Del Edipo al vacío: el padre ausente en la narrativa contemporánea
Por Andrea Amezcua Espinosa
Estar ante los padres, esos titanes para algunos o figuras ausentes para otros, ha sido motivo de exploraciones literarias a lo largo de los siglos. ¿No es la pregunta por el origen la fuente inagotable de la creatividad? ¿De dónde vengo? ¿Quién soy yo respecto a aquellos que me trajeron a la vida? ¿Con qué deseo fui llamado a la existencia? ¿Quiénes son mis padres? Desde el psicoanálisis, esta última pregunta puede responderse como aquellos que castran al mismo tiempo que libidinizan, o que erotizan el cuerpo con sus cuidados y atenciones, pero que no actúan sobre dicha excitación y, por tanto, constituyen el núcleo de la subjetivación. Freud habló sobre la inevitable dependencia humana: nuestra existencia está marcada desde el inicio por la vulnerabilidad. Entonces, madre y padre, o quienes ejecuten sus funciones, son aquellos que cuidan y otorgan un sentido a toda la experiencia caótica de la temprana infancia.
En la novela de El camino (2007) de Cormac McCarthy, tras la extinción masiva de los seres vivos, se produce un escenario catastrófico para un padre y un hijo que se encuentran en búsqueda de la supervivencia en un mundo postapocalíptico. Con excepcional maestría, McCarthy narra la deshumanización, los actos de canibalismo, y la crueldad extrema de un mundo sin Ley. No sólo se trata de la muerte del padre real, tal como acontece en la novela, sino también, en el plano de lo simbólico, de la verdadera ausencia de la Ley, que irrumpe con violencia en la vida de los personajes. En dicha novela, el padre constantemente le repite a su hijo que ellos “llevan el fuego”, en alusión tal vez a la civilización, pero aún más a la posibilidad de representar la decencia y la dignidad humana en un mundo sin Ley. El respeto y el cuidado por la vida parecen contraproducentes para los sobrevivientes de un mundo que ya no se preocupa ni cuida al otro.
El hijo, frente a su padre, es la voz de la conciencia moral, aquella que le exige (no sólo le sugiere) a su progenitor que actúe como tal. Un grito al orden, un llamado exaltado al registro de lo civilizado, lo humano y, por tanto, aquello que lleva el “fuego” en su interior. Aunque la literatura pone ejemplos drásticos, como en el caso de la novela mencionada, también la vida cotidiana ofrece ejemplos claros del caos y la barbarie que representa la paulatina desaparición de la función paterna. Los individuos caen en la seducción de la fusión, del goce irrestricto. Todo corte implica una cicatriz, que es muestra del dolor, pero también de que ahí algo sanó.
Recalcati, en El complejo de Telémaco (2013), pone sobre la mesa de discusión el eclipse de una función de padre frente a la de un cómplice. La función paterna no se hace presente en la sociedad ni en las familias; ha quedado irrevocablemente alterada. No es una apología nostálgica la de Recalcati, sino más bien la posibilidad de pensar (y pensarse) en un nuevo régimen. Retomando el texto de ficción de McCarthy, se puede añadir que el hijo, al dejar atrás al padre, no olvida llevarse el fuego. La función simbólica termina por ser preservada. No ya como antes, pero sí con la esperanza de un nuevo tiempo.
Vivir en un universo como el que sugiere Recalcati postula interrogantes para las nuevas configuraciones familiares y sociales. Cuestiones que no pueden ser evadidas. Tal vez la literatura, la ficción, sea sólo un pretexto más para sopesar la intrincada trama identificatoria entre las generaciones. Y así dar luz y nacimiento a un nuevo sentido.
Referencias:
McCarthy, C. (2007). El camino. Debolsillo.
Recalcati, M. (2013). El complejo de Telémaco. Anagrama.