Masturbación infantil: ¿cómo manejarlo como padres?

Por Magaly Vázquez

 

Quizás al leer el título del presente artículo pueda ser difícil integrar estos dos conceptos en nuestra mente porque aún se tiene la idea de que los niños son seres ajenos a la sexualidad y que, a diferencia de los adolescentes o adultos, no se encuentran interesados en la búsqueda de un placer corporal, por lo que la idea de que un niño pequeño se masturbe resulta angustiante para muchos padres.

Sigmund Freud fue el primero en manifestar que la infancia no es una etapa que transcurre de manera pacífica y armónica en su totalidad, sino que los niños atraviesan por distintas fases a lo largo de su desarrollo, las cuales están caracterizadas, en primer lugar, por zonas erógenas en el cuerpo que el niño explora con placer, debido a la libido que se deposita en ellas, así como a los distintos conflictos, fantasías y emociones muy intensas dentro de su mente. Al conjunto de estos primeros años de la infancia los llamó sexualidad infantil.

Después de las etapas oral y anal, cuando los niños tienen entre tres y cinco años, alcanzan la etapa fálica. Así como en las etapas previas la libido estaba depositada en la boca y el ano, ahora son los genitales los órganos que acaparan la energía del niño: comienzan a notar la diferencia de sexos y a preguntarse por qué los niños tienen pene y las niñas son distintas. Como resultado, se muestran curiosos acerca de su cuerpo, tocan sus genitales y sienten placer. Asimismo, se encuentran interesados en el cuerpo de otros niños, como hermanos, primos y, sobre todo, el de los padres; quieren mirar lo que hay debajo de la ropa, observarlos cuando van al baño, ducharse con ellos, etcétera. La curiosidad también se extiende a la vida privada de los papás, al embarazo y al nacimiento de los bebés: “¿Qué hacen mamá y papá cuando yo no estoy presente?”. Aunque los niños tratan de darse explicaciones ante estos sucesos, se muestran enojados y celosos cuando quedan excluidos del cuarto de los padres en las noches o cuando estos se van de viaje.

El juego, por ejemplo, es uno de los medios a través de los cuales los niños elaboran las fantasías y emociones propias de esta etapa. Juegan a “la casita”, en donde ellos mismos son padres de un bebé; meten dentro de su ropa un suéter o una pelota y juegan al “embarazo”; o juegan al “doctor” y exploran su cuerpo, entre muchos otros juegos.

Regresando a la masturbación, vamos a comprenderla como parte del conjunto de características que distinguen a un niño de esta edad y, por lo tanto, como una actividad esperable, saludable y placentera, a través de la cual el niño explora, descubre y conoce su cuerpo. Como padres, es importante evitar señalizaciones o actitudes que lo hagan experimentar culpa, vergüenza, o que sienta que es algo indebido, sucio o peligroso, que implica un castigo. Asimismo, debemos procurar llamar a los genitales por su nombre: pene o vulva.

Podemos hacerle saber al niño que el deseo de tocar sus genitales es normal, que se siente bien, pero también debemos ayudarlo a comprender que es una actividad que pertenece al ámbito de lo privado, es decir, cuando se encuentra solo en su cuarto o en el baño y con las manos limpias. Además, es una oportunidad para recordarle que su cuerpo y sus genitales únicamente pueden ser tocados o mirados por él mismo o por sus padres, y sólo cuando necesite ayuda, pero nunca por alguien más, aunque sea un familiar o un conocido.

Por otro lado, hay que estar atentos a señales que pueden alertarnos de que la masturbación ya no está funcionando como un medio placentero y exploratorio para el niño; por ejemplo, si observamos que lo hace de manera compulsiva y suple otras actividades importantes para el desarrollo, como el juego. En este caso, la masturbación estaría más ligada a la ansiedad y podría ser considerada un síntoma.

También es importante tomar en cuenta la edad del niño, pues como se mencionó antes, es una actividad normal y esperable entre los tres y los cinco años, por lo que, si un niño mayor se masturba, también podría estar ligado a la ansiedad, sobre todo si, aunado a ello, muestra dificultades en el aprendizaje, la socialización o el comportamiento en general. En ambos casos, sería conveniente acercarse con un psicoterapeuta para valorar la situación.

 

Referencias:

Freud, S. (2011). Tres ensayos de teoría sexual. Obras completas (vol. 7), Amorrortu editores.

Esquivel, F., Heredia, M., Lucio Gómez-Maqueo, E. (2010). Psicodiagnóstico clínico del niño. Manual Moderno.

Rangel, M. (2018). Psicoterapia infantil: un enfoque psicoanalítico. Trillas.

 

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