El problema de la desinvestidura

Por Antón Aguilar

 

André Green (2015) puso de relieve el problema clínico de la desinvestidura. Se refería al retiro de la investidura, es decir, del interés libidinal, amoroso, pasional y vincular que podemos tener hacia alguien o algo. Es una erosión del entusiasmo y de la vitalidad, un quiebre de la ligazón y un repliegue hacia dentro, hacia la quietud y la calma más absoluta: la paz de los sepulcros. La vida y las relaciones humanas conllevan decepciones, errores y fracasos. Esto es inevitable y forma parte de la aventura de estar vivo. Es la frustración y el yerro lo que permite, como apunta Bion (2015), aprender de la experiencia; es a partir de la ausencia que la imaginación puede tomar vuelo. Sin embargo, hay una tendencia humana a evitar toparse con eso. Un deseo de replegarse frente al dolor que puede producir el mundo. Una huida y un encierro en un narcisismo que puede ser mortífero y que Green (2015) denominó “narcisismo negativo”.

            Freud postuló la idea de pulsión de muerte como un empuje interno hacia la destructividad y la reducción de las tensiones a cero. Un retorno a la nada. Green se apoya en esta idea para describir una corriente interna que empuja al individuo hacia la muerte psíquica: el desinterés, el vacío y la indiferencia.

El poder corrosivo de la desinvestidura puede tener distintas manifestaciones clínicas. Se puede decir al revés: diversas expresiones clínicas se pueden leer a la luz de la fuerza de arrastre de la desinvestidura. Esta fuerza es silenciosa y puede ser sutil o manifiesta, pero en todo caso apunta a la desvitalización afectiva y la inanición mental. Las adicciones, los trastornos de la alimentación y los trastornos del pensamiento pueden vincularse con este sepultamiento de la vida psíquica.

            Tengo la impresión de que el auge de la realidad virtual, en sus distintas vertientes, puede abonar a este problema en los pacientes y ofrecer un caldo de cultivo, una plataforma o un pretexto para que un sujeto se catapulte al abandono de sus vínculos libidinales. La realidad virtual puede ofrecer una vía expedita a la desmentalización con una oferta inagotable de entretenimiento y estímulos visuales que permiten encapsular y alienar al individuo tanto de la realidad interna como externa. Las redes sociales, por ejemplo, le pueden permitir a una mujer contar con muchas amigas a quienes no tiene necesidad de ver, y por lo tanto la liberan de las dificultades de la convivencia real. Es más sencillo para un hombre construir una ciudad con ayuda de la inteligencia artificial que construir una relación de pareja. No obstante, como decía el escritor Milán Kundera (2016): “la vida está en otra parte”. Ahora bien, la desinvestidura es un problema profundo que viene de más atrás y para el cual los desarrollos tecnológicos ofrecen un apoyo en verdad contingente. Se trata de un lío tan viejo como el amor o como las perturbaciones del amor. Una dificultad en el ser que trastoca la vida amorosa.

            El autor Yukio Mishima comienza su novela La corrupción de un ángel (2020) con una descripción desoladora de un paisaje marino:

La península de Izu quedó envuelta en la niebla. Durante algún tiempo dejó de ser la península de Izu. Era el fantasma de una península perdida. Luego desapareció por completo. Se había tornado una ficción en el mapa. Tanto los barcos como la península pertenecían al ‘absurdo de la existencia’… No vale la pena tomar en serio la pérdida de un universo. (p. 12)

La desinvestidura es como una niebla densa que poco a poco envuelve un territorio y lo hace desaparecer. Devora sigilosamente el afecto y la representación; rompe las ataduras con la vida y con el mundo. ¿Y qué se puede hacer frente a esto? ¿Cuál puede ser el antídoto cuando el vacío y la desesperanza dominan el espacio mental? Green (2015) propone que “la meta consiste en trabajar con el paciente en una operación doble: dar un continente a sus contenidos y un contenido a su continente, pero sin olvidar nunca la movilidad de los límites y la polivalencia de las significaciones, al menos en la mente del analista” (p. 65). El analista presta su mente, sus afectos y sus representaciones, en aras de contribuir a dar forma a algo que está en los límites de la figurabilidad, en el borde del agujero psíquico donde se intuyen mociones pulsionales que apenas dan señales de vida.

            Dice Green que las interpretaciones con pacientes donde prevalece este mecanismo deben ser “aireadas”. No han de ser constantes o avasalladoras, pero tampoco ser demasiado escasas o lejanas, pues nos movemos en el terreno de las ansiedades de intrusión y de separación. Deben formularse de forma que desbrocen un camino, en vez de cerrarlo. “Tal vez te sientes así…” en vez de “te pasa esto por esta razón”. De otro modo, la posibilidad de un acercamiento se desvanece como un pececillo que emprende una retirada asustadiza.

            Quizá cuando un paciente falta a la sesión, los analistas también tenemos a veces que lidiar con esa sensación de pérdida del interés en el paciente o en el método; movilizar los recursos afectivos internos en favor del vínculo frente a una situación que, como señalaba Horacio Etchegoyen (2014), nos puede arruinar un poco el día. Decía Ernest Renan (1987) que “la existencia de una nación es un plebiscito de todos los días, así como la existencia individual es una afirmación perpetua de vida” (pp.82-83).

 

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BIBLIOGRAFÍA

 

Bion, W. (2015). Aprendiendo de la experiencia. Paidós.

 

Etchegoyen, H. (2014). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Amorrortu.

 

Green, A. (2015). De locuras privadas. Amorrortu.

 

Kundera, M. (2016). La vida está en otra parte. Tusquets.  

 

Mishima, Y. (2020). La corrupción de un ángel. Alianza.

 

Renan, E. (1987). ¿Qué es una nación? Alianza.

 

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