¿Por qué el psicoanálisis no solo trabaja los síntomas?

Por Cristóbal Barud

Los inicios del método psicoanalítico estuvieron marcados por la atención de síntomas neuróticos en pacientes histéricas, aquejadas por parálisis extrañas u otras afecciones corporales, como cegueras inexplicables neurológicamente o dolores no dependientes de una lesión. Mediante su agudeza, Sigmund Freud fue capaz de comprender la raíz de dichos malestares, vinculándolos con ciertas dificultades psíquicas en torno a la sexualidad infantil reprimida. En un principio, el interés de la práctica clínica se centró en su eliminación, ya que las primeras teorías ofrecieron un marco fértil para escuchar y tratar a los pacientes como no se había hecho en la psiquiatría hasta el momento.

Posteriormente, el descubrimiento de la transferencia, a través del caso Dora, orilló a Freud a observar cómo el método no solo debía hacer consciente lo inconsciente, respecto al sentido de los síntomas, sino comprender la personalidad en su conjunto. Mediante las vicisitudes de este caso paradigmático, que terminó de forma abrupta, como producto de los conflictos infantiles depositados en la figura del terapeuta (los cuales también son parte del carácter), Freud comenzó a pensar en la eliminación de síntomas como, quizá, un proceso secundario a la comprensión de la historia y fantasías del paciente.

Los síntomas neuróticos, es decir, las manifestaciones de sufrimiento escandalosas con las que trabaja el psicoanálisis, en realidad, son formaciones destinadas a eliminar tensiones emocionales, y si se trabaja solo su comprensión o, incluso, su eliminación mediante estrategias represivas (como convencer, persuadir, etcétera), se corre el riesgo de que el síntoma se desplace a otro lugar, bajo una forma distinta. Esto se puede observar en las fobias infantiles que, cuando se trabajan mediante la represión, la distracción o el convencimiento, tienden a desplazarse hacia otro estímulo, de modo que el conflicto subyacente continúa existiendo. Asimismo, si se trabajara psicoanalíticamente en la traducción puntual de los elementos de la fobia de un niño, es probable que el trabajo quedaría incompleto, ya que se obviaría toda la trama personal y las fantasías implicadas en dicho síntoma, las cuales son la verdadera causa de angustia en el menor.

En el historial freudiano del pequeño Hans, un niño aquejado por la fobia a los caballos, se observa con claridad cómo la orientación de Freud, respecto del trabajo clínico con el niño, se decanta por describir el complejo mundo de fantasías y conflictos en torno al amor de sus padres, y no necesariamente por describir con puntualidad los elementos del síntoma, a la manera de los relatos de Estudios sobre la histeria. Dado que el inconsciente busca siempre la satisfacción de los deseos, atacar directo a la fobia o cualquier otro síntoma no hace nada por admitir dichos deseos en la consciencia, perpetuando la mudanza y transformación de síntomas sin un alivio o comprensión reales.

Sin embargo, la migración hacia el trabajo con los rasgos de carácter ofrece diversos retos terapéuticos. Mientras que los síntomas neuróticos provocan sufrimiento, dada su característica escandalosa e incapacitante, los rasgos de carácter son silenciosos en cuanto al malestar provocado, no así en cuanto a su capacidad de minar la salud o de rigidizar la vida. El problema con el rasgo de carácter reside en su consonancia con la conciencia, pues surge de la misma fuente de un síntoma neurótico, a saber: la necesidad de desahogar tensiones internas inconciliables para el sujeto. En contraparte, las resistencias frente a su desmontaje son siempre más intensas que al trabajar solo sobre los síntomas.

Actualmente, los pacientes consultan menos a causa de sus síntomas y más por dificultades de carácter, muchas veces encubiertas tras malestares vagos y persistentes. Con frecuencia, el paciente suele colocarse en una posición de sufrimiento, ignorando la responsabilidad y el papel propio en ello. En el psicoanálisis contemporáneo, la fluidez del carácter suele formar parte importante del proceso, ya que su rigidez surge de un aparato psíquico que difícilmente puede tolerar o admitir, de manera consciente, los conflictos y tensiones que conducen a su empleo como estrategia para lidiar con la riqueza de la fantasía inconsciente. La idea actual, surgida también de los postulados de Freud en Análisis terminable e interminable, es que la práctica analítica se asienta en el fortalecimiento del yo como instancia observadora: no mediante estrategias represivas, sino mediante la admisión y tolerancia de las complejidades y pasiones del mundo interno.

 

 

 

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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