La supervisión clínica como experiencia de crecimiento personal y profesional

Por Julia López Vázquez

En el tratamiento de un paciente complejo, la supervisión resultó clave para comprender su funcionamiento psíquico. Una observación de mi supervisora privada me permitió identificar un rasgo perverso en su estructura, lo cual me brindó alivio y claridad diagnóstica. Sin embargo, esa misma claridad me llevó, casi sin darme cuenta, a quedar anclada en una única perspectiva, lo que limitó mi capacidad para ampliar la comprensión del material.

Recientemente, tuve la oportunidad de revisar ese mismo material clínico con el Dr. Javier García, analista invitado de la Asociación Psicoanalítica de Uruguay, en el marco de la materia de Supervisión del Doctorado en Clínica Psicoanalítica del Centro Eleia. Fue una experiencia sumamente enriquecedora, que me permitió mirar al paciente desde un ángulo completamente distinto.

Quisiera destacar, en primer lugar, la actitud del supervisor: serena, empática y atenta. Esta disposición facilitó que mis compañeros y yo nos sintiéramos cómodos para participar activamente. En segundo lugar, me impresionó su genuino interés por comprender, sin prisas, el funcionamiento mental del paciente.

La incógnita central giraba en torno a si el paciente presentaba un funcionamiento predominantemente neurótico o más grave. Mientras yo sentía la urgencia de llegar a una conclusión clara (tal vez impulsada por el deseo de “aprovechar” el tiempo), el supervisor se permitía explorar sin apremio. Comentaba aspectos obsesivos, histéricos, preedípicos y edípicos del paciente, introduciendo con calma elementos teóricos que, al ser abordados sin apresuramiento, adquirían mayor sentido.

Este enfoque se evidenció especialmente al analizar un sueño del paciente. El supervisor valoró mi interpretación inicial, pero subrayó la importancia de permitir que el paciente siguiera asociando libremente. Es decir, había que dejarlo hablar, seguir explorando, sin forzar un sentido ni apresurar la comprensión.

De todas las ideas que surgieron en ese encuentro, la que más resonó en mí fue la invitación a tolerar la incertidumbre, a convivir con el no-saber y a reconocer que muchas veces no entendemos, y que eso también forma parte del trabajo clínico. Además, advertí que hasta entonces me había privilegiado únicamente la mirada de mi supervisora. Si bien es una perspectiva amplia y útil, no deja de ser sólo una entre muchas.

Supervisar el mismo material clínico desde otra óptica me permitió reconocer tanto la riqueza como la incomodidad que implica pensar una misma mente desde ángulos diversos. El supervisor invitado me hizo notar cómo una de mis intervenciones pudo haber limitado las asociaciones del paciente. Esta observación me llevó a reflexionar sobre el valor de esperar, de escuchar con mayor apertura y de revisar mis propios sentimientos de desilusión al advertir que quizá me había apresurado con la interpretación.

Con el paso de las sesiones, comprendí algo que muchos profesores suelen repetir: el paciente ofrece continuamente nuevas oportunidades para volver a pensar un tema e interpretar aquello que antes no pudo ser comprendido por el terapeuta. Esta nueva perspectiva me movió del lugar “seguro” en el que me encontraba. Comprendí que crecer como terapeuta implica atreverse a salir de ese refugio, aunque ello conlleve cierto grado de angustia.

La supervisión clínica es valiosa no sólo para pensar la transferencia, sino también para elaborar nuestras ansiedades de castración y heridas narcisistas como terapeutas. En materiales complejos, como el de este paciente, estas dinámicas se intensifican: su narcisismo frágil activaba defensas que me afectaban contratransferencialmente. Esto me confrontó con la necesidad de trabajar mis propias vulnerabilidades para poder sostener el proceso terapéutico y recibir la retroalimentación de los supervisores.

La supervisión, además de ser un espacio de aprendizaje técnico, es también un trabajo emocional. Implica reconocer la asimetría con el supervisor, aceptar la inmensidad del aparato psíquico humano y asumir lo mucho que aún nos falta por aprender. Por eso, la práctica clínica va necesariamente de la mano con nuestro análisis personal, que nos permite identificar aquellos aspectos internos que interfieren con nuestra capacidad de aprender.

Después de algunos años de supervisión, hoy puedo decir que disfruto mucho más de cada encuentro. Esto se lo debo a los supervisores del Centro Eleia, cuya actitud de paciencia, generosidad y profesionalismo ha sido fundamental para mi crecimiento. Poco a poco, he podido identificarme con estas figuras, lo que me ha dado confianza para desenvolverme con mayor seguridad en la clínica y comenzar a descubrir mi propio estilo.

En definitiva, la supervisión no es sólo un espacio técnico de análisis y revisión de pacientes, sino también un escenario privilegiado de transformación personal. No existe una única forma de mirar, de interpretar o de intervenir. Y precisamente en esa diversidad de miradas radica la riqueza del psicoanálisis.

 

 

Bibliografía:

Bion, W. R. (1962). Aprendiendo de la experiencia. Editorial Paidós.

Kernberg, O. (1975). La contratransferencia. En Borderline Conditions and pathological narcissism. Jason Aronson, inc.

Ríos, K., & Castillo, M. (2025, 28 de abril). Angustia de castración: Vigencia teórica y observaciones en la vida cotidiana. Centro Eleia. https://www.centroeleia.edu.mx/blog/angustia-de-castracion-vigencia-teorica-y-observaciones-en-la-vida-cotidiana/ 

 

 

 

 

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