La madre, su mente y el desarrollo infantil ¿Emociones vs. biología? ¿O emociones y biología?

Por Norberto Bleichmar

Cuando se trata de explicar las enfermedades mentales, vivimos una época en la que la balanza entre lo emocional y lo biológico se inclina hacia lo orgánico tanto en la cultura médica como en la científica. Hay demasiado uso de medicamentos para niños con problemas emocionales y se responsabiliza en exceso a los factores biológicos en el origen de las enfermedades mentales o físicas. Se pasó de las nociones de estrés, conflictos y “nervios” a las de genética o alteraciones en la biología del cerebro o del cuerpo. Esta nota argumenta el camino opuesto, sin rechazar la idea de que una enfermedad mental es el resultado de factores múltiples, familiares, orgánico-genéticos y sociales. Asimismo, se muestra a favor de la relevancia psicológica de la relación madre-bebé, un agente causal decisivo para la salud mental.

Hacia los años cuarenta del siglo pasado, varios psiquiatras que atendían esquizofrénicos observaron que sus madres eran personas bastante enfermas psicológicamente. Por esos años el psicoanálisis comenzaba un periodo de difusión y desarrollo en los Estados Unidos, el cual iba de la mano de los grandes talentos de los psicólogos del yo, en especial Hartmann, Kris y Loewenstein. Empezó a usarse el concepto de “madre esquizofrenógena”, acuñado por Frida Fromm Reichman, que se refiere a la madre que enferma al niño. Por otra parte, Lacan, cuando estudia la psicosis como una alteración en el orden simbólico de los roles parentales, vuelve a temas similares, aunque basados en otros modelos teóricos de la lingüística y el estructuralismo.

Poco después los estudiosos de la comunicación humana, también de Estados Unidos, como Bateson, Watzlawick y otros, acuñaron la idea del doble vínculo y las redes sistémicas en el origen de enfermedades mentales. Un mensaje contradictorio en la comunicación de los padres implica dos ideas diferentes hacia el niño y eso puede llegar a ser enloquecedor. Para muchos teóricos, aunque no para todos, ahí comenzó la terapia de familia.

En los sesentas, en Gran Bretaña, Winnicott y Bion se interesaron en la relación entre la madre y su bebé. Winnicott acuñó la idea del holding (sostén) materno del bebé, una forma de comunicación en la que el contacto materno, la dedicación y el estado maternal primario eran condiciones indispensables para que el bebé progrese mentalmente. El amor, la dedicación, la mirada, la paciencia, la constancia de la relación y la tranquilidad de la madre se convierten en factores predisponentes para que un bebé sienta tranquilidad y bienestar y crezca saludable. Eso no depende del nivel cultural de la madre, sino de su disposición emocional.

Bion, hacia los años sesenta, se ve influenciado por la idea de Melanie Klein acerca de la identificación proyectiva, un mecanismo emocional en el que el bebé (luego el adulto) tiene un depositario en quien volcar la angustia y la madre siente y recibe esas emociones e intenta darles un sentido, un significado. Allí nació la idea de continente, la capacidad emocional de la madre de aguantar las emociones de su bebé y no reaccionar con fastidio (“este niño me agota, me mata, no lo puedo soportar…”). Ambas ideas, las de Winnicott y las de Bion, se trasladaron pronto a la técnica psicoanalítica, donde destaca el rol del analista o el psicoterapeuta como receptor de las emociones del paciente, las cuales “digiere” y les da un significado sin forzar a que el paciente, como el bebé con su madre, las soporte ni de entrada ni velozmente; el tiempo es todo.

Hacia los años sesenta y setenta en Estados Unidos, Margaret Mahler usó métodos experimentales para estudiar la relación madre-bebé a través del proceso separación-individuación, desde etapas en las que la fusión entre el bebé con la madre es más acentuada hasta otras en las que se logra la independencia psíquica. Acuñó la idea de psicosis simbiótica, estados en los que la madre captura al bebé y al niño y no soporta la separación. Eso fue el tema de la película mexicana Como agua para chocolate. Este tipo de pacientes que nos consultan muy seguido, por ejemplo, suelen ser mujeres en sus treintas o cuarentas que viven pegadas a la madre y, de vez en cuando, tienen un novio.

Bowlby y otros pensadores estudiaron las ansiedades de contacto y separación en la díada madre-bebé. Eso abrió nuevos caminos para entender la formación de la psicopatología y la conducta normal y anormal. Muchas experiencias de separación producen un impacto profundo en la mente, como la aparición-desaparición de la madre durante mudanzas frecuentes, el cambio constante de personas que crían a un bebé (por ejemplo, de la madre a la abuela, de ésta a la tía y de ella a otra nueva esposa del padre), la enfermedad y muerte de la madre, entre otros. Nos sucede a los adultos también cuando cambiamos de lugar de residencia, de escuela o de colonia, o a los estudiantes que van a estudiar a otro país, donde es común que aumenten de peso y coman sin límite, o, como hemos visto, se enamoren de una maestra mayor y una alumna duerma junto al pecho de esa mujer mayor que ella. Tomemos como ejemplo la madre de un niño psicótico, quien dijo: “Nunca lo pude tocar; le di la mamila extendiendo el brazo mientras él yacía solo en la cuna”. Las ansiedades de separación se convirtieron en una piedra angular para comprender la enfermedad infantil y mental.

