¿Cómo ayuda la psicoterapia a los adolescentes?

Por Javier Fernández

“Ustedes no me entienden”, “me tienen harto, siempre es lo mismo”, “¿por qué me quieres cortar la libertad?”, “déjame solo”, “no entiendo por qué no quieres dejarme salir” son quejas y reclamos frecuentes que los adolescentes hacen a sus padres y/o figuras de autoridad. Más allá de la rebeldía, arrogancia e inmadurez que se leen en estas frases, no hay que perder de vista lo que hay detrás: la sensación de extrañeza, de no sentirse perteneciente al grupo familiar y ser un miembro desconocido por quienes lo rodean en casa. Esto refleja el dolor que hay detrás del reclamo. Los amigos son oxígeno puro ante el atrapamiento que sienten no solo por la comunidad de los adultos dentro y fuera del hogar, sino también por su propio cuerpo. Recuerdo a un adolescente que me decía: “hay una canción que describe lo que estoy viviendo; el nombre de la canción es: My Body is a Cage (mi cuerpo es una jaula)”. Encerrado en un cuerpo desconocido que impone sus cambios físicos y sexuales y del cual tendrá que salir sin abandonarlo, solamente podrá integrar aquellas sensaciones que vivía como ajenas a sí mismo al dejarse llevar por el vínculo afectivo que se establece con un otro. 

 

Las palabras de cuidado y protección se viven invasivas; se convierten en un ruido intolerable porque la sensación de autosuficiencia es una de sus principales características; se sienten omnipotentes y no necesitan del adulto porque este se les impondrá de forma autoritaria. La máscara del egocentrismo y la armadura de la soberbia esconden a un niño indefenso y vulnerable que tiene temor de crecer y enfrentarse a la posibilidad de equivocarse; un niño que equipara la gratitud con sometimiento.

 

La búsqueda de independencia es exhaustiva. Comienza por vivir en el nuevo “clan”. La adhesión a los padres se transfiere a los miembros de este nuevo grupo. Las identificaciones son momentáneas pero intensas, ya sea que estén matizadas por ideas religiosas, políticas o revolucionarias, o bien por tendencias musicales, artistas y/o influencers. Se mimetizan y dejan de ser “yo” para ser “nosotros”. Dentro de la convicción de “todos somos iguales” tendrán que encontrar su propia identidad, independiente del núcleo familiar, del grupo de pares y de la idealización de figuras que son inalcanzables.

 

Me parece importante describir lo que impacta en la mente entrar a la adolescencia para fundamentar la respuesta al título de este artículo: ¿cómo ayuda la psicoterapia a los adolescentes? En los últimos años la mayoría de mis pacientes adolescentes son quienes piden ingresar a un proceso de terapia. Las motivaciones son diversas, ya sea que busquen una alianza para ir en contra de los padres o que les dé una solución precisa de sus conflictos y/o consejos específicos acerca de una decisión. La desilusión de darse cuenta de que esta no es la finalidad en un tratamiento terapéutico se disipa cuando el adolescente se interesa en conjunto con su terapeuta por su mundo interno y el impacto que tiene en él. Lo que descubre de sí mismo genera que aquellas partes que sentía divididas se integren en la anhelada identidad que con anterioridad intentaba consolidar en la realidad externa, la cual solía ser producto de sus proyecciones.

 

El espacio terapéutico se convierte en un lugar sin tiempo. Un paciente sorprendido me decía: “es que aquí no hay pasado ni futuro; como que entramos en una pausa y, cuando acaba la sesión, salimos”. Los encierros de la mente adolescente pueden ser su propia infancia o su anhelo maniaco por llegar a la adultez. Hacer una “pausa” en la sesión permite entender las motivaciones inconscientes que les impiden salir. Se encuentran con el hecho de que la libertad está dentro de su mente y no en la rebeldía impulsiva y arrogante que quería romper con el sistema del mundo externo.

 

El simple hecho de escucharse a través del terapeuta implica una herida al narcisismo. Un paciente en sesión me dijo: “ahora sí te darás cuenta de quién soy. Con el tiempo me he quitado la armadura de la soberbia y soy más sincero no nada más contigo, sino también conmigo”.

 

El contacto con el adolescente no puede perder la esencia del trabajo terapéutico. Pronto tendrá que entender que el terapeuta no es un amigo que lo escuchará para calmarlo ni un padre o madre que lo regañará o un profesor que lo educará. La transmisión de las intervenciones no busca cumplir con las expectativas que tienen la escuela, los padres o el mismo adolescente sobre la terapia. El análisis no es “normalizar” al adolescente; hay que ayudarlo a pensar sobre la experiencia y a que se haga responsable de su mente. A mi parecer, esa es la verdadera independencia. 

 

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