El conflicto inconsciente en el psicoanálisis

Por Guillermo Nieto Delgadillo

Si pudiéramos jerarquizar la importancia de los descubrimientos de Sigmund Freud (tarea imposible e innecesaria, a mi parecer), muy probablemente le otorgaríamos al descubrimiento y la sistematización del inconsciente el lugar privilegiado. El creador del psicoanálisis fue capaz de vislumbrar los estratos más profundos de la mente humana y de desarrollar un método para explorarlo.

¿Qué fue lo que llevó al genio austriaco a hacer tales descubrimientos? A finales del siglo XIX, la histeria, enfermedad caracterizada entre otras cosas por la pérdida repentina de funciones corporales, como el uso de las piernas, los brazos o la visión, tenía en jaque a los médicos más importantes de la época, ya que no existía causa orgánica aparente que diera cuenta de tan extraña sintomatología. Figuras como Charcot, Bernheim y Breuer, todos maestros de Freud, posibilitaron avances importantes en la comprensión de la patología; sin embargo, fue su alumno quien dio el paso definitivo al adjudicarle a la histeria una etiología relacionada con un conflicto sexual inconsciente. Por conflicto entendemos un “choque de fuerzas opuestas” que se dan en los lugares más hondos de la psique.

En los inicios del psicoanálisis (y también en la actualidad, aunque con otros factores que se han añadido), las fuerzas rectoras en este conflicto eran, por un lado, las mociones sexuales infantiles que querían surgir a la conciencia y, por el otro, la necesidad de autoconservación de dicha persona. Elisabeth von R., una de las pacientes que Freud menciona en los Estudios sobre la histeria, y quien tenía sentimientos amorosos por su cuñado, comenzó a sufrir de síntomas después de tener un pensamiento que surgió y se desvaneció de su mente tan rápido como un relámpago, al estar frente al lecho de su hermana recién fallecida: “Ahora él está de nuevo libre y yo puedo convertirme en su mujer” (Freud, 1895, p. 171).

La sexualidad infantil se convirtió en el eje rector de la personalidad adulta, y da como resultado los conflictos que todos conocemos, derivados de los celos, el deseo de exclusividad, de una posición de privilegio, la rivalidad con nuestros conocidos, etc. Todos estos conflictos los podemos ver en prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida: una persona desencantada porque no es la favorita del jefe, o un adolescente que constantemente demerita a su profesor y rivaliza con él, sustituto del padre como figura de autoridad.

Con el avance en los descubrimientos freudianos, el conflicto psíquico se complejizó, pues la lucha ya no era únicamente entre las llamadas pulsiones sexuales y las pulsiones de autoconservación.[1] En 1923, con la publicación del importante artículo El yo y el ello, el conflicto se daba entre las tres instancias psíquicas propuestas: ello, yo y superyó. El yo se convirtió en el responsable de mediar y lidiar con los impulsos nacidos en el ello y con la severidad crítica del superyó, además de las exigencias de la realidad externa. Las posibilidades del desarrollo en el conflicto entre persona y persona son muchas: por ejemplo, hay individuos que pueden faltar al trabajo sin ninguna preocupación después de irse de fiesta la noche anterior, y otros que, aunque se encuentren enfermos, acuden a sus labores porque la severidad de su superyó les impone pensamientos y preocupaciones de que el jefe los va a despedir, que serán menos apreciados por sus compañeros y que no pueden darse el lujo de faltar debido a cuestiones económicas.

Para complejizar más la situación, tres años antes, en 1920, Freud había publicado su última teoría pulsional con la que introdujo la pulsión de muerte; esa tendencia autodestructiva que tenemos todos los seres humanos y que se manifiesta más notoriamente en fenómenos como el masoquismo y la melancolía, entre muchos otros.

Muchas fueron las aportaciones de Freud a la teoría del conflicto inconsciente y, sin embargo, esos eran apenas los comienzos del psicoanálisis, que se ha enriquecido con otras propuestas, pero que mantienen las ideas principales del cuerpo freudiano.

