El niño enfermo: ¿síntoma de los padres? Y entonces, ¿vale la pena trabajar clínicamente con los niños?

Por Martha Zorrilla

 

Es común desanimarse al trabajar en la clínica con niños, por pensar que se trata de algo así como una batalla perdida, pues “el problema son los padres”. Es cierto que las relaciones intrafamiliares son determinantes en el psiquismo de los niños y que los seres humanos somos el resultado de una compleja combinación de factores internos o innatos y de otros ambientales. Por lo anterior, la influencia que tiene la familia en la vida emocional del niño es irrefutable.

Sin embargo, también sabemos que, con las herramientas técnicas del psicoanálisis, permitimos que el paciente niño pueda lograr cierta autonomía en su funcionamiento psíquico; que pueda simbolizar, a través del juego y de la palabra, aquellas pulsiones y emociones que le provocan malestar; y que, con el trabajo sistemático de la transferencia en sesiones terapéuticas, es posible que sienta un alivio en sus síntomas y que, con ello, la dinámica dentro de la familia cambie.

El síntoma, por sí solo, ya nos dice que el niño tiene un sufrimiento mental. Podemos suponer, a nivel teórico, que el aparato mental del niño no está soportando el conflicto que resulta de las emociones internas y externas. Pero, lo más importante para el niño que llega al consultorio será que su terapeuta sea capaz de escuchar y de observar, en el juego, cuál es el significado que el síntoma tiene en la mente del paciente, cuál es su función.

Françoise Dolto, psicoanalista francesa reconocida por sus descubrimientos en psicoanálisis infantil, enfatizó la idea de que, parte de lo que enferma a un niño es aquello no verbalizado, los secretos que surgen, a veces, con la intención de proteger al niño de algún dolor, pero que, en realidad, resultan más patógenos que favorables. Por ejemplo, recuerdo el caso de una niña que había sido sometida, varias veces, a cirugías a causa de macrodactilia; los padres, en un intento por no hacerla sufrir de más, le inventaban historias que les parecían menos dolorosas que la descripción precisa de lo que pasaba en su mano. El resultado fue la percepción subjetiva de un cuerpo monstruoso que era diferente al de los demás y que la traicionaba recurrentemente. Una serie de dibujos reflejaron estas imágenes con claridad. El duelo por el padecimiento no podía ser elaborado de forma favorable porque no había una verdad que enfrentar. El síntoma de la niña era una gran dificultad para establecer relaciones sociales.

Desde esta misma perspectiva francesa, se piensa que la manera en que el complejo de Edipo se resuelve (o no se resuelve) es determinante en la sintomatología que el niño presenta. Supongamos que, si la madre pone al hijo en el lugar del padre, a manera de sustitución, ese niñito no podrá renunciar con facilidad a la fantasía incestuosa, dado que, en la realidad, se le está concediendo el “triunfo”. Por lo tanto, le será difícil construir relaciones sociales que no estén marcadas por rivalidades, celos y exclusiones del tipo Edípico, así como interesarse por la vida, más allá de lo intrafamiliar.

Entonces, insiste Dolto, no se trata de que sea culpa de los padres, sino que tanto ellos como los hijos pequeños son participantes dinámicos, no disociados por las resonancias inconscientes de su libido. Podemos pensar que la dinámica de la familia y la forma psíquica del funcionamiento de los padres iluminan nuestro trabajo como terapeutas para comprender, a profundidad, la problemática del niño y poder acercarnos, junto con él, a su propia verdad, aquella que habrá de afrontar.

          Clínicamente, Armida Aberastury nos advierte que, en la primera entrevista con los padres, es probable que la información que recuerden esté incompleta: en parte, por las resistencias, y en parte, por la culpa que consultar a un psicoanalista supone. También propone, muy acertada, que habrá que contrastar el motivo de consulta que los padres manifiestan con la fantasía de enfermedad y de cura que el niño comunique en sus propias sesiones diagnósticas. Esto significa que, lo que hay detrás del síntoma de un niño puede estar relacionado con lo que los padres piensan o con alguna otra situación que ellos desconocen y que es de naturaleza más inconsciente. Es el propio niño, en la intimidad del consultorio, quien podrá mostrarnos el significado detrás del síntoma que se ve.

          Por lo tanto, aunque existe una relación innegable entre el psiquismo de los padres y el de los hijos, me parece que el trabajo psicoanalítico con niños es un terreno fértil, en tanto que ofrece la posibilidad de acompañar al pequeño paciente hacia una manera diferente de situarse ante su propia vida y ante sus propios padres. La realidad externa seguirá siendo la misma, pero la idea será participar en la transformación de la forma en la que el niño asimila lo que la vida le ofrece.

 

 

Referencias:

 

Aberastury, A. (1962). Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Paidós

 

Dolto, F. (1965). Prefacio y palabras preliminares. En: Mannoni, M. La primera entrevista con el psicoanalista. Gedisa.

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