obstáculo para el análisis.  Si bien es cierto que Freud no habló explicitamente de transferencia erótica, sino de amor de transferencia, debemos recordar que describió al amor de transferencia como aquella reactivación de los vínculos amorosos con los objetos originarios. Su concepto de amor de transferencia nos permite entender cómo esos vínculos infantiles se repiten en el vínculo analítico. ¿Qué es, entonces, la transferencia erótica sino una reactivación del deseo amoroso y sexual, inicialmente dirigido hacia esos objetos originarios, y que ahora encuentra en el analista un nuevo escenario donde manifestarse?

Aunque en un comienzo el amor de transferencia fue considerado una resistencia, basta seguir el desarrollo teórico freudiano para descubrir que, más adelante, el propio Freud reconocerá que es precisamente este amor de transferencia el que servirá como sostén fundamental del tratamiento psicoanalítico. Si bien es cierto que eso puede resultar aterrador, sería contraproducente callar, pues la trasferencia erótica no es otra cosa más que la expresión del conflicto inconsciente.

Freud advertirá en Observaciones sobre el amor de transferencia (1917) que este amor no debe ser rechazado ni correspondido, sino sostenido analíticamente. Rechazarlo, dice, es perder uno de los caminos privilegiados hacia el inconsciente. Por su parte, sostenerlo requiere un trabajo técnico y emocional por parte del analista. Dicho trabajo consiste en no confundir el deseo del paciente con una invitación real; no responder con seducción o con fuga, sino con pensamiento. Se trata, en última instancia, de evitar la contraactuación que puede suscitar la irrupción del erotismo en el espacio analítico: sostener el deseo sin actuarlo, pensarlo sin rechazarlo y permitir que se despliegue como una vía privilegiada para el trabajo sobre el conflicto inconsciente.

Hasta ahora me he limitado a hablar de la perspectiva freudiana en torno a la transferencia y el giro que dio, pensando la transferencia ya no sólo como una resistencia, sino también como una herramienta analítica. En las últimas décadas, diversos autores contemporáneos han abordado el fenómeno de la transferencia erótica. Algunos de estos psicoanalistas contemporáneos han concluido que está lejos de ser un fenómeno excepcional o un indicio de patología; por el contrario, puede entenderse como una manifestación intensa del deseo de ser reconocido, amado, comprendido y sostenido. La transferencia erótica no es en sí un obstáculo, sino una vía privilegiada hacia lo más nuclear del psiquismo: allí donde el deseo, el dolor y la historia infantil se entrelazan.

Como analistas, es indispensable no ceder al narcisismo, recordando que no se trata de un deseo real por nosotros, sino por aquello que representamos para el paciente. De eso se trata la transferencia: si las reglas de abstinencia y neutralidad se respetan, el paciente no sabrá nada —o casi nada— de quien lo escucha. Esta transferencia tan particular no es otra cosa que la reedición de relaciones infantiles: amores imposibles, anhelos no correspondidos, vínculos que despertaban deseo y temor al mismo tiempo.

La transferencia erótica no nos pone frente a una escena “real” entre dos adultos que se desean, sino ante un drama interno que se despliega en el campo transferencial. El deseo, en este contexto, no busca ser actuado, sino comprendido. Aceptarlo sin actuarlo, pensarlo sin rechazarlo, es una de las tareas más delicadas —y potentes— de nuestro oficio.

 

Bibliografía:

 

  • Freud, S. (1917). Observaciones sobre el amor de transferencia. Obras completas (Vol. 12). Amorrortu Editores.

 

  • Freud, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual. Obras completas (Vol. 7). Amorrortu Editores.

 

  • Etchegoyen, R. H. (2004). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (3.ª ed.). Amorrortu Editores.

 

 

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