De la bilis negra al espectro de las depresiones contemporáneas

Por Miguel Eduardo Torres Contreras

La existencia del ser humano está atravesada por las separaciones y las pérdidas. En todo su trayecto vital enfrenta una de las consecuencias más claras de ambas: el duelo. Nace separándose del seno materno, la cual es una pérdida definitiva; lo mismo sucede poco tiempo después con el destete.

En la adolescencia, ese limbo tan extraño y angustiante, busca separarse de los padres y, además, enfrenta diversas pérdidas. Freud, con su característica agudeza clínica, se dio cuenta de esta dificultad para separarse de los padres y en La novela familiar de los neuróticos (1909 [1908]), inicia con la siguiente afirmación: “En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo. Es absolutamente necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hombre devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso de la sociedad descansa, todo él, en esa oposición entre ambas generaciones”. Separarse de los padres es necesario, pero también implica un duelo que es necesario procesar. Habría que añadir que esta separación es dolorosa no solo para el hijo, sino también para los padres.

Más tarde en el trayecto vital, las separaciones y pérdidas continúan. En el sismo de 2017 hubo quienes perdieron su casa: o bien quedó dañada estructuralmente o se colapsó. Se trata de un pérdida imprevista y definitiva, lo cual constituye un evento traumático. El fenómeno migratorio, tan presente hoy en el mundo y en nuestro país, implica también separación y pérdida. Pero pensemos en eventos que son parte de un crecimiento personal y profesional que también conllevan una separación, como puede ser que un joven adulto vaya al extranjero a estudiar un posgrado por varios años. Aunque le genere alegría por tratarse de un logro, al mismo tiempo le provoca tristeza porque se separa de su familia, de sus amigos, de su cultura y dejará de hablar temporalmente su lengua materna. Todas estas separaciones y pérdidas generan diversas emociones, fantasías y ansiedades e implican para la mente un duelo, el cual requiere ser procesado psíquicamente.

Hay sujetos que al no procesar la separación y la pérdida, su duelo se cronifica y permanecen en él. Ya Hipócrates (460-370 a. e. c.) trató de encontrar en la bilis negra la causa orgánica de este talante sombrío y desesperanzado de ciertos seres humanos. Galeno (129 – 216 e. c.), quien fue médico del emperador Marco Aurelio y se basó en la propuesta hipocrática, propuso la existencia de cuatro temperamentos, uno de ellos melancólico. Lo relevante de estas propuestas, hoy en desuso, es que plantean una cuestión que sigue siendo vigente: ¿en qué medida intervienen los factores orgánicos en la existencia de lo que hoy llamamos depresión? La neurociencia y la psiquiatría relacionan los trastornos depresivos con una baja de los niveles de serotonina y otros neurotransmisores.

Por su parte, el psicoanálisis busca aportar a la comprensión de lo que sucede en aquellos sujetos que no logran procesar psíquicamente las separaciones y pérdidas y, como consecuencia, desarrollan diversas psicopatologías. Desde el texto clásico de Freud Duelo y melancolía (1917 [1915]), que trata de explicar por qué un sujeto se melancoliza, hasta las propuestas más recientes dentro del psicoanálisis contemporáneo, el estudio de las pérdidas y separaciones y su impacto en el desarrollo psíquico y la psicopatología es un tema de gran relevancia. E. Ortiz (2016) habla de dos vertientes fundamentales dentro del psicoanálisis para entender los problemas depresivos: una donde se pone el acento en la hostilidad, la ambivalencia, el narcisismo; la otra, en la desvitalización, una falla importante en la constitución del psiquismo en el desarrollo temprano.

Por otra parte, en nuestra práctica clínica encontramos una gran diversidad de expresiones de lo que llamaríamos el espectro de las depresiones contemporáneas. Puede llegar a consulta una mujer con conflictos edípicos, quien ahora pasa por un duelo debido a la pérdida de su padre por la pandemia, lo cual acentúa la rivalidad con la madre. O bien puede asistir un varón con un carácter depresivo, es decir, una forma de ser donde, haga lo que haga, le va mal: en sus relaciones de pareja, con sus amigos, en el ámbito laboral. En otras palabras, inconscientemente lleva a cabo elecciones donde fracasa, lo roban o se coloca en posiciones donde recibe maltrato, rechazo o explotación laboral. Un ejemplo más: es posible que llegue una persona diagnosticada con un trastorno depresivo mayor, medicada por un psiquiatra, con una relación simbiótica con la madre y con un evidente estancamiento en su desarrollo personal y laboral.

Sobre esta diversidad de expresiones del espectro depresivo en la actualidad, su comprensión y abordaje desde el psicoanálisis y otras disciplinas, hablaremos en el diplomado “Duelos, pérdidas y separaciones”.

Referencias

Freud, S. (1909), “La novela familiar de los neuróticos”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. 9, pp. 213-220.

Freud, S. (1917), «Duelo y Melancolía», Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. 14, pp. 235-255.

Ortiz, E., et al. (2016), Conflictos, pérdidas y angustias depresivas en los vínculos intersubjetivos, México, Centro Eleia.

Asociación Americana de Psiquiatría (2014), Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5), Madrid, Editorial Panamericana.

 

 

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