El despertar sexual en la adolescencia

Por Muriel Wolowelski

La pubertad es una época en la que ocurren intensos cambios corporales (anatómicos, endócrinos y fisiológicos). Estos cambios se acompañan de un gran revuelo emocional que se va a ir tramitando en un período posterior, durante la adolescencia.

La pubertad y la adolescencia son dos momentos turbulentos de la vida sexual que desembocan en un ajuste entre los grandes cambios del cuerpo y la vida mental.

Las oscilaciones son abruptas y el desarrollo sexual nunca es lineal, como tampoco lo son los desarrollos emocionales en la vida. Sin embargo, –y con un afán de claridad en la exposición– se plantea una secuencia ordenada de sucesos acompañados de diversas fantasías propias de la vida mental.

Freud ubica la fase de latencia (entre los seis y once años) como un lapso intermedio entre el desarrollo de la sexualidad infantil y su reaparición posterior con el advenimiento de la pubertad. La describe como un momento de receso donde se observa una disminución de las manifestaciones sexuales provocado, en gran medida, por la aparición de las defensas denominadas “diques psíquicos” (represión, sublimación, formación reactiva).

¿De qué hay que defenderse? De la sexualidad infantil, cargada de fantasías incestuosas expresadas hasta el momento por el niño en variadas actividades sexuales. Es un período de “tranquilidad” (no de ausencia sexual) en el que la mente infantil puede reunir fuerzas para desarrollar de nuevas funciones psíquicas.

Los latentes suelen dividirse en dos grupos definidos por género: los varones organizan el club de fútbol, mirando con desprecio a las niñas que se reúnen en actividades como danza o manualidades. Los niños son “brutos” para ellas; las niñas son “bobas” para ellos. Un latente me contaba con alivio: “¡Menos mal que me puse la ‘vacuna anti-niñas’ porque una niña me tocó hoy en la escuela!”. Con sorpresa le dije: “Pero tu mamá también es una niña” y él respondió, muy seguro en sus cabales: “¡Nooo… mamá es Mamá!”.

La tarea central de esta fase es separarse de los padres edípicos, junto con la consolidación del superyó y las capacidades yóicas. Los niños emplean métodos obsesivos para evitar las fuertes ansiedades que despierta la sexualidad. Los latentes pueden dedicarse a coleccionar objetos, acumular información de memoria; lo prohibido aparece muy delimitado respecto a lo permitido y el pensamiento concreto prevalece, aplastando la imaginación.

La pubertad (alrededor de los 10 a los 15 años) trae aparejada un cúmulo de emociones turbulentas. Es un tiempo de arrebatos corporales, confusión y desorientación. El joven ha crecido y su cuerpo se transforma, es como si estuviera poseído por invasiones novedosas, inesperadas, de procedencia desconocida. Se vuelve continente de un cuerpo que cambia de forma acelerada, tanto así que la imagen que había construido de sí mismo no coincide con lo que el espejo refleja. Desconoce su apariencia, sus pensamientos, su fantasía y se introduce en una lucha que lo conmociona. Los mecanismos anteriores ya no le funcionan. El cuerpo y la sexualidad se vuelven los protagonistas. Más que un momento de transición, pensaría que es una circunstancia necesaria y significativa en el desarrollo de la vida mental.

Una característica propia de este período es la actividad masturbatoria y la fantasía que la acompaña. Aparecen manifestaciones de suma importancia, como la menstruación en la joven y la primera eyaculación en el varón; ambas situaciones representan conflictos emocionales que requieren elaboración. Para la mujercita, habrá una gran diferencia entre la “información” que cuente sobre la menarquia y la experiencia de la misma en su propio cuerpo, junto con su comprensión mental. Klein describe intensas ansiedades persecutorias y fantasías de destrucción del propio cuerpo, como consecuencia de los ataques perpetrados al cuerpo de la madre por los intensos sentimientos de envidia. Asimismo, las actividades masturbatorias pueden provocar fuertes sentimientos de culpa.

En el varón también aparecen sentimientos de culpa por la masturbación, contrarios al alivio de ansiedad que pretendía alcanzar. La ambivalencia caracteriza este momento tan central, dado que los sentimientos que surgen son opuestos: desean tener relaciones sexuales, pero al mismo tiempo se encuentran muy temerosos de ellas, la ansiedad de castración acecha. Por ejemplo, Laufer cuenta el caso de un chico muy perturbado que en la pubertad se masturbaba “sin sentir nada en su pene”. Aunque esto le preocupaba, también sentía cierto alivio dado que, según él: “el cuerpo es el cuerpo y no tiene nada que ver conmigo”. Surgen ansiedades muy intensas respecto a lo que el cuerpo representa y se despierta un temor muy grande por la intensa culpa que provocan.

Los cambios corporales que suceden durante la metamorfosis de la pubertad son causa de una crisis generalizada en la imagen del cuerpo. El cuerpo infantil, ya desaparecido, da lugar al conocido duelo que con su elaboración permite acceder a una nueva sexualidad. Esto implica un trabajo mental, donde se logre la integración del cuerpo y las vivencias infantiles con el nuevo cuerpo adulto, consiguiendo el acceso a otros estados mentales. La capacidad para alcanzar las metas sexuales adultas dependerá en parte de factores externos pero, principalmente, de elementos internos como la tolerancia al dolor psíquico, pensar las emociones y el incremento de la confianza en las cosas buenas y saludables que puedan alcanzarse en la vida.

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