El conflicto en la psicología del yo

Heinz Hartmann, psicoanalista nacido en Austria, pero nacionalizado estadunidense, partió de la teoría estructural de Freud (ello, yo, superyó) y de las aportaciones de Anna Freud para desarrollar una corriente llamada psicología del yo, proponiendo un área libre de conflictos a la que pertenecen ciertas funciones autónomas, pero que siempre se encuentran en riesgo de quedar inmersas en el conflicto psíquico y de ser afectadas.

Recuerdo que el día de la presentación de mi tesis de maestría, por alguna razón, y sin darme cuenta, caminé en una dirección completamente opuesta a la de Eleia, lugar en el que sería mi examen, hasta que repentinamente me di cuenta de que estaba del lado equivocado del edificio y me reí al notar mi error. Mi orientación y atención, que generalmente funcionan bien, quedaron afectadas por el conflicto consciente e inconsciente derivado de presentar mi examen ante mis padres, mi director de tesis, colegas y sinodales.

Todos conocemos a alguien que durante los exámenes se bloquea completamente, o que, en el peor de los casos, no puede ni escribir debido a los nervios. En realidad, ¿qué nos representa un examen? El riesgo inconsciente de superar a los padres es una posibilidad; el miedo a decepcionarlos y perder su amor es otra; la manifestación de un deseo exhibicionista y narcisista de sobresalir es una opción más. Las posibilidades son infinitas y es tarea del análisis identificarlas y trabajarlas.

La psicología del yo propuso el concepto de alianza terapéutica (o alianza de trabajo), para diferenciar aquella parte de la personalidad que, durante el tratamiento, colabora con el analista en los empeños analíticos, y que se opone a la parte de la personalidad caracterizada por el conflicto infantil con el terapeuta, el cual se manifiesta en la transferencia. Como lo menciona Horacio Etchegoyen, no es sencillo distinguir la alianza terapéutica del conflicto infantil, ya que una puede encubrir muy bien a la otra. Recuerdo que, durante mi tratamiento, siempre acudía a tiempo a mis sesiones, no faltaba y pagaba a tiempo, mostrando una actitud aparentemente colaboradora, cuando en realidad, y como fuimos descubriendo paulatinamente mi analista y yo, todo esto era para demostrarle a ella que yo ponía más esfuerzos que ella en el tratamiento y así poder quejarme posteriormente como un niño que le reprocha a mamá que no le da todo.

La psicología del yo hizo importantes aportaciones tanto teóricas como técnicas a la idea de conflicto, y, aunque es debatida y cuestionada por algunas escuelas, muchas de sus ideas son muy valiosas, a pesar de que se podría afirmar que, en la actualidad, prácticamente nadie la utiliza en su forma original.

El conflicto entre el amor y el odio en la escuela de las relaciones objetales

Melanie Klein, una de las psicoanalistas más importantes hasta nuestros días, partió de las ideas freudianas de pulsiones de vida y de muerte para crear una de las teorías más útiles y ricas, tanto clínica como teóricamente.

El niño, desde que nace, tiene sentimientos muy intensos de hostilidad derivados de la pulsión de muerte, que, para sobrevivir, proyecta (pone fuera algo que es propio) en primer lugar en la madre, fuente de toda gratificación, pero también de toda frustración. Desde el inicio de la vida se genera el conflicto de ambivalencia mencionado por Freud en tantas ocasiones; esa dualidad amor-odio que todos tenemos hasta con nuestros seres más queridos. En la mente del pequeño, la madre queda automáticamente dividida en dos: una completamente buena, que todo lo da, y que el niño ama, y otra completamente mala, que todo lo quita, y que el bebé odia y quiere destruir.

