Los desafíos, cambios y conflictos en la adolescencia

Por Fernanda Aragón

El proceso adolescente es un fenómeno de múltiples cambios que implica un funcionamiento particular. No es sólo una etapa de desarrollo que va después de la latencia, sino un modo mental con defensas y un establecimiento de vínculos con cualidades específicas.

¿Qué pasa en esa transformación adolescente? La adquisición de un cuerpo con la capacidad procreativa y el desarrollo de caracteres sexuales primarios y secundarios causan un gran impacto en la mente del joven. Asimilar la nueva complexión física, conocer el nuevo cuerpo y poder manejarlo, lleva tiempo. La biología llega sin preguntar e impone repentinos cambios físicos y psíquicos, a diferencia del crecimiento de un niño, que se da de forma gradual.

He aquí uno de los principales temas que despierta conflictos profundos en los jóvenes: el cuerpo. Los barros, el acné, el peso, el cabello, la voz: todos estos son elementos que traducen sensaciones novedosas e inquietantes, que se experimentan por primera vez en esta nueva configuración adolescente. Pareciera que hay una atención exagerada a los detalles que, día con día, aparecen en el físico; el disgusto por los “defectos” demarca el anhelo por ese cuerpo de niño que se ha perdido. La aparición de los tatuajes y las perforaciones son maneras de ir sintiendo ese cuerpo como propio, no enajenante.

Hace algunos años, un paciente relataba un sueño en el que era chambelán y veía que las mangas de su traje le quedaban cortas. Por más que intentaba estirarlas, no alcanzaban a cubrir sus brazos llenos de cicatrices, a causa de los cortes que se hacía. Él sentía que era muy pequeño ante los terribles conflictos de la vida cotidiana y ante sus padres, como si su espada fuera flácida, chiquita y sin fuerza. En este sueño, vemos ansiedades de castración y un ataque al cuerpo, así como el manejo de emociones intensas, mediante los cortes en la piel. Si bien, cada síntoma tiene su propio origen, el proceso adolescente trae consigo grandes retos y ganancias.

Otro conflicto que podemos encontrar en este proceso tiene que ver con la relación establecida con los padres o cuidadores. Son muy temidas la oposición y la rebeldía del joven adulto, quien ve a la autoridad como un blanco perfecto de críticas. Esto debido a que esconde una gran protesta por la ilusión de perfección, idealización y sensación omnipotente de los padres de la infancia. En otras palabras, pareciera que los adolescentes se encuentran bastante molestos por haber sido “engañados” (aunque, en realidad, fueron ellos quienes crearon una imagen idealizada de los padres) y se sienten ingenuos por haber creído que el mundo adulto estaba “completo”.

Para los padres también es difícil lidiar con los sentimientos que despiertan ante la devaluación y la búsqueda de errores en ellos, por parte del adolescente. Ser menospreciados, excluidos y reemplazados por alguna otra figura o ídolo genera dolor; inclusive puede llegar a fomentar cierta rivalidad, depositada en el control del dinero, los permisos o las libertades que se le niegan al hijo.

Parte de los objetivos que podríamos estudiar del proceso adolescente es la construcción de una identidad adulta, que trae consigo la asimilación de cambio corporal, el ejercicio de la sexualidad y la transformación de la relación con los padres y la autoridad en sí.

Me gustan las palabras construcción y proceso, porque ambas implican tiempo. Es un fenómeno que, como dirían Arminda Aberastury y Mauricio Knobel (1988), no se puede dar en calma, ni de forma rápida; tampoco es a voluntad de los padres o del joven adolescente. El vínculo con los padres debe sufrir una profunda reorganización, en el sentido de integrar la imagen de su bondad con los aspectos desagradables y dolorosos de su crianza; mirarlos, no como rivales, más bien, como figuras dignas de identificación y, en un futuro, de agradecimiento por los cuidados y la paciencia.

Rodolfo Urribarri (2015) argumenta que, en la adolescencia, no sólo se debe considerar el conjunto de las pérdidas que es necesario sufrir, sino que también hay una serie de ganancias que equilibran la balanza y permiten tener esperanza de que no todo está perdido ni es desconocido, caótico o devastador.

Considero que la ansiedad y la depresión son síntomas bastante comunes que, en la adolescencia, llegan a nuestros consultorios. Este puente entre la infancia y el mundo adulto resulta digno de ser estudiado y analizado con una mirada individual, no sólo como una etapa que viene detrás de otra.

 

Referencias:

Aberastury, A. y Knobel, M. (1988). La adolescencia normal. Paidós.

Urribarri, R. (2015). Adolescencia y clínica psicoanalítica. Fondo de Cultura Económica.

 

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