¿Quién soy yo cuando ya no soy niño? La angustia de la identidad adolescente
Por Natalia M. Cervantes
Una de las genialidades de Freud fue advertir que todo lo que le sucede al cuerpo tiene consecuencias psíquicas en la persona: el hambre, la evacuación, la limpieza, la muda de dientes, los abrazos, e incluso la percepción del cuerpo de los otros; toda experiencia corporal impacta la psique del ser humano. El salto del cuerpo infantil al cuerpo adulto no podía ser la excepción.
Dejar atrás el cuerpo infantil no sólo implica una pérdida de complexión, las agilidades y las proporciones con las que el joven había vivido hasta ese momento. También significa dejar atrás gustos, estados de ánimo y fantasías. Ante esta transformación, la realidad se impone y le demuestra que no por ser más alto que papá tendrá los músculos ni la maestría de un jugador de fútbol profesional, ni por menstruar y tener la capacidad de embarazarse tendrá la cintura o los pechos de la estrella de cine. El adolescente se enfrenta al cuerpo real y se ve obligado a dejar ir el cuerpo ideal que soñaba tener; así, no sólo pierde la forma que tenía, sino también pierde el anhelado soporte que, como deseaba de niño, le permitiría ser como papá o como mamá.
No obstante, la pérdida no se queda ahí: el joven ya ni siquiera quiere ser como mamá y papá. En La novela familiar de los neuróticos, Freud (1909/1992) destaca la importancia del alejamiento psíquico entre generaciones e incluso afirma que el progreso de las sociedades descansa en él. Argumenta que el “desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo” (p. 217). Los padres habían sido hasta ahora “fuente de toda creencia” y de toda verdad, pero poco a poco las circunstancias le han permitido conocer a otras personas y comprender que sus padres están lejos de ser ideales. Así, en la adolescencia, “la fantasía … se ocupa en la tarea de librarse de los menospreciados padres y sustituirlos por otros, en general unos de posición social más elevada” (p. 218). El joven, en el mejor de los casos conflictuado con sus padres, enfrenta una inmensa tarea: si ya no quiero ser como ellos, ¿quién soy, entonces? Adentrarse en esa incertidumbre requiere una enorme valentía, que contrasta con la vulnerabilidad psíquica en la que se encuentra.
Françoise Dolto (1990), destacada psicoanalista francesa del siglo XX, describía la adolescencia como una “fase de mutación” y explicaba por qué, a su entender, la psique del joven es casi tan frágil como la del recién nacido. Dolto echa mano de la metáfora de un bogavante que, al crecer, pierde su caparazón. Sin su coraza, la langosta suele ocultarse bajo las rocas para protegerse. Se ha deshecho de su antigua capa y la nueva aún no termina de calcificarse. Si entendemos al adolescente como un ser que psíquicamente se ha desprendido de su sostén, entenderemos lo determinante que esta etapa es para la vida de las personas. Dolto considera que, si en esta etapa de vulnerabilidad los jóvenes reciben golpes, quedarán heridos para siempre, pues aunque un nuevo caparazón cubra las heridas y las cicatrices, no las borrará.
De ahí la importancia del entorno: los amigos y los adultos que hasta entonces jugaban un papel secundario adquieren relevancia en la educación de los jóvenes. El joven, señala Dolto (1990), es sumamente sensible a las miradas que recibe y a las palabras que percibe como dirigidas a él. Profesores, entrenadores y compañeros pueden, para Dolto, “favorecer la expansión y la confianza en sí mismos, al igual que el valor para superar sus impotencias, o, por el contrario, pueden estimular el desaliento y la depresión” (p. 19).
Esta etapa de vulnerabilidad psíquica contrasta con la fortaleza física. Por un lado, los adolescentes se sienten invencibles, nunca antes habían sido tan fuertes, tan altos ni tan bellos; por otro, son seres frágiles, que oscilan y dudan. La adolescencia, aunque su etimología refleja el dolor que provoca, es una edad fecunda, intensa y de una riqueza inmensa. Es una etapa de exploración, de búsqueda, de vacilaciones e indecisiones. La sexualidad deja de ser sólo una fantasía: el cuerpo ahora les permite una exploración y un goce hasta entonces desconocidos. En la inaugurada búsqueda de pareja y de nuevos modelos parentales, Freud hace un guiño a los desconcertados padres al afirmar que ese “afán por sustituir al padre por uno más noble no es sino expresión de la añoranza del niño por la edad dichosa y perdida en que su padre le parecía el hombre más noble y poderoso, y su madre la mujer más bella y amorosa” (p. 220).
Referencias bibliográficas
Aberastury, A (1998). Adolescencia normal. Paidós
Dolto (1990). La causa de los adolescentes. Cap. 1. El purgatorio de la juventud y el segundo nacimiento. Seix Barral.
Freud, S. (1992). Algunas consecuencias psíquicas sobre la diferencia anatómica de los sexos. Obras completas (Vol. 19, pp. 259-276). Amorrortu. (Obra original publicada en 1925).
Freud, S. (1992). La novela familiar de los neuróticos. Obras completas (Vol. 10, pp. 217-220). Amorrortu. (Obra original publicada en 1909).
Puig, M. (2009). Sobre la adolescencia: perspectivas clásicas y actuales. [Tesis doctoral], Centro Eleia.