De lo traumático a lo artístico

Por Ana Livier Govea

“La obra de arte es el resultado de haber estado en peligro,

del hecho de haber ido hasta el extremo de una experiencia

que ningún hombre puede sobrepasar”.

Rainer Maria Rilke, 1992, p. 23

¿Existe alguna relación entre la obra de un artista y su biografía o sus experiencias traumáticas? Sabemos que las conexiones entre el arte y la enfermedad son vastas y comunes. Cada texto, palabra, pincelada o signo artístico nos muestra un trozo de la historia individual de su creador. La obra de arte es una representación de la realidad psíquica proyectada, desplazada y desdoblada del artista; es un intento de elaboración, mediante la alegoría estética, un modo de representar lo irrepresentable, una forma de conquistar los inhóspitos terrenos del mundo inconsciente. El arte se presenta como intento de reparación o como un clamor por el “objeto perdido”. En palabras de Freud: “La idea de que los logros de un artista están internamente condicionados por las impresiones de la infancia, la suerte, las represiones y los desengaños, nos ha proporcionado mucha luz y esta es la razón por la que le damos tanta importancia” (citado en Gombrich, 1971, p. 40).

El objeto perdido

“Mi arte tiene sus raíces en la búsqueda de explicación de las inconsistencias de la vida”, solía decir el pintor noruego Edvuard Munch, considerado uno de los máximos representantes del expresionismo de las primeras décadas del siglo XX. Fue hijo de una madre puritana, veintiún años más joven que su padre, la cual murió de tuberculosis ante sus ojos cuando él tenía tan solo cinco años. A los 13 años, Edvuard contrajo dicho padecimiento y, dos años más tarde, su hermana Sophie falleció por la misma causa. El halo de esta enfermedad, la angustia y la muerte se le impusieron desde la más tierna infancia y lo acompañaron durante toda su vida, convirtiéndose en un tema recurrente de sus obras.

Munch, Detalle de Niña enferma, litografía (1896)

Munch, quien vivió en un ambiente familiar estrictamente religioso, ha sido descrito incontables veces como hipocondríaco, depresivo, paranoide, alcohólico y melancólico. Cumplió el mandato que su madre le ordenó antes de morir: “Ser fiel a las enseñanzas de Dios y no defraudarlo jamás”. Aquí parece que el dilema consistía en ser fiel a la madre o morir, sin otra alternativa. La madre introyectada, convertida en Dios castigador, omnipotente y omnipresente, castraba cualquier posibilidad de una vida sexual. La mujer (cualquiera que no fuera la madre) era peligrosa; esta fantasía se ratificó con la muerte de su hermano poco tiempo después de contraer matrimonio. La mujer “lo había matado”, como una mujer vampiro que se funde, devorándolo todo. La mujer traga indefensos hombres en la negrura de la noche. En la obra munchiana abundan los retratos de cruel agonía y el terror de aquello irrepresentable, lo que no tiene nombre.

Munch, La muerte de Marat, óleo sobre lienzo (1907)

En sus 1000 cuadros, 15 400 grabados, 4 500 dibujos y acuarelas,[1] Munch proyecta su biografía impregnada de desgracias. Los temas recurrentes son parejas desvanecidas y solitarias, enfermedad, verdosos triángulos amorosos, exclusión, celos, pánico, angustia y seres anónimos e irreconocibles, incognoscibles, fundiéndose entre el cielo y el suelo, en donde uno no encuentra el inicio o el fin, amantes fusionados que se “devoran” a ¿besos?

Munch, Vampiro, óleo sobre lienzo (1895)

La obra (existencial) de Edvard Munch transmite un sentido tortuoso de la vida y de la muerte. Plasma la experiencia de angustia y soledad propia del ser humano, pero le otorga un valor “absoluto” y sugiere que es aquello de lo que el hombre no podrá liberarse jamás. La ansiedad y la desesperación que provoca no encontrar lo perdido o no recuperar lo que se lleva la muerte, los abismos psíquicos y un mundo interno poblado de fantasmas quedan intensamente reflejados en la obra de este pintor noruego. “La bondadosa naturaleza ha dado al artista la facultad de exteriorizar, por medio de creaciones, sus más secretos sentimientos anímicos, ignorados incluso por él mismo, y esta exteriorización nos conmueve profundamente, sin que sepamos de dónde proviene tal emoción” (Freud, 1987, p. 48).

Si el trauma deja huella en el psiquismo, si avasalla la estructura psíquica, es de esperarse que su eco resuene en la producción artística, porque si lo estético también se vale de lo traumático y lo oculto, quizá sea “justo eso” lo que nos invita a no dejar de mirar. Munch juega con la plástica de la representación-cosa, desafiando al espectador a encontrar la representación-palabra. En la obra de este siniestro y pesaroso artista se impone el trauma que invade y causa escozor. Munch pinta lo que vio y violentamente nos hace atestiguarlo, convirtiéndonos en espectadores de la muerte ‒como él lo fue‒ a través del fallecimiento del otro. Nos transmite esa angustia invasiva, flotante, desbordada, que rebasa, ante la cual sólo se puede emitir un “grito”. 

 Munch, El grito, óleo sobre lienzo (1893)

 Referencias

  • Freud, S. (1914). Psicoanálisis del arte. Madrid: Alianza, 1970.
  • Gombrich, E. H. (1971). Freud y la psicología del arte. Estilo, forma y estructura a la luz del psicoanálisis. Barcelona: Barral Editores.
  • Rilke Rainer, M. (1992). Cartas sobre Cézanne. Barcelona: Paidós.
  • Zurbano Camino, A. (2007). El arte como mediador entre el artista y el trauma. Acercamientos al arte desde el psicoanálisis y la escultura de Louise Borgeois. Tesis presentada en la Universidad del País Vasco. Disponible en: http://www.mav.org.es/documentos/ensayos%20noviembre2012/tesis%20Amaia_Zurbano%20arte%20trauma%20bourgeois.pdf

[1] Cifra aproximada, sin incluir 6 esculturas que se encuentran en Oslo.

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