Terapia en tiempos de COVID-19: desafíos y oportunidades

Por Fernanda Aragón

Hay distintos motivos por los que las personas solicitan iniciar un proceso terapéutico; varían según la edad, los retos que la etapa de vida esté promoviendo, el sexo y los factores sociales. ¿Será que el confinamiento creó una serie de malestares o sólo vino a “detonarlos”, llevando a las personas a solicitar apoyo terapéutico?

Los conflictos son inherentes al ser humano, ya sea en la relación con uno mismo o con los demás. La vida está llena de dificultades, mayores o menores, con las que hay que lidiar día a día. Pero hay algunas que resultan abrumadoras e invasivas, a las que no se les puede hacer frente de una manera lo suficientemente adecuada y que quizá, desde años atrás, han permanecido desatendidas y, por lo tanto, insolubles.

La contingencia por COVID-19 puede ser visualizada desde múltiples ópticas: para algunos, ha implicado soledad por el alejamiento; para otros, cercanía por pasar más tiempo con la familia e hijos; unos pocos, con cierto optimismo, la viven como la posibilidad de ampliar sus horizontes de trabajo, usando la tecnología para acercarse sin arriesgarse.

¿Por qué una misma contingencia es vivida de formas tan distintas? Tiene que ver con la manera de ser y la personalidad. Si dividiéramos la mente en partes, podríamos pensar que hay un lado hostil, pesimista, que mira mal lo que ocurre. Del otro lado, tenemos una parte bondadosa, que encuentra lo productivo en los acontecimientos y los mira con gusto y cierta alegría. Ambos extremos cohabitan la mente de un mismo individuo y estarán en pugna, tratando de colorear la realidad externa desde la parte que predomine.

Sin duda, esta pandemia ha puesto a prueba nuestras capacidades para tolerar la frustración y para esperar. Nos mueve el miedo o la ansiedad de encontrarnos solos, separados de las actividades que estaban distribuidas en diferentes espacios y tiempos. Tal parece que las herramientas que solemos usar para hacerle frente a los embates de la vida se manifiestan para lidiar con el confinamiento, infiriendo, así, que éste es un detonador de dificultades que yacían previamente en nuestro interior. Es como si dijéramos que los conflictos internos se “agarraron” del confinamiento para actualizarse, para “justificar” su reaparición en un nuevo escenario.

Sin embargo, hay ciertos casos en los que la angustia por permanecer encerrados es tal que las personas deciden tomar un proceso terapéutico que les permita digerir la situación actual. También, hay casos en donde la pérdida de un ser querido o del empleo ha ocurrido a causa del virus y, a partir de ese evento, se desencadena un malestar, o bien, esto mismo es propiciado por permanecer todo el tiempo cerca de los hijos o de la pareja.

Han sido grandes las renuncias que se han dado a partir de este fenómeno mundial: sacrificar la cercanía y el contacto físico, mudar el trabajo y la escuela dentro de las cuatro paredes del hogar, charlar mediante el móvil o la computadora. No es para menos que toda esa organización que surgió, de un momento a otro, despierte incertidumbre, angustia y desesperación, al grado de que ello se vuelva el motivo de consulta de algunos pacientes.

Tanta cercanía también causa malestares; así como hay angustias por separarnos de los seres queridos o de actividades que eran rutinarias y placenteras, también el permanecer en contacto en un mismo espacio, compartiendo la televisión y la computadora, despierta emociones como desagrado, el enojo o la intolerancia.

Como sabemos, todas las relaciones interpersonales tienen sus tintes placenteros y conflictivos. Hoy, los terapeutas tenemos que ponernos creativos para comprender y trabajar con los estados mentales de nuestros pacientes, con la modificación del espacio terapéutico y los medios de acercamiento clínico.

Habrá que hacer muchas notas sobre nuestro trabajo en este periodo de pandemia. Los tratamientos que se han iniciado en línea serán interesantes, por los descubrimientos en la técnica y las nuevas hipótesis teóricas que serán formuladas.

