La supervisión, la contratransferencia y la identificación proyectiva (segunda parte)

Por Ana María Wiener y Denise Block

Hoy en día, la contratransferencia se considera una herramienta muy valiosa que nos permite comprender lo que le sucede a otra persona, a través de lo que nos hace sentir cuando estamos con ella. Pero esto no fue siempre así: Sigmund Freud consideraba que estas vivencias del analista debían tratarse en su propio análisis y en la supervisión didáctica, con la idea de que éste regresara cuanto antes a una postura neutral. En otras palabras, creía que la contratransferencia era un obstáculo, producto de puntos ciegos y conflictos en la mente del analista. 

Décadas más tarde, autores como Paula Heinmann en Inglaterra y Heinrich Racker en Argentina, se dedicaron a estudiar a profundidad las reacciones emocionales del analista frente al paciente. Ambos, con algunos años de diferencia, llegaron a la conclusión de que este fenómeno es una herramienta muy útil para comprender y comunicar al paciente lo que éste no es capaz de verbalizar. Además, la forma en que aparece da luz a fenómenos muy interesantes, por ejemplo, cómo el analista puede aliarse con una parte del paciente en particular; el superyó; algún objeto interno padre-madre; el niño sufriente, etcétera.

Este cambio en la forma de concebir la contratransferencia deviene, en gran medida, de la comprensión del mecanismo de la identificación proyectiva, propuesto primero por Melanie Klein, y que Wilfred Bion retomó por su cualidad comunicativa para explicar el origen del pensamiento. Klein describió la identificación proyectiva como la fantasía mediante la cual un paciente puede deshacerse de una parte de su mente y depositarla en otra persona. Lo curioso es que la persona que la recibe se identifica con aquello que se le introdujo: hostilidad, envidia, curiosidad, tristeza, desesperanza, y lo experimenta como propio. 

Según Danielle Quinodoz (2003), éste fenómeno se diferencia de la proyección simple, descrita por Freud, en la que el paciente expulsa de sí mismo un aspecto inaceptable, lo que provoca que se perciba al analista, al mundo y a la realidad de manera determinada. Por ejemplo, cuando el paciente nos atribuye un estado de ánimo: “Estás enojado”, “Hoy te ves triste”, “Parece que te molestó lo que te conté”. Una de las diferencias más importantes es que aquí el analista puede percatarse de que se le atribuye algo que él no siente y que su estado de ánimo, en ese momento, es distinto a lo que el paciente ve. De modo que uno puede interpretar que, cuando se nos percibe de esa manera, quizás algo tiene que ver con el paciente. A diferencia de esto, en la identificación proyectiva es el analista quien experimenta como propio aquello que se le proyectó. Uno puede salir de la sesión sintiendo una profunda tristeza, enojo, desesperanza y, por lo general, nos toma tiempo notar que ese estado de ánimo no es nuestro, pues le pertenece al paciente.

Volviendo a Bion: él pensó que este mecanismo tiene una cualidad comunicativa, es decir, a través de éste, el paciente pone fuera de sí mismo aspectos que, por el momento, no puede pensar y tampoco expresar verbalmente. El analista entrenado tiene la capacidad de recibir y detectar todo lo que el paciente coloca en él, para convertirlo en algo que pueda pensar y nombrar. De esta manera, se le puede describir en palabras al paciente aquello que no conoce de sí mismo. El manejo técnico de estos aspectos tan fundamentales permite hablar con el paciente de manera cercana.

La cuestión es que, en ocasiones, la identificación proyectiva es tan fuerte o sutil que se escapa de la percepción del analista. En estos casos, se requiere de una mirada externa a la dupla, capaz de detectar lo que ocurre en el proceso analítico. No importa qué tan avanzados estamos en el ejercicio de la profesión, el participar periódicamente en grupos de supervisión, agudiza estas herramientas.

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Referencias:

Etchegoyen, H. (2005). El concepto de contratransferencia. Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (pp. 297-311). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1986). 

Quinodoz, D. (2003) The Interpretation of Projective Identification. Words That Touch (pp. 93-118). Karnac.

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