Algunas aportaciones clave del psicoanálisis francés. Parte uno

Algunas aportaciones clave del psicoanálisis francés

(Parte uno de dos)

Resumen: Laura Irene González

Antes de comenzar, quiero aclarar que las ideas que aquí se sintetizan provienen de los capítulos sobre Lacan y el psicoanálisis francés contemporáneo escritos por los doctores Leiberman y Bleichmar, referidos al final de esta nota. Para profundizar en cada uno de los conceptos y conocer más sobre las teorías de cada autor, se recomienda acudir a estas fuentes, en las que además se proporciona más bibliografía sobre cada tema.

Cuando hablamos de los desarrollos del psicoanálisis en Francia, es importante recordar que no se trata de un grupo unificado, sino todo lo contrario. Desde que Lacan se separara de la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP) en 1953 y formara la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (SFP), los grandes pensadores de esta disciplina se han diversificado en corrientes y escuelas por demás heterogéneas.

Lo que aquí nos interesa no es rastrear las diversas agrupaciones en que se han subdividido estas asociaciones, sino destacar ciertos conceptos clave desarrollados por algunos de los analistas franceses más prominentes, para identificar lo que le han legado a la teoría y la práctica clínica del psicoanálisis, independientemente del grupo al que pertenezcan. Tomaremos en cuenta, eso sí, sus principales acuerdos y desacuerdos conceptuales.

Jacques Lacan (1901-1981): lo real, lo imaginario y lo simbólico

Sin duda, la importancia que Lacan le concedió al lenguaje es una aportación que ha permeado en diversas escuelas, tanto entre sus seguidores como entre sus críticos. Ante todo, lo que hizo Lacan fue reconocer que Freud había creado una técnica cuya herramienta principal eran las palabras. Sin embargo, lo que en un principio formuló y expuso como un “retorno a Freud”, se transformaría más bien en una revisión y reelaboración de las categorías psicoanalíticas que lo llevaría a consolidar su propia corriente, no exenta, por supuesto, de divisiones internas.

Personaje polémico e innovador donde los haya, con ideas no siempre aceptadas y en diversas ocasiones refutadas o reelaboradas, aunque siempre punto de referencia y objeto de estudio, Lacan basó su modelo del inconsciente en la lingüística estructuralista y determinó que estaba organizado como un lenguaje. Éste es probablemente uno de los puntos más discutidos de su pensamiento.

En este sentido, Lacan parte de la unidad fundamental del lenguaje: el signo lingüístico, compuesto por un “significante” y un “significado”. El significante es la imagen acústica, la palabra con la que algo se nombra; el significado es el concepto, la idea. Para Lacan, el inconsciente opera, como el lenguaje, mediante metáforas o metonimias. Esto quiere decir que un significante (la palabra que designa a una persona, un objeto, una relación, un síntoma, etc.) se sustituye por otro con el cual guarda algún tipo de relación (por ejemplo, de semejanza). Esto lo observa particularmente en el lapsus, los actos fallidos y los sueños, en los que un significante está en representación de otro que hay que descifrar.

Por otra parte, así como Freud había identificado tres instancias psíquicas (el yo, el superyó y el ello), Lacan distinguió tres órdenes o registros psíquicos: lo real, lo imaginario y lo simbólico. Los tres órdenes juntos posibilitan el funcionamiento de la mente.

Para Lacan, el ser humano tiene al principio de su vida una imagen mental fragmentada de su propio cuerpo (la cual volverá a surgir en la etapa adulta dentro de los sueños o también en las alucinaciones). Por eso el reflejo del espejo sorprende al lactante, pues esa imagen es una promesa o anticipación de la integridad que en ese momento no tiene. Así, el bebé se identifica con un imaginario, una especie de fantasma, y queda preso en una ilusión: ser lo que le muestra el espejo o, visto de otro modo, lo que le refleja la mirada de su madre, con quien estableció el primer juego de identificación.

Este modelo de vínculo operará en el resto de sus relaciones futuras y es lo que en la teoría lacaniana se concibe como el registro imaginario. En esta etapa, que Lacan denomina el “estadio del espejo”, inicia nuestra interacción con el “yo ideal”: lo que no somos, pero anhelamos ser. Como contraste, el “ideal del yo” está dentro del registro simbólico, es decir, dentro de la estructura forjada y perpetuada por el lenguaje, cuyo papel es transmitir la Ley del padre, la cual, junto con el Nombre y las normas, se pasa de generación en generación.[1]

Como ya antes Freud había distinguido entre “instinto” (animal) y “pulsión” (humana), Lacan distingue entre “deseo” y “necesidad”, dejando a la necesidad como un aspecto biológico y ubicando al deseo en una interacción entre lo imaginario y lo simbólico. A partir de aquella primera identificación con la madre, es decir, con “el otro” (con minúscula), el sujeto desea ser el deseo del otro y busca constituirse en objeto de deseo de su semejante. Ésta es la parte del deseo comprendida dentro del registro imaginario. Y aquí es donde irrumpe la Ley del padre, señalándole al hijo su lugar dentro de la estructura, lo cual inserta al niño en el registro simbólico.

