De la identificación freudiana a la identidad postfreudiana: las vicisitudes del sujeto para saber quién es

Por Miguel Eduardo Torres Contreras
Muchas son las interrogantes que surgen cuando observamos los vínculos que establecen los sujetos entre sí o las diversas elecciones que hacen: ¿qué es lo que hace a una persona vincularse con ciertos sujetos y no con otros (por ejemplo, los de determinado estrato social)? ¿Por qué un sujeto se lleva mejor con ciertas personas que con otras, aun en el mismo ámbito familiar (por ejemplo, una joven que tiene un vínculo de mayor confianza con su madre y su hermana que con su padre)? ¿Por qué un joven decide estudiar en determinada universidad y no en otra, aunque tengan prácticamente el mismo plan de estudios? ¿Qué hace que, en un concierto, un estadio de futbol o una marcha sobre avenida Reforma, sujetos totalmente desconocidos se traten con tal cordialidad que parecería que son amigos de toda la vida? Las preguntas podrían sucederse sin fin.
Indudablemente, las respuestas pueden ser múltiples debido a que los vínculos entre las personas y los fenómenos de masas tienen gran complejidad. Sin embargo, desde la perspectiva del psicoanálisis, uno de los términos propuestos por Freud constituye, sin duda alguna, un aporte para comprender dicha complejidad. Nos referimos al término “identificación”.
Etimológicamente la palabra identificación tiene tres componentes latinos: identitas (identidad), facere (hacer) y el sufijo –ción (acción y efecto). A su vez, identitas proviene de idem, que significa “lo mismo”. Esta etimología nos lleva a pensar en la identificación como la acción o el efecto de reconocer lo mismo en el otro, en uno mismo o ser reconocido por el otro en lo mismo.
La primera vez que usó Freud el término identificación fue en una carta a su amigo Fliess, en diciembre de 1896, en la cual habla sobre la agorafobia que padecía una mujer histérica. En el fondo, esta mujer, dice el padre del psicoanálisis, reprimió su deseo de juntarse con el primer varón que se encontrara en la calle, así, “envidia a la prostituta y está identificada con ella” (De Mijollá, 2014, p. 413).
En el historial clínico de Dora, sus identificaciones son múltiples: con la gobernanta, pues Dora usa a los hijos del señor K para acercarse a él, como la misma Dora había sido usada por la gobernanta para acercarse al padre; con su madre, pues Dora padece fluor albus, igual que aquélla; con su padre, pues Dora también ama a la señora K; con la señora K, quien usa la enfermedad para alejar al señor K y la joven enamorada para expresar su dolor por la ausencia de éste. Tal uso de la identificación en la histeria queda claramente ejemplificado con el célebre sueño de “La Bella carnicera”: el deseo de la histérica es ser deseada por el otro.
En su estudio sobre Leonardo da Vinci, de 1910, Freud argumenta que el genio italiano se identificó con la madre para luego buscar jóvenes a quienes amar como él fue amado por ella. Así, en la homosexualidad masculina hay componente identificatorio. Años más tarde, después de haber incorporado el fenómeno del narcisismo dentro de los procesos psíquicos, en Duelo y melancolía (1917) Freud responde a una pregunta fundamental: ¿por qué, ante la pérdida de un ser querido (el padre, la madre, una esposa, un hermano, etc.) o la pérdida de una situación (la casa, el trabajo, el negocio propio, etc.), unos sujetos procesan psíquicamente dicha situación y otros se melancolizan, es decir, se deprimen y no logran superarla?
La respuesta freudiana es múltiple, pero su núcleo central es el siguiente: el sujeto cambia un enlace libidinal con un objeto por una identificación con éste, es decir, la sombra del objeto cayó sobre el yo. Esto quiere decir que el sujeto no acepta la pérdida y debido a esto introyecta al objeto muerto dentro de sí mismo, dentro de su yo, y una parte de él queda identificado con ese objeto muerto. Ello explica que el talante de alguien que se ha melancolizado sea el de alguien sin interés por el mundo, por sus actividades cotidianas, por las demás personas de su entorno familiar, etc. Psíquicamente anda “cargando” un muerto. Así, no resulta extraño que una mujer cuya madre falleció use desde entonces el collar favorito de ella y no se lo quite para nada.
En Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Freud escribe su texto más sistemático sobre la identificación, dedicándole un capítulo entero. En él propone tres tipos de identificación: a) la “identificación primaria”, que es el enlace afectivo más primitivo con un objeto (los padres), cuyo modelo es la incorporación oral; b) la identificación como sustitución de un enlace libidinal con un objeto mediante la introyección de éste; c) la identificación con un sujeto sin que haya un vínculo afectivo con éste, bastando solamente la existencia de un rasgo común entre ambos, que es lo que sucede en los fenómenos de masas, por ejemplo, en un concierto.
Dos años después, con la propuesta del modelo estructural de la mente (ello, yo y superyó), en 1923, Freud afirma que el yo y, sobre todo, el superyó se han formado a través de las identificaciones con los padres. Ante la conflictiva edípica de desear sexualmente a la madre y tener como rival al padre, el varoncito renuncia al objeto materno y refuerza su identificación con el objeto paterno. Por lo tanto, el superyó lleva la impronta de los objetos parentales. Freud sostiene que es un refuerzo de la identificación, porque previamente a esta identificación, en la fase fálica, ya hubo la identificación primaria, es decir, querer ser como el padre, antes del complejo de Edipo. En general, esta explicación es la misma que la dada años antes en la melancolía: pasar de un enlace libidinal con un objeto a una identificación con éste. La gran diferencia es que, lejos de ser un proceso psicopatológico, se trata ahora de un proceso psíquico que estructura la mente, es decir que renunciar a los deseos sexuales de los padres para llevarlos dentro, en la mente, como núcleo del superyó, es parte de la estructuración psíquica de todo sujeto. Éste es un giro típicamente freudiano: iniciar con el análisis de las “deformaciones y exageraciones” de la psicopatología para descubrir los procesos psíquicos del desarrollo “normal”.
Después de que Freud puso estos fundamentos, en los cuales habló de identificación y casi nada de identidad, los autores postfreudianos profundizaron y ampliaron sobre lo aportado por el primer psicoanalista. En efecto, su hija Anna Freud propuso la “identificación con el agresor”; Melanie Klein planteó la “identificación proyectiva”; y Jacques Lacan, la existencia de una fase a la que llamó el estadio del espejo, en la que se da la “identificación imaginaria”.
Por su parte, la Psicología del yo, con Heinz Hartmann a la cabeza, hizo una distinción entre yo y self, e inició una ampliación de los fenómenos identificatorios hacia la comprensión de los procesos que llevan a la construcción de la identidad. En esta línea de reflexión se encuentra Erik Erikson, autor que se apartó de la corriente psicoanalítica y propuso la existencia de una “identidad personal”. Margaret Mahler, Edith Jacobson, Phyllis Greenacre, entre muchos otros, se enfocan en estudiar y proponer teorías cuyo tema central es la identidad y su construcción. Conviene aclarar que no es que los otros grandes teóricos del psicoanálisis, como Klein y Lacan, no hayan abordado el tema de la identidad, sino que como concepto no ocupa el lugar central que sí le dan otros autores.
En el psicoanálisis contemporáneo, la identificación y la identidad son como las dos caras de una moneda, no se puede entender una sin la otra. ¿Cómo es que construyo mi subjetividad, quién soy a partir del encuentro y relación con el otro? Ése será el eje teórico-clínico que nos ocupará en nuestras Jornadas Clínicas del próximo mes de junio.
Referencias
De Mijollá, A., y De Mijollá, S. (2003). Fundamentos del psicoanálisis. Madrid: Síntesis.
Freud, S. (2001 [1900]). Obras completas, 4: La interpretación de los sueños: primera parte. Buenos Aires: Amorrortu. (Primera edición en castellano 1979.)
Freud, S. (2003 [1901-1905]). Obras completas, 7: Fragmento de análisis de un caso de histeria (caso Dora), Tres ensayos de teoría sexual y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu. (Primera edición en castellano 1979.)
Freud, S. (2003 [1914-1916]). Obras completas, 14: Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu. (Primera edición en castellano 1979.)
Freud, S. (2004 [1920-1922]). Obras completas, 18: Más allá del principio del placer, Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu. (Primera edición en castellano 1979.)
Freud, S. (2006 [1923-1925]). Obras completas, 19: El yo y el ello y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu. (Primera edición en castellano 1979.)
Laplanche, J., y Pontalis, J. B. (1996). Diccionario de psicoanálisis. Barcelona: Paidós.