Niñez y adolescencia desde el psicoanálisis

Por María Teresa Albarrán

Los conceptos de “niño” y “adolescente” son en apariencia fáciles de definir. Cuando se cree saberlo sin más, ocurre que, cuando un niño o un adolescente asiste a consulta, se le aplica una serie de pruebas u otras formas de acopio de datos, a fin de escudriñar cómo se siente, cómo piensa, qué fantasea, poniendo de relieve que lo que se considera como el niño o el adolescente empieza y termina en las fronteras de su cuerpo, es decir, una entidad psicofísica.

Esto puede ser el origen de muchos errores, como el de inventarle una enfermedad para tratarlo sin plantearse preguntas como: ¿Qué pasa ahí? ¿Dónde y con quién vive o a qué escuela asiste? El conjunto de pruebas y otras técnicas de diagnóstico es útil siempre y cuando no enmascare con una etiqueta o un percentil la historia clínica, lo que serviría, más que como un complemento, como defensa frente al relato frecuentemente siniestro, insoportable del paciente.

Para entender a un adolescente, o bien, a un adulto, tenemos que retroceder incluso al tiempo en que él aún no estaba. Por “retroceder” no nos referimos a la concepción más difundida del psicoanálisis sobre temas como: las fantasías tempranas o los traumas precoces. Se trata de ahondar más bien en una historia de deseos que preceden al sujeto y que van a determinar un lugar para él en el seno de esa estructura. Estos deseos se traducen en mitos familiares que son actuados, sin saberlo, por sus integrantes.

La idea del “niño inmaduro” que no sabe nada o del “adolescente inconsciente”, etiquetado así porque no actúa conforme a ciertos patrones establecidos, está cargada de ideología y en el fondo revela una estructura en la que subyacen relaciones de poder.

Por el contrario, si mediante el psicoanálisis nos acercamos a nuestra propia infancia y adolescencia, veremos que el niño o adolescente que nos ocupa no está tan lejos y forma parte de nuestra propia historia, vive en nosotros y aflora de mil maneras en nuestros sueños y fantasías más íntimas.

Tanto la adolescencia como la niñez son fases de cambio y transformación que son capitales para el paso a la edad adulta. Implican un cambio de perspectiva, la caída y la construcción de valores e ideales, así como transformaciones corporales. La adolescencia también representa la muerte de esa larga dependencia de los padres que caracteriza a la infancia.

En los últimos años se ha hecho evidente en los círculos de atención la necesidad de sistematizar el trabajo clínico con pacientes menores de edad. La experiencia demuestra que en múltiples ocasiones la única vía de acceso en la formulación de una demanda de atención es a través del pedido de ayuda para un hijo.

El psicoanálisis es particularmente útil en este campo, pues provee los elementos necesarios para diferenciar qué corresponde a la problemática parental y qué es específico de la conflictiva emocional del chico. Más allá de la normativización del sujeto al medio, el psicoanálisis busca encontrar las constantes que determinan la existencia de ese cuerpo sufriente y, a través del proceso particular que supone, logra develar su verdad de sujeto con un consiguiente cambio de posición frente a su realidad.

La comprensión analítica puede enfrentar mejor el enigma de las formaciones imaginarias, de las marcas del síntoma en el cuerpo, e incluso matizar su intervención con los conocimientos psicopatológicos y con la reflexión que sobre las articulaciones del discurso familiar y social en la dinámica del conflicto provee el trabajo sobre lo inconsciente. El corte mismo de la entrevista analítica puede fungir como un modelo que descentre de la respuesta técnica que representa la entrevista cerrada, apegada a un mero formulario.

El síntoma es el signo de un indecible, como en el sueño. Es ahí donde, en forma alegórica, se recrean los conflictos del universo familiar individual. Su “enfermedad” es incluso producto de la influencia de un otro. La anomalía es muchas veces inducida, deseada inconscientemente, sostenida en provecho de sentimientos inconfesables. La demanda de atención que formulan los padres para un hijo es tan ambivalente como su propia neurosis, ya que si, por un lado, piden atención para su hijo, por otro, desean que el tratamiento fracase.

Desde esta perspectiva se comprenderá por qué no basta entonces con desarrollar habilidades que omitan el rastro del síntoma, que, si bien puede a veces borrarse, sólo desplaza la cuestión hacia otro lugar del discurso. Tampoco se soluciona el problema culpando al niño de sus malos hábitos de estudio o a los padres de falta de motivación para con los hijos, sino que se corre el riesgo de afrontar el latigazo de la culpa, que no ayuda y en cambio aniquila. El niño no mejora con eso, él está enfermo de miedo, de angustia y de odio, lo cual puede expresarse a través de su mutismo, del ataque a sus compañeros, la masturbación compulsiva o quizá en frecuentes accidentes que pongan en riesgo su integridad física o su vida.

En cuanto al adolescente, “adolecer” significa “carecer de”, y la adolescencia es la etapa en que con más viveza se hacen presentes esas carencias. ¿Será por eso que el adulto se niega a escuchar lo que el muchacho dice, puesto que de esa manera niega parte de sus propias carencias que el muchacho le refleja?

Se nos dificulta muchas veces a los padres, maestros y adultos en general cuestionar la imagen ideal en que nos hemos instalado y es así como tratan de imponerse opiniones sobre los jóvenes, obturando los caminos que podrían servir como ritos de iniciación para la vida adulta.

La necesidad del joven de autoafirmarse y diferenciarse del adulto lo mueve a enfrentamientos a veces violentos con éste. El dilema para el adolescente es, entonces, cómo hacerse oír sin destruir a ese del que espera una respuesta, y para el adulto, cómo escuchar sin evadirse o someter.

Por lo tanto, se hace necesario esclarecer desde la escucha psicoanalítica los discursos del niño y el adolescente, ofreciendo un espacio de reflexión y análisis mediante el cual se posibilite la comprensión sobre el tema, así como un acercamiento terapéutico a las distintas modalidades de trabajo generadas desde el psicoanálisis.

Referencias

Manonni, O., Deluz, A., Gibello, B., y Hébrard, J. (2009). La crisis de la adolescencia. Barcelona: Gedisa.

Valas, P. (1989). Niños en psicoanálisis. Buenos Aires: Manantial.

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