Psicosomática y duelo. Un desenlace posible.

Por Conrado Zuliani

 El duelo, como reacción normal ante una pérdida, implica la operatoria psíquica que, al final del proceso, permitirá al yo perder lo perdido, es decir, poner o colocar lo perdido a cuenta del pasado. El quehacer clínico testimonia situaciones en las que este trabajo se ve entorpecido; no son pocas las ocasiones en las que un duelo deja tras de sí, tanto síntomas psíquicos, como padecimientos físicos de diversa índole, entre ellos, los psicosomáticos.

Pérdidas de personas que, en vida, tienen la función de sostener al yo, a la autoestima o al narcisismo de alguien, pueden producir, llegado el caso, un derrumbe del yo o una verdadera hecatombe física en el doliente. Por citar algunos ejemplos: el hombre que enviuda y, a los pocos meses, comienza con un cuadro de hipertensión; la mujer que se divorcia y, tiempo después, presenta una dermatitis, etcétera. La pregunta fundamental es: ¿qué función cumplía la persona que murió en el equilibrio psíquico de aquel que queda vivo? ¿Qué significado reviste ese objeto perdido para el sujeto?

Un gran acierto de Melanie Klein fue comprender que toda pérdida en el presente actualiza las pérdidas anteriores de la vida. De esta forma, el objeto que se pierde hoy, moviliza las huellas de las pérdidas del pasado. Si esas pérdidas pretéritas han podido ser tramitadas adecuadamente, el duelo actual podrá elaborarse; sin embargo, también pueden darse situaciones en las que, lo que se pierde en la actualidad “toca” o moviliza pérdidas arcaicas, primitivas, que no pudieron ser simbolizadas en su momento. Se ponen en movimiento marcas, tramas, huellas de aquello que, en el pasado, escapó a las posibilidades elaborativas del sujeto.

Entonces, en estas circunstancias, lo perdido se escabulle del recuerdo, del decir y del sueño (vías principales para el trabajo del duelo), permanece más allá de la posibilidad de ser simbolizado, puesto en el circuito de representantes de lo que llamamos “nuestra historia personal”. Se trata, según Víctor Alfredo Maladesky, de “experiencias emocionales tempranas [que] no han logrado inscripción o representabilidad (inconciente originario o escindido), debido a alteraciones del yo relacionadas con traumas tempranos o del desarrollo del aparato psíquico inherentes a las vicisitudes del vínculo con el objeto primario” (2005, p. 224).

Si el trauma es aquello que ha quedado arrojado fuera de toda construcción de sentido posible, sabemos, por nuestro trabajo clínico, que tendrá quizás tres destinos posibles: el retorno como compulsión a la repetición (siempre del mismo destino trágico), el acting out (como intento de la psique de desembarazarse de intensidades psíquicas que, por no poder ser pensadas, devienen insoportables) y las enfermedades psicosomáticas (como descargas en el cuerpo). Podría pensarse en lo psicosomático como una especie de acting corporal o la insistencia en el cuerpo de aquello que podría haber sido un pensamiento, un sueño, una palabra.

Lo no pensado, haciendo marcas dolorosas en el cuerpo, es un tropiezo de la simbolización de ciertas pérdidas que afectan lo corporal como un testimonio de aquello indecible. En estos casos, el pasado ni se olvida, ni es pasado. Es marca presente de aquello que ha quedado emplazado, más allá del lenguaje y la representación; imágenes faltantes de una pérdida que “enloquece” al cuerpo.

Si el tratamiento analítico puede ser considerado como un espacio de historización simbolizante, es allí donde, en varias oportunidades, aquello que, en su momento, quedó expulsado del sentido, puede enlazarse a un decir, haciendo de la pérdida, duelo; de la repetición, sueño; y de los huecos de la historia, territorio de una escritura posible de la misma.

 

Referencias:

Maladesky, A. V. (2005). Acerca del cambio psíquico y la intervención del psicoanalista en la actualidad. Psicosomática. Aportes teórico-clínicos en el siglo XXl (p. 224). Lugar Editorial.

Ferenczi, S. (1997). El diario clínico de 1932. Amorrortu editores.

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