Taller Psiquiatría y psicoanálisis para la salud mental

Por Jorge Salazar

El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, y el padre de la psiquiatría moderna, Emil Kraepelin, fueron estrictos contemporáneos. Ambos nacieron en el año de 1856, este último en el Imperio prusiano, apenas unos meses antes que el primero, quien nació en territorio del vasto Imperio austro-húngaro. Los dos autores escribieron su influyente obra teórica en lengua germana durante un periodo dilatado de tiempo, aunque si bien Freud alcanzó los 83 años de edad, Kraepelin tuvo una vida relativamente más corta, pues murió poco después de cumplir los 70.

No obstante lo anterior, estos dos hombres nunca se conocieron y, contrario a la costumbre de la época que, como sabemos, Freud cultivó meticulosamente, tampoco mantuvieron una relación epistolar. La fama en vida de ambos, sin embargo, llevó a que cada uno conociera la obra escrita del otro y se pronunciara acerca de su trabajo. Freud, concentrado como estaba en la creación de una nueva ciencia, fue indiferente al esfuerzo de sistematización del saber psiquiátrico que emprendió Kraepelin con la propuesta de una nueva clasificación de las enfermedades mentales y su fuerte concepción sobre la causalidad orgánico-cerebral. Para aquél, no había en la psiquiatría contemporánea ninguna innovación digna de ser considerada y, más bien, situaba su propia obra en la vanguardia de los desarrollos de la medicina de la época.

Por su parte, Kraepelin, como todos los médicos y científicos de entonces, formados bajo los férreos postulados positivistas, fue renuente a admitir la seriedad de las investigaciones del genio vienés y la validez de sus originales descubrimientos. De hecho, consideraba al psicoanálisis como una desviación del dogma científico que llevaba al clínico y al investigador a incurrir en el error (Martínez-Hernáez, 2018; Trede, 2007).

En sentido contrario a lo que a primera vista podría pensarse, y en abierta oposición a lo que enseña la psicología popular, el psicoanálisis no deriva de la psiquiatría —que la precede por más de un siglo—, así como tampoco constituye su seguidor más aventajado. Desde el nacimiento del psicoanálisis, las dos disciplinas han tenido un desarrollo paralelo, diferenciándose en sus premisas fundamentales, en su metodología de investigación y en sus recursos terapéuticos, lo cual no impide reconocer que en algún momento de la historia se influyeron y fusionaron parcialmente.

En efecto, una vez que la doctrina freudiana se consolidó con las obras de su fundador y de sus primeros discípulos, el tronco común que Kraepelin estableció para la psiquiatría del nuevo siglo muy pronto se dividió en dos ramas: una de ellas mantuvo los principios positivistas y la orientación biologicista, es decir, la pretendida actitud objetiva en la observación de las manifestaciones de los síndromes, la especificidad de los diversos cuadros clínicos que conforman el universo psicopatológico y la convicción de los mecanismos orgánicos causantes de las enfermedades (promesa sustentada en la esperanza de que el futuro avance científico eventualmente se cumpliría).

La otra rama, precisamente por carecer de bases etiológicas (es decir, conocimiento acerca de las causas de las enfermedades) y, más aún, de recursos terapéuticos para curar las afecciones mentales, conservó la clasificación kraepeliniana, pero incorporó las innovaciones freudianas, en particular, la concepción dinámica acerca de las causas de origen psíquico de las perturbaciones anímicas y la modalidad técnica de la psicoterapia psicoanalítica como herramienta principal de tratamiento.

Esta segunda vertiente, conocida como “psiquiatría dinámica”, tuvo su apogeo hacia la segunda mitad del siglo XX, sobre todo en Estados Unidos —de ahí su marcada influencia en nuestro país— propiciado por el arribo a estas tierras del exilio psicoanalítico centroeuropeo. Para esta rama de la psiquiatría, y solo para ella, es posible afirmar que, en términos de formación académica, de identidad profesional y de práctica clínica, ser psiquiatra equivalía a ser psicoanalista.