El conflicto queda definido así por estos deseos de conservar o aniquilar al objeto, y por las ansiedades generadas por estos sentimientos tan opuestos e intensos que coexisten en la mente de todos. ¿Quién se salvó alguna vez de quitarle los pétalos a una flor en el famoso juego “me quiere/no me quiere”? En realidad, la pregunta inconsciente real que nos hacemos con esta dinámica es “¿la quiero/no la quiero?”

Melanie Klein le prestó especial importancia al conflicto entre la gratitud, ese sentimiento que promueve el crecimiento mental y profesional, y la envidia, el deseo de destruir todo lo bueno justamente porque es bondadoso y uno no lo tiene. Yago, el villano de Otelo, es la personificación perfecta de la envidia en todo su esplendor.

La analista austriaca, radicada en Londres, propuso la noción de un mundo interno mental poblado de objetos que representan a papá, a mamá y a los hermanos, y de cuya relación y representación interna dependen nuestras relaciones y conductas externas. Meltzer, uno de los autores poskleinianos más importantes, enriqueció esta visión del mundo interno para agregar al conflicto psíquico un personaje más, representante de la envidia constitucional del sujeto, y que todo lo quiere destruir: el outsider.

La construcción de la subjetividad desde la teoría lacaniana

No puedo dejar de lado una de las propuestas más interesantes y complejas sobre el conflicto inconsciente, aportada por el gran analista francés Jacques Lacan. Partiendo de las ideas freudianas, de la lingüística de Saussure y la antropología de Levi-Strauss, Lacan ideó un cuerpo teórico que concibe al inconsciente como un lenguaje regido por ciertas leyes, como la metáfora y la metonimia, temas que dejaré de lado por no ser el motivo principal del presente texto.[2]

Para la escuela lacaniana, el conflicto principal, por el cual debe pasar toda persona, es la constitución de su subjetividad. Al nacer, el infante tiene una representación fragmentada de su cuerpo. Es la mirada de la madre la que posibilita la primera concepción unificada de su propia persona, estableciendo así una etapa primordial en todo individuo, conocida como el “estadio del espejo”: “La mirada del otro me produce mi identidad por reflejo, a través de él se quién soy y en ese juego narcisista me constituyo desde afuera” (Bleichmar y Leiberman, 1989, p. 172). En realidad, y como hacen énfasis los fundadores de Eleia, la mirada debe ser entendida como una metáfora que nos habla de la constitución de la subjetividad a partir de lo que otros desean de nosotros. Por ejemplo, una persona que proviene de una familia dedicada enteramente a la medicina carga con el peso inconsciente de pertenecer a esa rama como todos los demás y tiene la decisión, también inconsciente, de cumplir ese deseo, de reflejar esa mirada, o de forjar una subjetividad propia que le permita dedicarse a otra profesión.

En realidad, el estadio del espejo es sólo el comienzo del conflicto de la formación subjetiva; el sujeto tiene como tarea quedar inmerso en el mundo de la palabra, de lo simbólico, atravesando por el complejo de Edipo que se conforma en tres tiempos, y cuyas vicisitudes y desviaciones dan como resultado la entrada al mundo de las perversiones y la psicosis.

La teoría lacaniana dio lugar a otras teorías ricas tanto clínica como conceptualmente. Algunos autores decidieron continuar con su teoría sin modificarla; otros tuvieron importantes rupturas con él, lo que dio lugar al movimiento que conocemos como psicoanálisis francés contemporáneo, del cual André Green es uno de sus principales expositores.

Green comenzó como uno de los discípulos más importantes de Lacan, pero se fue decepcionando paulatinamente debido a que, según sus afirmaciones, su maestro había caído en la rigidez, el autoritarismo y la poca capacidad de aceptar ideas distintas a las suyas que tanto había criticado en el psicoanálisis de la época. Retomando ideas de Freud, Klein, Bion y Winnicott, Green hizo importantes aportaciones al psicoanálisis con conceptos como el de la madre muerta; aquel personaje que, aún en vida, pierde súbitamente el interés por su hijo debido a una fuerte depresión, dejando en el infante una profunda huella e identificación con un ser “muerto”, por así decirlo.