Además, en la terapia se introdujo la importancia de la constancia del terapeuta, es decir, que no haga suspensiones abruptas dentro de lo posible, como cambios de horarios intempestivos o mudanzas imprevistas, y que sea atento a lo que el paciente experimenta en las vacaciones, días feriados e interrupciones. Si bien pueden darse interrupciones de tratamientos cuando hay cambios o mudanzas, hay terapeutas que modifican los horarios de atención todo el tiempo o no avisan sobre su ausencia al paciente, quien a lo mucho encuentra un papel que dice: “Perdón, hoy no puedo atenderte, ven mañana”.

En este recorrido esquemático por la relación saludable madre-bebé, los siguientes factores promueven la salud mental:

  1. La madre suficientemente buena que describió Winnicott: Una madre afectuosa, tan tranquila, contenta, empática y constante como sea posible.
  2. Una madre que soporta la ansiedad del bebé y puede calmarlo o intenta darle un significado para que comprenda qué le pasa.
  3. Una madre que no dé mensajes de doble vínculo: “te quiero” / “cuando naciste, mi vida se arruinó”.
  4. Una madre que no aparezca y desaparezca de buenas a primeras, inestable en el contacto, que se vaya y suelte al bebé de improviso. Eso se ve en dos circunstancias: cuando primero es demasiado apegada, luego se ahoga y deja al niño con la abuela, o cuando lo deja dos meses para irse de viaje y al regresar lo encuentra con enfermedades.
  5. Que haga contacto “visceral” de piel a piel, que ilumine al bebé con amor y empatía.

Pese a la oposición de médicos, científicos o la cultura, el vínculo madre-bebé es un factor decisivo para la salud o la enfermedad.

Es prudente separar el origen de la enfermedad de terapia de la psicosis o la esquizofrenia. Para explicarlo con un símil, un carro desbielado por falta de aceite no se arregla poniéndole aceite; hay que rearmar todo el motor.  Por eso no funcionaron las ideas de “darle al psicótico el amor que no tuvo”. Un esquizofrénico, supongamos, producto de una enfermedad parental y predisposiciones biológicas, inciertas en su estudio por el momento, ya no puede arreglarse sin más y la psicoterapia sola no funciona; son necesarios medicamentos para calmarlo y para convertirlo en un “restituido”, o sea, un psicótico con núcleos psicóticos “encapsulados”.

Ahora todo es “autoinmune”, “genético” o “casual”. Esos factores existen, pero se relacionan también con la psicología materna. Un niño con una madre ansiosa o inestable, como un paciente con un terapeuta poco constante, intrusivo y rechazante, es candidato a enfermarse, a “activar” un “disparador genético”. Por ejemplo, sabemos que las viudas tienen siete veces más posibilidades de padecer de cáncer que las no-viudas y que las personas deprimidas corren más riesgo de cáncer, lupus y muchas otras enfermedades. En cambio, es altamente probable que madres sanas y afectuosas críen hijos sanos y que madres ansiosas, en pleitos conyugales, ambivalentes, inestables, tengan hijos con trastornos de déficit de atención en la escuela; por esa razón, la Ritalina se convirtió en moneda corriente de hipermedicar a niños con conflictos emocionales.

Las neurociencias aparecieron en los últimos veinte o treinta años y sus bases son, sobre todo, biológicas, de ahí que el neuropsicoanálisis busque una comunicación entre el psicoanálisis y la biología. Por ahora no tenemos conocimientos, provenientes de esas disciplinas, que ofrezcan soluciones a los temas que comentamos sobre el origen de las enfermedades mentales. Es posible que haya factores predisponentes biológicos para el autismo, niños hipersensibles que forman una coraza protectora, como estudió Tustin y luego Meltzer, pues son muy vulnerables a las emociones. Además, permanece la incógnita del efecto patógeno materno.

Green, en relación a las enfermedades mentales, inventó la idea de la «madre muerta”, que está, pero no se conecta emocionalmente. Laplanche estudió el rol de la madre que imprime la sexualidad o el erotismo normal. Ambos autores estudian el contacto, la relación emocional.

Podemos decir que la mayoría de los psicoanalistas ante la ofensiva biologizante intentan separar mente de cerebro e investigar lo emocional como factor predominante en el origen de las enfermedades mentales, incluyendo predisposiciones personales.

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