A pesar de la importancia que la perspectiva psicodinámica infundió en la psiquiatría, esta tendencia encontró su abrupto final en la década de los ochenta del siglo pasado cuando la psiquiatría volvió a unificarse en torno al núcleo duro constituido por la hegemonía del pensamiento positivo, la preeminencia del método científico, la reivindicación del lugar de la especialidad dentro de las disciplinas médicas y la práctica de la así llamada “medicina basada en evidencias”.

Fueron dos los acontecimientos principales que propiciaron este resultado. El primero, situado un poco más atrás en el tiempo, fue el advenimiento en la década de los cincuenta de la moderna psicofarmacología con el logro de la síntesis química de agentes eficaces para tratar las psicosis y los estados depresivos. El segundo, de aparición más reciente, es el gran desarrollo que el cognoscitivismo y las neurociencias han tenido mundialmente a partir de la década de los noventa, lo cual permite que las hipótesis sobre la causalidad orgánico-cerebral comiencen a encontrar su corroboración.

Cabe señalar que, en su excesivo triunfalismo, la psiquiatría neokraepeliniana, al desvincularse por completo del psicoanálisis, predijo el fin de éste, hecho que, como se constata fehacientemente, no sólo no ocurrió, sino que venturosamente contribuyó a su vez a la reformulación del paradigma que sostiene la teoría y la práctica del psicoanálisis contemporáneo.

Por otra parte, la psiquiatría y el psicoanálisis no pueden vanagloriarse de sus escasos éxitos. A juzgar por lo que se observa en la actualidad, y acorde con los índices epidemiológicos crecientes que atestiguan una mayor frecuencia y severidad de las perturbaciones psíquicas y emocionales, podemos afirmar que la salud mental de la población general está en vilo. Las condiciones de vida de la mayoría de las personas en distintas regiones geográficas del planeta son cada vez más precarias y adversas.

La sociedad contemporánea, dislocada con respecto a sus referentes tradicionales, provoca altos niveles de incertidumbre y ansiedad, de insatisfacción y frustración, de vacío y falta de sentido, que desembocan en conflictos psíquicos y emocionales. Debido a lo anterior, es prioritario enfatizar las medidas de prevención, detección oportuna y tratamiento eficaz de los desórdenes anímicos y mentales. Como sabemos, éstos son resultado de la acción simultánea de factores biológicos y psicosociales, por lo que su prevención y tratamiento adecuado también requiere de la intervención conjunta de la psiquiatría y del psicoanálisis.

En la actualidad, no se piensa en volver a fusionar ambas disciplinas, sino más bien, respetando los presupuestos teóricos, la metodología de investigación y los recursos terapéuticos de cada una, se trabaja en consolidar las iniciativas que tienden puentes interdisciplinarios entre ellas y crean un diálogo fértil que coadyuva a enfrentar el enorme desafío de abatir los elevados índices de incidencia de los padecimientos mentales, así como los índices de mortalidad debidos a ellos.

El “campo de la salud mental” (Laks Eizirik y Foresti, 2019) no es privativo de la psiquiatría ni del psicoanálisis. Ambas disciplinas, junto con las psicologías clínica y educativa, así como las diversas orientaciones psicoterapéuticas, entre otras, conforman un ámbito en el que converge la perspectiva multidisciplinaria en aras de obtener una comprensión cabal de los factores involucrados en los trastornos mentales y de lograr una mayor eficacia en su tratamiento.

En el Taller Psiquiatría y psicoanálisis para la salud mental, dirigido a todos los interesados en el tema y, en especial, a los profesionistas del campo de la salud mental, expondremos los argumentos que dan forma a esta compleja realidad contemporánea.

Referencias

Laks Eizirik, C., y Foresti, G. (2019). Psychoanalysis and Psychiatry. Partners and Competitors in the Mental Health Field. Londres y Nueva York: Routledge.

Martínez-Hernáez, Á. (2018). Síntomas y pequeños mundos. Un ensayo antropológico sobre el saber psiquiátrico y las aflicciones humanas. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y Anthropos.

Trede, K. (2007). “150 Years of Freud-Kraepelin Dualism”. Psychiatry Quarterly, 78:237-240.

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