La contingencia no sólo ha traído pérdidas; también nos ha empujado a ampliar los horizontes, a usar la tecnología para sostener la clínica y para crear avances en nuestros instrumentos de trabajo y de comprensión.

 

Hay distintos motivos por los que las personas solicitan iniciar un proceso terapéutico; varían según la edad, los retos que la etapa de vida esté promoviendo, el sexo y los factores sociales. ¿Será que el confinamiento creó una serie de malestares o solo vino a “detonarlos”, llevando a las personas a solicitar apoyo terapéutico?

Los conflictos son inherentes al ser humano, ya sea con uno mismo o en la relación con los demás. La vida está llena de dificultades, mayores o menores, con las que hay que lidiar día a día. Pero hay unas que resultan abrumadoras en invasivas, a las que no se les puede hacer frente suficientemente bien y que quizá, desde años atrás, han permanecido desatendidas y, por tanto, insolubles.

La contingencia por COVID-19 puede ser visualizada desde múltiples ópticas; para algunos ha implicado soledad por el alejamiento; para otros, cercanía por pasar más tiempo con la familia e hijos; unos pocos, con cierto optimismo, la viven como la posibilidad de ampliar horizontes de trabajo usando la tecnología para acercarse sin arriesgarse.

¿Por qué una misma contingencia es vivida de una forma distinta? Tiene que ver con la forma de ser y la personalidad. Si dividiéramos la mente en partes, podríamos pensar que hay un lado hostil, pesimista, que mira mal lo que ocurre. Del otro lado encontramos una parte bondadosa, que encuentra lo productivo y mira con gusto y cierta alegría. Ambas partes cohabitan la mente de un mismo individuo y estarán en pugna, tratando de colorear la realidad externa desde la parte que predomine.

Sin duda, esta pandemia ha puesto a prueba nuestras capacidades para tolerar la frustración y para esperar; nos mueve el miedo o la ansiedad de encontrarnos solos, separados de las actividades que se encontraban distribuidas en diferentes espacios y tiempos. Tal parece que las herramientas que solemos usar para hacerle frente a los embates de la vida se manifiestan para lidiar con el confinamiento, infiriendo así que este es un detonador de dificultades que yacían previamente en nuestro interior. Es como si se dijera que los conflictos internos se agarraron del confinamiento para actualizarse, para “justificar” su reaparición en un nuevo escenario.

Pero hay ciertos casos en los que la angustia por permanecer encerrados es tal que deciden tomar un proceso terapéutico que les permita digerir la situación actual; casos en donde la pérdida de un ser querido o del empleo ha ocurrido a causa del virus y a partir de ese evento se desencadena un malestar, o bien el permanecer todo el tiempo cerca de los hijos o de la pareja lo propicia.

Han sido grandes las renuncias que se han dado a partir de este fenómeno mundial: sacrificar la cercanía y contacto físico, mudar el trabajo y la escuela dentro de las cuatro paredes del hogar, charlar mediante el móvil o la computadora. No es para menos que toda esa organización que surgió de un momento a otro despierte incertidumbre, angustia y desesperación y que ello se vuelva el motivo de consulta de algunos pacientes.

Tanta cercanía también causa malestares; así como hay angustias por separarnos de los seres queridos o de actividades que eran rutinarias y placenteras, también el permanecer en contacto en un mismo espacio, compartiendo la televisión y la computadora, despiertan emociones como desagrado, enojo e intolerancia.

Como sabemos, todas las relaciones interpersonales tienen sus tintes placenteros y conflictivos; hoy los terapeutas tenemos que ponernos creativos para comprender y trabajar con los estados mentales de nuestros pacientes, con la modificación del espacio terapéutico y los medios de acercamiento clínico.

Habrá que hacer muchas notas sobre nuestro trabajo en este periodo de pandemia; los tratamientos que se han iniciado en línea serán interesantes por los descubrimientos en la técnica y las nuevas hipótesis teóricas que sean formuladas.

La contingencia no solo ha traído pérdidas; también nos ha empujado a ampliar los horizontes y a usar la tecnología para sostener la clínica y para crear avances en nuestros instrumentos de trabajo y comprensión.

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