Los conflictos emocionales y los problemas de aprendizaje: una estrecha relación

Por Mariana Hurtado Eguiluz

Es muy común que en nuestros consultorios, en las clínicas de especialidades pedagógicas y en los talleres de regularización se encuentren niños y jóvenes que han llegado por motivos relacionados con el fracaso escolar. En la mayor parte de las ocasiones, estas problemáticas pueden ir acompañadas de problemas conductuales; esto afecta al niño en su entorno más cercano y es posible que se refleje en su estado emocional. Los padres a menudo llegan angustiados y sintiéndose culpables o sumamente desesperanzados después de un largo peregrinar por diversas escuelas, médicos, estudios, pruebas y opiniones ‒a veces contradictorias‒ de maestros y especialistas de la salud.

Es muy importante ser sensibles ante estas situaciones y, de ser posible, dar orientación oportuna a los padres y los niños, es decir, que en caso que no podamos atender las demandas que el niño y los padres necesitan, los refiramos con los especialistas adecuados y, para ello, es necesario que contemos con las herramientas que nos permitan diferenciar si un niño padece un problema de aprendizaje o si su dificultad tiene como causa un conflicto de tipo emocional. Es inminente la relación que existe entre ambos, pero para atender e intervenir es preciso distinguirlos.

Los problemas de aprendizaje se caracterizan por una diferencia significativa en los logros del niño en ciertas áreas, en comparación con su inteligencia. En numerosas ocasiones nos podemos encontrar con niños que tienen un bajo rendimiento escolar debido a factores genéticos o disfunciones neurológicas que han sido consideradas como causas significativas de las dificultades para aprender. Los problemas de aprendizaje pueden verse reflejados en el lenguaje, en la escritura, en la aritmética, en la comprensión o en el razonamiento, en la falta de atención, en la habilidad de organización, entre otros. Esto por lo general se traduce en un bajo rendimiento en la escuela.

A menudo encontramos que estos niños, después de enfrentarse a diario con dificultades para comprender o rendir como los demás compañeros, experimentan una gran desilusión. Incluso suele verse disminuida su seguridad y confianza en sí mismos, lo que en ocasiones puede llevarlos a retraerse del grupo o a tener dificultades con los amigos. Algunos niños, sin darse cuenta, expresan su enojo o su impotencia frente al fracaso a través de una conducta agresiva. Son niños etiquetados, que pueden llegar a crecer con un concepto de sí mismos bastante negativo y con una historia infantil plagada de tropiezos y frustraciones.

Si bien la relación entre el niño y su entorno familiar o social no provoca los problemas de aprendizaje, un ambiente negativo puede influir e incrementar dicha dificultad. La falta de estimulación desde los primeros años de vida puede tener consecuencias sobre el desarrollo intelectual y psicomotor. Los conflictos en casa causan en los niños angustia y un bloqueo emocional que los puede volver indiferentes a los estudios o a cualquier norma social establecida. El niño necesita sentirse en un entorno seguro para aprender.

A veces los alumnos viven algún tipo de angustia o preocupación derivada de una situación traumática (tal es el caso de las pérdidas, la muerte de un familiar cercano, un cambio de residencia), en donde la mente está ocupada en digerir y asimilar tal experiencia. En este caso, poca capacidad le queda a la mente para aprender o atender a lo que la maestra explica. La mente del alumno se encuentra ocupada y absorta en un intento por resolver internamente lo que le ocupa. Aquí vemos que son las condiciones emocionales internas, aquellas que el niño posee al margen de su entorno, las que dificultan su capacidad para aprender.

Hay niños y jóvenes que no tienen problemas para aprender y sin embargo manifiestan un bajo rendimiento académico. Podemos pensar en conflictos emocionales como la arrogancia, la poca humildad para tolerar que sea otro quien enseña, que sea el maestro o algún otro compañero quien sabe más y esto imposibilite a la persona para comprender lo que el otro le transmite.

De igual manera, podemos pensar en la rivalidad con los compañeros o una necesidad de triunfar y ganar en todo momento, tal llega a ser el nivel de competitividad y la rabia que se experimenta cuando no se consigue ser el mejor o el único, que esto afecta de algún modo la capacidad para aprender.

La mente humana es un complejo entretejido. Es de suma importancia contar con las herramientas profesionales para aprender a diferenciar lo que les ocurre a nuestros niños y jóvenes, tener los conocimientos que nos permitan realizar valoraciones precisas, conocer a profundidad las causas de los padecimientos, las características que los definen y cómo se manifiestan, de tal forma que podamos realizar aproximaciones diagnósticas atinadas para intervenir, orientar y acompañar hacia un camino de soluciones y progresos a la persona y su entorno.

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