El caleidoscopio de la identidad

Por Alma Cecilia Gutiérrez

La conformación de la identidad se piensa dentro del psicoanálisis como un proceso creativo y dinámico que no puede darse por hecho con sólo “ser”. Se trata de un concepto cuya construcción no es definitiva ni se arma exclusivamente a través de las experiencias infantiles. También está la fuerza de las posibilidades adultas para reconstruirla, quizás incluso en una mejor versión de sí mismo. ¿Acaso las distintas versiones de sí mismo que adquiere el adulto en un gesto de maleabilidad le permiten modificar su estructura mental?

La identificación es un mecanismo esencial en la conformación de los procesos más básicos ‒y luego los más complejos‒ para armarse a sí mismo. En el “ser como el otro” se vislumbran posibilidades elaboradas de darse identidad, en tanto se señala un mínimo de diferenciación respecto del otro.

La identidad se compone también como un “alguien”, un “otro”, que el ser humano habita desde el inicio y que además ya le habita en sí como un objeto que es “el otro” y al mismo tiempo es “él mismo”. El sí mismo temprano y primitivo es el receptor de una identidad ajena que de manera simultánea lo constituye y lo construye en un ejercicio de apropiación para poder ser.

Si el yo es un conglomerado de identificaciones, en donde han anidado distintas variantes del sí mismo, y está ensamblado sin estar “pegado”, pero sí es poseedor de una forma esbozada, podríamos pensarlo como un caleidoscopio, cuyos pedazos coloreados, al girar, toman una forma distinta, sin que se pierda ninguna de las piezas que lo conforman internamente. Esos pequeños segmentos se agolpan en variantes casi infinitas que rítmicamente ‒y a veces con mayor o menor orden o coherencia‒ se acomodan según el vaivén que lo inspira. El sentido de identidad es sumamente inestable, como una entidad salvajemente fluctuante.

La teoría kleiniana expone la idea de la unicidad del yo y el objeto, que se da al inicio. La gradual adquisición de formas y dimensiones ‒pensada como una expresión plástica moldeada por las manos de un escultor que perfilan un algo‒ bosqueja un espectro de identidad con cierta autonomía respecto de los objetos que también están perfilados en el mundo interno, construidos a través de los mecanismos primitivos. En este emplazamiento, ¿dónde rastreamos la identidad?, ¿qué vino primero a construir una mínima porción del sí mismo: el objeto o ese yo, imitación del objeto?

¿Es el yo un poco menos auténtico que los objetos por tener el núcleo rebosante de mimetismo respecto a éstos? ¿Cómo sucede entonces que alguna suerte de procesos de separación-individuación puedan fortalecer una identidad separada, autónoma e independiente de los objetos que le han conformado con anterioridad desde su base? ¿Son acaso los objetos primerísimos el referente identificatorio sobre el cual se empujan los procesos de “rebelión” para ser distinto?

En la teoría kleiniana los conceptos de proyección e identificación son cruciales para comprender cómo se estructura el psiquismo primitivamente. Melanie Klein (1955) reconoce que la identificación es una secuela de procesos psíquicos más profundos y constituye una parte del desarrollo esperable. Para esta autora hay objetos que forman la base de complejos procesos de identificación.

El concepto de “asimilación” también es puntual en los temas que rodean la edificación del sí mismo. En la apropiación de las características o aspectos del otro y de los otros se van consolidando poco a poco aspectos propios, en una suerte de mecanismo que nutre al sí mismo. Para conformar-se, hay influencia de una dinámica interna que se integra en diversas habilidades, actitudes, cualidades, ingredientes y defensas.

En el inicio del desarrollo psíquico temprano, los mecanismos que se emplean para incrustar fragmentos del otro y nutrirse para construirse se ubican en el campo de una dimensión particular de ansiedades y relaciones de objeto. De manera paulatina, si los propios recursos lo posibilitan, se espera que el yo tienda a la integración ‒momentánea, fugaz tal vez‒ en la que también el sí mismo se cristalice de maneras más ajustadas tanto a la realidad interna como externa.

La presencia de otro que ofrezca una actitud generosa y dispuesta permite que uno experimente, apoyándose ‒quizás mimética y primitivamente al comienzo‒ en ese otro, cristales de identidad que pueden dar crecimiento gradual y despuntar hacia variadas direcciones. Es en la línea de la intimidad con el otro que se puede pensar en un margen mínimo de separación, que dé cabida a ese milimétrico espectro donde el sí mismo pueda tener expresión y, en los mejores casos, movimientos que denoten una soltura distinta.

James S. Grotstein (1981) habla de “objetos básicos de identificación primaria”, sobre los que también cobra forma el esqueleto identificatorio.

Previamente opera en la mente la repartición de aspectos y roles del primitivo sí mismo, conformándose una mínima diferenciación con el objeto, el cual se percibe como otro diferente del self.

Ante la posible identificación con este objeto, el self tiene un espacio, un personaje al cual poder recurrir para eslabonarse con otra cadena que brinde sostén a sí mismo. Los precarios sentidos de mismidad dejan rastros de sensaciones de fragmentación y, en palabras de Grotstein, dejan cierta predisposición a “hacerse pedazos”.