Así, entra en el inconsciente “el gran Otro” (con mayúscula): las leyes dictadas por y desde el lenguaje, que se ubican en el orden simbólico. El sujeto queda inscrito en un discurso que proviene del exterior, un lenguaje que le asigna su lugar. De ese Otro provienen las palabras para desear, desde el momento mismo en que la madre pone en palabras las necesidades y los deseos del bebé. Por lo tanto, es ese gran Otro, esa estructura, la que a partir de entonces le indicará qué es lo que desea y qué es lo que hay que desear. Desde aquí ya podemos intuir que para Lacan no existe el libre albedrío.

Son muchas y mucho más complejas las repercusiones que tienen éstos y los demás conceptos lacanianos para el desarrollo de la disciplina; sin embargo, han sido también sus omisiones las que han creado escuela. Por ejemplo, al haber relegado la importancia del afecto, por enfocarse más en la representación en el registro simbólico, Lacan ha dado pie para que otros, como André Green, centraran buena parte de sus teorías en desarrollar ése y otros conceptos freudianos obviados por él.

André Green (1927-2012): la madre muerta y los narcisismos de vida y de muerte

Médico de formación, Green ejerció la psiquiatría junto a Henry Ey, quien lo consideró uno de sus discípulos más brillantes. Se analizó con Maurice Bouvet, psicoanalista francés freudiano y partidario de las relaciones afectivas o relaciones de objeto, y estudió varios años con Lacan, de quien después se apartó.

Aunque siempre respetó en Lacan la inclusión del narcisismo y de los registros imaginario y simbólico, lo criticó por centrarse en este último y hacer a un lado el afecto, así como por el exceso de su visión lingüística y estructuralista del inconsciente.

Para Green, el “narcisismo” es uno de los ejes fundamentales para comprender la mente.[2] A este concepto freudiano integró otros dos, la “pulsión de vida” y la “pulsión de muerte”, creando a partir de esa interacción sus propios conceptos.[3] En su teoría, el “narcisismo de vida”, vinculado con la unión, la creación y la preservación, está dirigido al cumplimiento de la unidad del yo. El “narcisismo de muerte”, vinculado con la carencia de relación afectiva y el retraimiento, tiende a la abolición del yo, es la aspiración al cero, la pérdida del interés.

Del narcisismo de muerte extraerá el estudio de lo negativo. Al respecto señalan Leiberman y Bleichmar (2013, p. 113): “Para Green hay que estudiar el uno (sujeto), el otro (objeto) y lo neutro (lo negativo)”.

Aunque el estudio de lo negativo es mucho más amplio y complejo que lo aquí expuesto, podemos destacar que dentro de él Green desarrolla, entre otros conceptos, la noción de “madre muerta”: la madre que, estando presente, pero deprimida, se ausenta por completo para su hijo en el nivel emocional, aun cuando atiende sus necesidades fisiológicas.

Tras desarrollar su mente durante un estado depresivo de la madre, el individuo se sentirá vacío y falto de interés, y presentará lo que Green denomina “psicosis blanca”. Se trata de una depresión encubierta, no negra por el odio, sino blanca, vacía, como consecuencia de un “agujero en la psique” (una deficiencia principalmente en los procesos del registro simbólico). Esta situación, como es de esperarse, dificultará enormemente el proceso de análisis del paciente, pues no podrá poner en palabras su malestar, por no poder formar en la mente una representación de él.

[1] La Ley incluye el conjunto de normas que se instalan en el inconsciente durante la infancia, así como el nombre que el hijo recibe del padre, quien a su vez lo recibió de su padre, y así sucesivamente. En términos lacanianos, la Ley es, en principio, la separación del niño o niña respecto de la madre, instaurada por la figura paterna, lo cual se conoce también como prohibición de incesto. La figura paterna le transmite el mensaje al hijo de que no le corresponde ser pareja de la madre. Mediante esta separación, el sujeto es incorporado al orden simbólico, es decir, al lenguaje y a la cultura.

[2] Narcisismo: “En alusión al mito de Narciso, amor a la imagen de sí mismo” (Laplanche y Pontalis, 1993, pp. 228).

[3] “Las pulsiones de vida, que se designan también con el término ‘Eros’, abarcan no sólo las pulsiones sexuales propiamente dichas, sino también las pulsiones de autoconservación” (Ibid., p. 342). “Las pulsiones de muerte se dirigen primeramente hacia el interior y tienden a la autodestrucción; secundariamente se dirigen hacia el exterior, manifestándose entonces en forma de pulsión agresiva o destructiva” (Ibid., p. 336).

Referencias

Bleichmar, N., y Leiberman, C. (2017). Cap. 7. Lacan. Teoría del sujeto. Entre el otro y el gran Otro. Presentación. En El psicoanálisis después de Freud. Teoría y clínica (pp. 193-238). México: Paidós.

Laplanche, J., y Pontalis, J. B. (1993). Diccionario de psicoanálisis. Barcelona: Labor. (Obra original publicada en 1967.)

Leiberman, C., y Bleichmar, N. (2013). Cap. 3. El psicoanálisis francés contemporáneo. Ideas y comentarios. En Sobre el psicoanálisis contemporáneo (pp. 105-150). México: Paidós.

Si quieres leer la segunda parte de esta nota, da clic en Algunas aportaciones clave del psicoanálisis francés. Parte dos.

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