Principales ideas del Taller «Pensando las relaciones víctima-verdugo desde la clínica psicoanalítica»

Por Elena Montes de Oca

Recientemente tuvimos la oportunidad de asistir al Taller “Pensando las relaciones víctima-verdugo desde la clínica psicoanalítica”, que la Doctora Yolanda del Valle impartió en los Planteles Norte y Sur del Centro Eleia. La amplia experiencia de la ponente y la claridad de su exposición nos permitieron profundizar en un tema que encontramos a nuestro alrededor todo el tiempo: los vínculos destructivos, relacionados al dominio y la sumisión. El tema resulta particularmente relevante si tomamos en cuenta la violencia a la que nos enfrentamos cotidianamente en nuestro país y en el resto del mundo, donde los niveles de agresión y crueldad parecen no tener límite. Observamos situaciones en las que el maltrato es evidente o aquellas donde es más sutil; a todas ellas nos podemos aproximar en la sesión analítica, con un interés acentuado en los aspectos no conscientes.

A continuación se desarrollarán las principales ideas expuestas dentro del taller. Para empezar, es necesario considerar que existen distintas formas de destructividad, explorables partiendo de tres dimensiones: la autodestructividad, la relación destructiva con otros y la destructividad vinculada con lo social.

Un concepto fundamental para adentrarnos a este tema es la noción de pulsión de muerte, desarrollada por Sigmund Freud en la parte final de su producción teórica. En el texto “Más allá del principio del placer” (1920), Freud planteó que existen en todos los seres humanos dos fuerzas opuestas: una que tiende a la muerte y otra hacia la vida. La pulsión de muerte se presenta como una fuerza que impulsa a la destrucción, propia o ajena, que deshumaniza, destruye lazos, arrebata la esperanza y puede llevar a la muerte; la pulsión de vida, por el contrario, es energía que busca ligarse a los objetos y se relaciona con la creatividad y el desarrollo. El autor sostiene que estas dos pulsiones se encuentran entremezcladas, su relación y conflictos nos permiten explicar la gran variedad de fenómenos psíquicos que existen. No podemos pensar la vida sin la muerte, así como tampoco el odio sin el amor.

La idea de pulsión de muerte despertó mucha resistencia entre los seguidores de Freud ya que implicaba reconocer un aspecto agresivo y violento en los seres humanos, que no era resultado de frustraciones en el ambiente. Esta destructividad originaria, que la mayor parte del tiempo permanece inconsciente, se dirige hacia lo interno y lo externo, lastimándonos a nosotros mismos y a los demás.

Desde la teoría psicoanalítica y en la práctica clínica podemos observar distintas manifestaciones de esta autodestructividad: las cavilaciones obsesivas, por ejemplo, pueden entenderse como la tortura que un superyó severo ejerce sobre el yo; en estos casos el conflicto se da dentro de la misma persona, entre las distintas partes de su mente. Por otra parte, con el masoquismo nos encontramos frente a una estructura formada en torno al dolor, donde el estado sufriente es la única forma de existencia que se conoce; por eso, el masoquista se coloca en situaciones que le provocan aflicción.

El psicoanalista francés André Green desarrolló la noción de la madre muerta para explorar las consecuencias de una madre que, después de haber brindado afecto e interés a su bebé, presenta una depresión cuando éste es aún muy pequeño. Así, aunque la madre continúa presente y atiende las necesidades físicas del bebé, ya no lo inviste de amor ni de interés. En estos casos, plantea Green, la mente del niño se conforma a partir de esa destrucción y permanece ocupada por un objeto muerto, que posteriormente no le permite establecer nuevas relaciones: lo que se vivió con enorme sufrimiento a muy temprana edad pero no se pudo comprender, busca repetirse en situaciones destructivas a lo largo de la vida.

Existen diversas formas como se manifiesta la agresión hacia el otro. No es lo mismo la destructividad relacionada con el sadismo, que aquella que intenta retirar interés y afecto. Por ejemplo, hacer sentir al otro que no existe donde ni siquiera necesita haber contacto con él, lo podemos observar en los jóvenes que hacen “la ley del hielo” a alguno de sus compañeros, situación que suele ser sumamente dolorosa.

Una forma curiosa como puede manifestarse la destructividad en las relaciones es por medio de la fusión con el otro: aunque se presenta como un amor maravilloso, entre madre e hijo o en una pareja, la fusión puede ocultar aspectos destructivos si los deseos de uno sustituyen a los del otro. Si bien la fusión entre madre e hijo es indispensable para el desarrollo del psiquismo, ésta no deberá prolongarse o volverse crónica, como se ve en la película “El cisne negro”: no hay distinción entre Nina, la bailarina, y su madre; no existen límites y los deseos de la ésta se confunden con los de su hija.

La destrucción también puede darse a través de los vínculos intergeneracionales, donde las identificaciones inconscientes en la familia y la pertenencia al grupo suelen ser una fuerza más poderosa de lo que parece, funcionando como una prohibición interna.

Al hablar de sadomasoquismo, es importante tomar en cuenta que se encuentran presentes los aspectos activo y pasivo, de dominio y sumisión, en distintas proporciones y más o menos desarrollados dentro de un mismo individuo. Esto quiere decir que el sádico es al mismo tiempo un masoquista: siente placer identificándose con el sufrimiento del otro, y viceversa. Freud entendió al masoquismo como la pulsión de muerte dirigida hacia uno mismo, mientras que el sadismo es su desviación al exterior.

Al hablar de la destructividad en lo colectivo, podemos pensar en una organización psicopatológica en las sociedades, que permite que ocurran acontecimientos atroces y ataca la verdad interna desde el exterior, enalteciendo lo trivial y lo superficial; escenario que no es ajeno a nuestra realidad actual.

Por último, para trabajar con la destructividad, no podemos dejar de lado la otra cara de la moneda: la pulsión de vida. En la clínica psicoanalítica, esta fuerza se presenta como una posibilidad para establecer y mantener contacto con objetos buenos y amorosos.

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