Diplomado «Supervisión. Diagnóstico y estrategias clínicas»

Por Jorge Salazar

 

En su vertiente terapéutica, el psicoanálisis tiene como objetivo principal el esclarecimiento de los conflictos inconscientes, que subyacen en las manifestaciones neuróticas y en los trastornos del carácter. Lo anterior constituye la premisa fundamental del método psicoanalítico; al mismo tiempo, le otorga su sello distintivo y lo diferencia de otras modalidades psicoterapéuticas que prescinden de la exploración del inconsciente, rechazan su papel en la etiología de las neurosis o niegan de plano su existencia.

 

Para el psicoanálisis, la causa principal de las perturbaciones emocionales y anímicas reside en las vivencias infantiles reprimidas que afectan indefectiblemente el desarrollo psicosexual y moldean la personalidad. Es el pasado infantil el que se agita en el inconsciente y determina, en gran medida, las conductas ulteriores del individuo sin que este se percate de ello.

 

Es innecesario considerar que las impresiones de la infancia, que son objeto de la represión, sean solo aquellas provistas de un contenido extraordinario, inusual o traumático, pues lo son incluso las experiencias habituales y ordinarias que forman parte del curso normal del desarrollo emocional. La acción de la represión no es resultado de la mera contingencia particular, debido a la presencia de acontecimientos desafortunados en la infancia. Por el contrario, la represión es necesaria, ineludible y tiene una propiedad universal y constitutiva del aparato mental. Es decir que, posibilita la separación estructural entre los ámbitos (pre)consciente e inconsciente, que conforman la totalidad del psiquismo.

 

La explicación de este hecho de indudable trascendencia en la teoría y la práctica psicoanalíticas reside —a decir de Sigmund Freud— en el desfase natural que existe entre la vida pulsional ―el cual se manifiesta con toda su vehemencia desde el nacimiento―, y un yo precoz, inmaduro y aún en desarrollo ―que adolece de la capacidad de contender con las exigencias pulsionales―. Por este motivo, Freud concibe la represión como un intento de huida, una defensa, desde luego, que conjura parcial y temporalmente la amenaza que los afectos adheridos a las pulsiones representan para el incipiente yo, en espera de que, al alcanzar su pleno desarrollo, la angustia disminuya y la represión sea relevada por una suerte de posrepresión, que admita de manera consciente los contenidos pulsionales, ahora sin ocasionar un conflicto psíquico. Mientras esto ocurre —si es que en realidad llega a ocurrir—, las vivencias infantiles reprimidas constituyen la trama y la urdimbre del tejido inconsciente.

 

En diversos escritos, Freud insiste en que las representaciones desalojadas de la conciencia, por la acción de la represión, no permanecen inertes, sino que ejercen su influencia perniciosa desde el inconsciente. Así, los deseos y fantasías inconscientes encuentran, a través de sus retoños, desplazamientos y formaciones de compromiso; modos desfigurados de expresión que se vinculan con nuevas representaciones psíquicas, pero conservan los montos de afecto, por lo general de angustia, que llevaron precisamente a su represión.

 

De esta manera, es factible comprender el carácter enigmático que encierran los síntomas de cualquier afección, los sueños e incluso los rasgos de personalidad y los atributos de la identidad individual, pues cada una de estas manifestaciones tiene otra cara que no es visible a primera vista. En otras palabras, las expresiones psíquicas, normales y patológicas poseen al menos un doble sentido —manifiesto y latente—, o mejor dicho, una pluralidad de significados y sentidos que solo es posible indagar mediante un método adecuado para ello.

 

Más aún, si seguimos este hilo argumentativo, podemos aseverar que no existe una motivación humana, un propósito o una intención deliberada, voluntaria y consciente que no esté influida, a su vez, por los contenidos inconscientes y el pasado infantil. Por este motivo, Freud llegó incluso a cuestionar la facultad de libre albedrío, pues, por más que una persona crea actuar y decidir en libertad, en realidad lo hace bajo la determinación de diversos aspectos internos que desconoce de sí misma.

Si bien, lo anterior inflige una dolorosa herida al narcisismo y a la vanidad humana, no es un argumento que en la actualidad continúe esgrimiéndose en detrimento de la dignidad personal, sino todo lo contrario. Con este se reconoce la insoslayable falta estructural de la condición humana, que es, de hecho, la tarea fundamental que persigue la experiencia psicoanalítica: llegar a saber acerca del propio deseo, escamoteado por las versiones alteradas, deformadas y falsificadas que se crea engañosamente uno mismo —con la discutible ayuda de la variopinta oferta de imaginarios sociales―.

 

El dispositivo psicoanalítico fue creado por Freud para este fin y, aunque reconocemos que la teoría psicoanalítica ha tenido desde entonces diversos desarrollos que la enriquecen con nuevos aportes y contribuyen a la ampliación y profundización de la comprensión de la realidad psíquica, el método psicoanalítico permanece inalterado en lo esencial. La escucha psicoanalítica no tiene parangón con ninguna otra modalidad de atención clínica o de intervención psicoterapéutica. Mientras que estas suelen circunscribirse al entendimiento de la significación implícita en las manifestaciones objetivas —como la información documental, la compilación de datos, el reconocimiento de signos y el sentido del contenido del discurso manifiesto del paciente—, aquella privilegia el discernimiento de los contenidos inconscientes, latentes o reprimidos, marcadamente subjetivos, que de forma sutil se expresan en el material verbal, preverbal o paraverbal, al igual que acontece en el vínculo transferencial y en las formaciones de compromiso, como son los síntomas y los sueños, entre otras.

 

El inconsciente no comparece cuando se le acecha, o pasa inadvertido frente al analista cuando este no se coloca en el lugar correspondiente. En no pocas ocasiones, el impedimento para establecer el genuino diálogo psicoanalítico, así como la resistencia que dificulta la emergencia del material inconsciente en la sesión, no proviene del paciente, sino del propio analista. No obstante, cabe agregar que colocarse en el lugar del analista es la pieza de la formación profesional del psicoanalista más difícil de comprender, de manera particular, —por sencillo que parezca— y entraña muchas horas de práctica, a fin de adquirir su relativo dominio.

 

La aparente facilidad con la que, en la teoría, se estudian y comprenden conceptos como asociación libre y atención flotante, contrasta con la dificultad de aplicarlos en la práctica, como se constata con frecuencia en los materiales clínicos que los analistas en formación suelen presentar en la supervisión. De ahí la importancia de esta última actividad, uno de los pilares que conforman el trípode sobre el que se edifica el ejercicio profesional del analista en ciernes, y cuya función inicial es acompañarlo en la aplicación apropiada del método psicoanalítico, con el propósito de ayudarlo a dar cabal cumplimiento a su noble oficio.

 

En el diplomado “Supervisión. Diagnóstico y estrategias clínicas” revisaremos las implicaciones de la supervisión en la formación del analista y estudiaremos los fundamentos de la teoría y práctica psicoanalíticas, con el objetivo de establecer los límites y alcances del método psicoanalítico en el tratamiento de las diversas afecciones psíquicas.

 

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