La entrevista inicial

Por Fernanda Aragón y Muriel Wolowelski

 

 

La entrevista clínica es una herramienta fundamental del psicoterapeuta, ya que es la forma de obtener información sobre la vida emocional de quien consulta. Las entrevistas iniciales se llevan a cabo con varios propósitos, entre ellos, conocer a la persona y las dificultades que le aquejan, identificar la manera en que funciona su mente y se relaciona con otras personas, así como las angustias que le asedian y los funcionamientos defensivos que utiliza. En pocas palabras, es una mirada en su vida interna para poder definir si un tratamiento psicoanalítico resulta una indicación adecuada.

Además de conocer los motivos de consulta conscientes, las características particulares de su personalidad y su historia vital, interesa investigar lo que el individuo no sabe de sí mismo, aquello de lo que no se da cuenta, pero que influye en sus decisiones, emociones y vínculos. Es deseable que después de una primera entrevista, permanezca en el paciente la pregunta acerca de su sufrimiento, de lo que le pasa en lo más íntimo y se despierte el deseo por indagar y conocer las constelaciones más profundas.

Un elemento muy significativo es la atención que se coloca en los primeros desarrollos de la transferencia y de la propia contratransferencia. Se sabe que desde el inicio hay un despliegue de transferencia. Por ello, es pertinente indagar sobre la fantasía que el paciente tiene sobre el analista desde la primera llamada, incluso antes de conocerlo, la idea que tiene de un tratamiento y de la función que desempeña el terapeuta. Todas estas expectativas aparecen muy pronto, de forma evidente o velada. En cualquier caso, lo cierto es que no conviene iniciar un tratamiento psicoterapéutico “a ciegas”, es decir, sin tener un conocimiento más o menos esencial de lo que pasa en la vida del consultante.

Desde el punto de vista diagnóstico, interesa ubicar los elementos centrales en la dinámica mental del individuo. Si bien es cierto que el psicoanálisis contemporáneo contempla el trabajo con patologías más graves que las neurosis o caracteropatías que Freud inicialmente sugirió para el tratamiento psicoanalítico, también es cierto que no estaba del todo equivocado cuando consideró el tratamiento con pacientes graves como una labor ardua y complicada.

Una pregunta significativa tiene que ver con lo que se juega en quien visita a un analista por primera vez, y cómo se distingue la demanda consciente de análisis, de la inconsciente. Con frecuencia, algunas personas solicitan tratamiento para cumplir con el mal entendido “requisito” del estudiante de psicología. También hay motivaciones que surgen por petición de otro, con la finalidad de que la pareja no se vaya, o bien para abandonar una adicción, conservar un trabajo, obtener un grado académico, etcétera. Todos estos motivos se consideran válidos, pero están alejados de la conciencia de enfermedad. Esto no significa que una persona no pueda ser tomada en tratamiento cuando enarbola semejante razones, al contrario. Esos argumentos dejan ver al terapeuta ciertas dificultades desde las entrevistas iniciales, aunque el paciente no las identifique. La pregunta que se piensa, si bien no se formula, gira en torno al deseo de iniciar un viaje para conocer la propia realidad psíquica. La respuesta se irá encontrando en el camino.

El tránsito de las entrevistas iniciales al proceso propiamente analítico se denomina entrevista de devolución. En esta, se ofrece al paciente una opinión derivada de la información obtenida y se le hace una propuesta que puede consistir en el inicio del tratamiento. La transición al proceso analítico estriba, siguiendo a Etchegoyen, en la formulación del encuadre: explicar en qué consiste el tratamiento, la regla fundamental (asociación libre) y el uso del diván, así como acordar horarios, honorarios, forma de pago y vacaciones.

La decisión de iniciar un tratamiento es una apuesta compartida, donde los miembros de la dupla deciden. El analista se pregunta con cada paciente si el método que maneja puede hacer algo por esa persona; si quiere establecer una relación de trabajo con él; y si tiene derecho a no querer. Son preguntas ineludibles.

El interés que muestra el psicoterapeuta desde las entrevistas puede influir en la decisión del entrevistado de continuar con el proceso.  Cuando el analista le hace preguntas sobre lo que está relatando —por ejemplo, “¿me podría contar más sobre esto?, ¿cómo sería esta cuestión, me explica un poco más?”—, muestra una actitud sumamente valiosa en la que prevalece la escucha y la atención. Las personas buscan un tratamiento debido a sus síntomas, porque sufren o repiten, sin saber, las mismas reacciones dolorosas; muchos buscan alcanzar la felicidad.

Las entrevistas iniciales son quizás de los momentos más difíciles por la angustia que suele generar en ambos participantes, aunque por distintos motivos. El consultante está ansioso porque se enfrenta con una situación novedosa e incierta; no sabe si los conflictos que padece pueden resolverse ni si será candidato para el trabajo terapéutico, y porque también teme ser rechazado. Por su parte, el analista siente cierta intranquilidad porque no sabe si será capaz de responder adecuadamente a la solicitud que se le hace; mientras tanto, responde con actitud receptiva, disponible y cálida. En ambos surgen preguntas sin respuesta inicial —“¿con qué me voy a encontrar?, ¿qué va a suceder?, ¿qué va a resultar de esta experiencia?”— y se experimenta incertidumbre. Esto es parte del camino que, si deciden tomar, explorarán juntos.

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