La importancia del juego en el desarrollo del niño

Por Patricia Bolaños

El juego no es solamente una de las actividades más características del modo como se comporta un niño, sino que posee múltiples funciones que forman parte esencial de su desarrollo. A través del juego el pequeño integra su mundo afectivo, identifica y conoce sus propias emociones, así como las de los demás. Esto podemos observarlo, por ejemplo, cuando los niños juegan a estar tristes, enojados o muy contentos, simulando diferentes situaciones.

El juego también les permite explorar distintos aspectos de su ámbito social; identifican ciertos roles al jugar a ser adultos, a trabajar en alguna cosa u oficio. Asimismo, jugando les será posible adquirir y fortalecer sus nociones cognitivas, como repasar los números al jugar a las “escondidillas” o utilizando los dados en un juego de mesa. Del mismo modo ocurre respecto al desarrollo de sus habilidades físicas, ya que éstas mejoran cuando corren, saltan, trepan, etcétera.

Ahora bien, me gustaría enfocarme en la importancia que el juego posee para el desarrollo psíquico del niño y cómo su comprensión nos permite entender de manera profunda la mente infantil.

A través del juego, el niño elabora los conflictos centrales a los que se enfrenta su mente. Una de las primeras problemáticas que surgen en el desarrollo es la separación: asumir que el otro tiene una existencia aparte de la propia y, después, tratar de entender qué sucede con la otra persona cuando no está –“¿desaparece?, ¿regresará?”–. En este momento nos encontramos con uno de los juegos más tempranos: esconderse detrás de una sabanita y aparecer inmediatamente, también conocido como peek-a-boo, mediante el cual el bebé trata de elaborar la ausencia del objeto. Los terapeutas dedicados al trabajo clínico con niños, están familiarizados con el juego de las escondidillas en el consultorio dentro del contexto de una interrupción por vacaciones o incluso en fines de semana.

Más adelante, conforme los pequeños van descubriendo su cuerpo y el de la madre, muestran interés por los huecos; les agrada llenar y vaciar cosas. Los juguetes que permiten hacerlo son sus predilectos a esta edad. En el consultorio, los niños suelen introducirse en distintos espacios, debajo de algún mueble, por ejemplo, o vaciar su caja de juegos. Así, se elabora el interior y el exterior, “¿qué está adentro o afuera de mi cuerpo, del cuerpo de mamá, del de mi analista?

Cuando se está consiguiendo el control de los esfínteres, el interés lúdico está puesto en la tierra y el agua, que representan simbólicamente la orina y las heces. Al manipular estos elementos, el niño experimenta el placer de ensuciarse y de controlar por medio del juego lo que pasa en su cuerpo.

Después de los tres años, el pequeño se encuentra sumamente atraído por la diferencia entre sexos y la relación de los padres. Juegos como “el doctor”, “la casita”, tienen la finalidad de elaborar estos temas que son centrales en la mente del niño, como lo son también las emociones vinculadas a los celos, la curiosidad, la exclusión y la rivalidad.

Alrededor de los cinco años, identificarse con el padre del mismo sexo se convierte en una de las tareas más destacadas. Entonces, los varones se encuentran fascinados con superhéroes, pistolas y espadas, haciendo una introyección del rol masculino. Entre tanto, las niñas prefieren juegos con bebés, hacer la comidita, en un intento también de identificarse con las funciones maternas.

Al entrar a la escuela primaria, durante el período de latencia, los intereses se modifican, a los niños les gusta usar juegos de mesa, de azar, como una forma de poner a prueba sus capacidades y dejar de lado la sexualidad infantil. A partir de los siete u ocho años y hasta llegar la pubertad, el cuerpo tiene un rol fundamental. Los chicos buscan jugar a la lucha, a las carreras, fútbol, para reafirmar la habilidad de su cuerpo confrontada a la de sus pares.

Durante la pubertad, los juegos sexuales tienen una intención lúdica, de exploración y conocimiento. Los besos y las caricias apuntan a descubrir las nuevas sensaciones que experimenta su cuerpo sexuado.

El niño que juega bien, tranquilo, con imaginación y de acuerdo a las características que corresponden a su edad, muestra un desarrollo saludable. Por el contrario, aquellos que presentan un juego rígido, sin imaginación y que tiende a ser regresivo, nos señala problemas en su desarrollo emocional.

Referencias bibliográficas:

Aberastury, A. (1968). El niño y sus juegos. Buenos Aires: Paidós.

Esquivel, F. (2010). Psicoterapia infantil con juego. México: El manual moderno.

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