El gran analista francés aportó conceptos como el trabajo de lo negativo, las psicosis blancas, y acuñó el término “no neurótico” para referirse a pacientes que tienen estructuras de personalidad muy endebles, como los pacientes fronterizos, que estudió a profundidad.

Otro autor francés de gran importancia es Jean Laplanche, quien, además de escribir el famoso diccionario de psicoanálisis, junto con Jean-Bertrand Pontalis, estudió, cuestionó y reformuló varios conceptos freudianos, para aportarnos teorías como la de la seducción materna. Se trata de un proceso que promueve que la sexualidad de la madre sea introducida en el inconsciente del niño, con lo cual se crea el yo del infante y el inconciente reprimido por medio de mensajes que este último no puede descifrar en un inicio, mensajes que son, a la vez, enigmáticos y necesarios para el nacimiento de la psique.

Asimismo, Laplanche estudió a profundidad los conceptos de angustia y represión, se volvió un erudito en la obra freudiana e hizo una importante traducción de dicha obra al francés.

Algunas otras aportaciones y conclusiones

Es imposible resumir en este breve artículo todas las nociones de conflicto psíquico para el psicoanálisis; sin embargo, un par de nociones que vale la pena mencionar son, en primer lugar, aquellas de Bion, analista poskleiniano que, además de los conflictos señalados anteriormente, agregó con su teoría del pensamiento un dilema fundamental con el que se encuentra todo ser humano: el de pensar o no pensar. Conceptos como el de ataque al vínculo, que destruye toda capacidad de pensamiento, han permitido analizar otra clase de conflictos que se presentan en pacientes especialmente graves (aunque, en realidad, todos solemos hacerlo en menor medida). También el conflicto entre tolerar la frustración o hacer una evacuación inmediata por medio de mecanismos defensivos como la identificación proyectiva abrió la puerta a propuestas de trabajo y de interpretación que hoy en día son muy útiles.

Meltzer, por su parte, hizo otras aportaciones a la noción de conflicto con la cuestión estética: cómo reaccionamos todos ante la belleza de nuestra madre, y del mundo que nos rodea. ¿Somos capaces de tolerarla? ¿O llevamos a cabo mecanismos que nos protegen de tal impacto estético tan difícil de comprender?

Para concluir, quiero señalar que, en realidad, ninguna de las propuestas de conflicto sustituye a las anteriores, sino que es un ladrillo más en el gran edificio del psicoanálisis, mismo que sigue en construcción. Hay teorías más cuestionadas que otras, pero, en general, y como lo mencionan los doctores Celia Leiberman y Norberto Bleichmar, podemos llamar psicoanálisis a las escuelas que toman como punto de partida el trípode básico: sexualidad infantil, análisis de la transferencia e inconsciente.

Todas las propuestas mencionadas arriba se basan en estos tres aspectos, y hay muchas más que también lo hacen y que aportan un granito de arena a esta disciplina tan interesante que es el psicoanálisis.

Referencias

Bleichmar, N., y Leiberman, C. (1989). El psicoanálisis después de Freud. México: Paidós.

Freud, S. (1895). Estudios sobre la histeria. En Sigmund Freud: Obras completas, II. Buenos Aires: Amorrortu, 2008.

Klein, M. (1937). Amor, culpa y reparación. En Amor, culpa y reparación. Obras completas de Melanie Klein, 1. México: Paidós, 2009.

Lacan, J. (1949). El estadio del espejo como formador de la función del yo. En Jaques Lacan: Escritos. México: Siglo XXI, 2009.

[1] Llamamos pulsión a un empuje o fuerza constante que surge en la persona como resultado de un proceso orgánico.

[2] Si el lector desea profundizar en el tema, puede acudir al excelente texto El psicoanálisis después de Freud (Bleichmar y Leiberman, 1989).

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