Los restos de una identidad hecha pedazos desde el inicio, como esas piezas sueltas del caleidoscopio, ofrecen un aumentado sentimiento de fragilidad y de vulnerabilidad exacerbada donde quien domina no es una parte más crecida del sí mismo. Esto es viable de observarse en la personalidad y en el carácter.

La identidad puede tomar variaciones en sus matices, también según los estados mentales predominantes, ya sea transitoria o más duraderamente. Si una parte más adulta ha logrado, por el mecanismo superior de la identificación introyectiva, inscribirse en la mente, el resultado del self y su relación con los objetos identificatorios que le componen serán unos muy peculiares. No sólo serán adaptativos, sino que podrán ser capaces de nutrir el sentimiento de sí con mayores ganancias que sólo escindiendo y repartiendo partes que dejen más vacío el self, el objeto y todo el contexto emocional en el que se mueven en lo profundo de la mente humana.

Las personas que buscan internarse en la aventura analítica con frecuencia descubren también que su identidad es cuestionada, a veces desde el motivo de consulta, que busca reencontrar la brújula perdida (si es que alguna vez hubo alguna). El trabajo en el análisis también apuntará a hallar la dirección para armarse una manera distinta, a la luz de los años y de la experiencia propia del trabajo en conjunto con el analista.

Justo con la persona del analista, los procesos identificatorios superiores mayormente ensamblados, destinados a funcionar (al menos de una manera más duradera) de mejor forma en la mente, posibilitan otro tipo de experiencias internas, de relaciones con los otros y consigo mismo y también de integración de la realidad interna y externa.

Se espera que, en la posibilidad identificatoria con el analista, se brinde a la identidad confianza y seguridad; y quizás transmitir la sensación de que “estará a salvo” la base del sentido de sí, y de los límites que resguardan el sí mismo para de esta manera integrar o ensamblar otras identificaciones posteriormente.

La identidad como un estado mental dinámico y cambiable tiene esperanzas de rearmarse, en función ahora del trabajo analítico que se realice. Implica potenciar los mecanismos que han quedado funcionando primitivamente para dar pie a un superior engranaje de consolidación del self desde otros aspectos que enriquezcan su carácter, su personalidad y sus vínculos.

En los tempranos momentos de la estructuración, se busca la diferenciación necesaria ofrecida por los elementos que supongan una identidad ajustada, armónica ‑no sólo hacia el plano de la funcionalidad, sino cada vez hacia mayor profundidad y complejidad.

¡Qué masa arenosa tan volátil parece de pronto la identidad! ¿Cuánta fuerza se requiere para cohesionar ingredientes o cualidades capaces de contenerse y contener a otros, y así ofrecer una forma que cabe, y al mismo tiempo el contenedor mismo que dé sentido a la experiencia básica de saber quién es uno? Convertir esa masa etérea en cristales con cuerpo, que armen un caleidoscopio juguetón y luminoso, sería una meta preciosa a la cual acceder.

La compleja capacidad de diferenciarse del otro, a través de diferenciarse a sí mismo, se convierte en una labor que no está dada sólo por cursar madurativamente a través del desarrollo y las etapas evolutivas. ¡Como si se diera por hecho un espejo en el cual el reflejo ya está posicionado con firmeza como parte inherente al existir! Y que, en esa aparente sintonía, a quien se ha reflejado sólo le queda disfrutar de esa imagen sobre la que prevalecen el control y el dominio. ¡Como si el puñado de cristales caleidoscópicos se armaran en hermosas formas por sí solas y por sólo existir!

El trabajo de construirse implica enormes montos de energía proveniente de todas direcciones; los factores internos que empujan a sostener y a tolerar el dolor mental del armado mismo de las piezas identificatorias implica integración y, por lo tanto, una fuerza que ha de mantenerse en un continuum. A esto se añaden los factores externos sobre los cuales es posible apoyarse en conjugación con lo interno ‒y, subrayaremos, con la balanza ladeada hacia el punto de vista constitucional.

La identidad como esa aparente masa arenosa inicial puede quizás aglomerar(se) bajo distintas formas a la luz del tubo caleidoscópico refulgente de cuentas brillantes que enriquecen dinámicamente la vida de ese ser humano; con todo el dolor que su vida contenga, ese sí, dado por hecho.

Referencias

Grotstein, J. (1981). Identificación proyectiva y escisión. México: Gedisa.

Hinshelwood, R. (2004). Diccionario del pensamiento kleiniano. Buenos Aires: Amorrortu.

Klein, M. (1955). Sobre la identificación. En Obras completas, 2. México: Paidós.

Meltzer, D. (1974). Los estados sexuales de la mente. México: Jaime del Palacio.

—————. (1997). Sinceridad y otros trabajos. Obras escogidas de Donald Meltzer. Buenos Aires: Paidós.

Pico, L. (2006). Identificaciones inconscientes. México: Centro Eleia. Tesis de Doctorado en Clínica Psicoanalítica.

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