Los padres, maestros y terapeutas ante la adolescencia

Por Magaly Vázquez

La adolescencia implica un proceso necesario de crecimiento, transición y transformación psíquica, que le permitirá al joven alcanzar la madurez. La relación con uno mismo se transforma, así como el vínculo con las personas alrededor del adolescente, principalmente con sus padres. Estos, al igual que otros adultos que rodean al joven, como docentes, psicólogos escolares y terapeutas, se encuentran ante la compleja tarea que implica comprender y lidiar con su revolución interna.  

Cuando uno es niño, percibe a los padres de una forma idealizada, ya que existe la convicción de que estos lo saben y lo pueden todo, así como la certeza de que poseen la verdad absoluta. Debido a ello, no los cuestionan, se sienten seguros y protegidos, se muestran obedientes y amorosos, pues lo que más temen es perder su amor y aprobación. Es una percepción que también se extiende a la figura de los profesores u otros adultos en el ámbito escolar.

Sin embargo, cuando uno crece, es necesario que esta visión se transforme, que los padres caigan de este pedestal para construir una identidad más autónoma, que implique valores, pensamientos e ideologías propias. Como el adolescente amplía su mundo y se da cuenta de que los padres no son perfectos, se sumerge en un estado de confusión y decepción. Ahora, necesita anclarse en otro lugar, identificarse con otros, por lo que esa percepción que antes se tenía de los padres pasa a depositarse en los amigos, aunque, en ocasiones, también en algunos profesores u otras figuras platónicas, como artistas, líderes políticos, etcétera. Por lo tanto, es de suma importancia que el adolescente pertenezca a un grupo de amigos, pues son el “puente” y el sostén que le permitirá transitar este momento, probar cierta independencia y contener las emociones que se juegan en los años adolescentes.

Entonces, la actitud que ahora observamos del joven hacia sus padres y otros adultos representantes de la autoridad es de rebeldía, reserva, arrogancia y desprecio; cuestionan, desobedecen y pelean. En otros momentos, sin embargo, el adolescente busca, de nuevo, la compañía, la escucha o el consuelo de los padres, o incluso ser tratado como un niño. En realidad, todos estos ires y venires ponen de manifiesto el proceso interno de la dolorosa, pero necesaria, experiencia de separación de los padres y la búsqueda de autonomía. La actitud antes descrita es, en realidad, un funcionamiento necesario para poder renunciar a los padres y así, poder separarse de ellos. Más adelante, habrá un reacercamiento, pero de una forma distinta, más diferenciada, independiente y permeada, idealmente, por la gratitud y el reconocimiento de lo que los padres hicieron por uno.

Por supuesto, es un proceso también complejo y doloroso para los padres, quienes tendrán que, por un lado, tolerar que su hijo ya no sea un niño, empatizar con la necesidad del joven de alejarse y, al mismo tiempo, continuar desempeñando su función parental, es decir, la de mostrarse disponibles emocionalmente para sus hijos y limitarlos cuando sea necesario, aunque estos se resistan.

Existen adolescentes que pueden presentar dificultades más o menos graves en el proceso antes descrito, que no pueden dar el salto de lo familiar a lo social y, por lo tanto, hacia la autonomía. Son adolescentes que se muestran demasiado apegados y dependientes en el ámbito emocional hacia los padres, como los “niños bien portados”, que no dan problemas ni en casa ni en la escuela; o aquellos que son demasiado oposicionistas y usan el pleito como una manera de no renunciar a ese vínculo; o en otros casos, jóvenes cuya rebeldía no está al servicio del crecimiento, sino de la destrucción. Por otro lado, el que un adolescente se encuentre aislado, sin amigos o se una a un grupo tipo pandilla, también es un foco rojo importante.

Los profesores y quienes integran la comunidad escolar, también se enfrentan a la tormenta emocional adolescente y tienen una labor importante, que va más allá de transmitir enseñanzas: por un lado, fungen como figuras de contención e identificación; por el otro, son quienes pueden detectar situaciones de alarma.

Finalmente, en el ámbito clínico, los terapeutas que atienden adolescentes deben estar capacitados y entrenados para trabajar con este tipo de población, labor que resulta sumamente fascinante, pero que, a la vez, implica todo un reto.

 

En el curso “El adolescente: bien portado, rebelde o hermético. ¿Qué pueden hacer los psicólogos, maestros y padres?”, ahondaremos en la comprensión del proceso adolescente, su relación con los adultos, así como en las herramientas que pueden ayudar a distinguir entre las manifestaciones esperables y aquellas que necesitan de intervenciones específicas, tanto en el ámbito escolar como en el familiar y el clínico.

 

 

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