Escribir para recordar: la memoria y el inconsciente en la literatura autobiográfica
Por Ittamar Hernández Sánchez
¿Qué será de mi historia si no la escribo? ¿Qué es de mi vida? Mientras no pienso en el pasado, puedo engañarme pensando que siempre he sido el mismo. Luego está la posibilidad de escribir ese pasado, de dejar un rastro, una huella de mi paso por el mundo. A veces usamos la expresión “escrito en piedra” para referirnos a lo inamovible, sólido o permanente. Sin embargo, las piedras que encuentro en mi camino tienen los mensajes más efímeros: “Juan estuvo aquí”. Por más que giro la cabeza, Juan ya no está. Increíble paradoja: para afirmar su paso por aquel sitio, Juan eligió escribir en tiempo pasado, como si supiera que, en cuanto raspaba la piedra con su navaja, ya no estaba más allí.
Otra piedra tiene inscrito el amor eterno de una pareja de adolescentes: “María y Luis para siempre”. Si ese amor duraría para siempre, ¿para qué escribirlo en la piedra? Hoy que paso junto a ese objeto y leo esas palabras, me pregunto si Luis y María aún se aman, o si acaso alguno de ellos camina todavía por aquí y lo observa. ¿Qué les dice eso que está escrito en piedra?
Quizás por esto la expresión completa reza: “nada está escrito en piedra”, aunque, en efecto haya cosas que se escribieron directamente sobre éstas. En este sentido, coincido con Deleuze (1996), para quien “Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida” (p. 11). En cuanto escribo, ya no soy el que escribe y llego a ser otra cosa. Al menos, como Juan, uno que pasó por aquí, uno que deviene viajero y escritor. Mientras no lo escriba, me niego a devenir, a demostrarme que lo que soy y lo que fui son cosas distintas. Recordar es, precisamente, reconocer que el acontecimiento es pasado y, por lo tanto, ya no es. Al escribirlo, sin importar si es en papel o en piedra, dejo un registro palpable sobre la diferencia entre presente y pasado.
Si ahora me dedico a escribir mi autobiografía, intento plasmar en ella lo que soy, pero inevitablemente fracaso. En palabras de Néstor Braunstein (2008), quien realizó una extensa investigación acerca de la memoria desde la perspectiva psicoanalítica: “La autobiografía, contrariamente a su propósito, sólo podría escribir la no coincidencia y la no continuidad del autor, de la autora, consigo mismo a lo largo de su vida” (p. 243). Braunstein explica que el psicoanálisis provocó un cambio fundamental en el género autobiográfico. Esta disciplina mostró que toda comunicación tiene, además de sus intenciones conscientes, otras inconscientes. ¿Para qué, o mejor, para quién se escribe una autobiografía? “El inconsciente es ‘el discurso del Otro’ que se manifiesta en la escena autobiográfica cuando el receptor, objeto de la transferencia, es parte constitutiva del discurso que se le dirige; por eso el lector pasa a formar parte de la autobiografía” (p. 200). Cuando Juan escribió en la piedra, quizá sin percatarse, esperaba que yo, al pasar después por el mismo sitio, la leyera. Eso también está contenido en su mensaje: “Juan estuvo aquí, antes que tú, que ahora pasas”.
Por otra parte, el psicoanálisis también descubre que esta comunicación autobiográfica está en todos lados. Todo el espacio que nos rodea se impregna de nuestra subjetividad, y podemos leer la subjetividad de los demás en el entorno: “¡Cuántas veces no hemos llegado a la casa, al escritorio o a la biblioteca de un amigo y hemos constatado que la disposición de los objetos, el orden y el desorden, la armonía y la anarquía, la distribución de lo esencial y lo ornamental, todo lo que allí vemos, es un maravilloso autorretrato inconsciente!” (pp. 234-235). Entonces, todo es interpretable, pues en todo lo que el sujeto hace o dice participa el inconsciente. Habrá quienes se aterren ante este hecho, tan patente en el consultorio, donde el analista está atento tanto a lo que se dice como a lo que se hace. Pero ese es el punto que transforma la experiencia analítica y autobiográfica en terapéutica. Deleuze (1996) tiene razón cuando dice: “La enfermedad no es proceso, sino detención del proceso” (p. 14). Así, la neurosis y demás patologías mantienen la mente en ese estado repetitivo y monótono, al sujeto inhibido en sus capacidades. No obstante, recordar la propia vida y asumirla como pasado es liberador. En cuanto realiza el ejercicio y escribe su autobiografía, “el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico” (pp. 14).
Referencias:
Braunstein, N. (2008). Memoria y espanto o el recuerdo de infancia. Siglo XXI editores.
Deleuze, G. (1996). Crítica y Clínica. Anagrama.