La escucha en psicoanálisis

Muriel Wolowelski

Después de varios años de trabajar como docente en la Maestría del Centro Eleia, he observado el paso de muchos colegas que inician su formación como psicoterapeutas psicoanalíticos. Es provechoso ver en ellos el proceso de desarrollo de una profesión que se encuentra íntimamente ligada a la construcción de una identidad: la del psicoterapeuta, la cual se consolida gradualmente con la incorporación de un modelo psicoanalítico de pensamiento. Al mismo tiempo, es interesante observar el proceso de cambio por el que circulan los terapeutas en formación, la manera en que estudian y adoptan las diversas indicaciones técnicas consideradas en el encuadre: la abstinencia, la atención flotante y la escucha analítica, la interpretación de la transferencia y el registro de la contratransferencia.

No hay terapeuta en formación que no se detenga a cuestionar estos instrumentos para posteriormente integrarlos a su práctica en la medida en que los comprende; por ejemplo, es frecuente escuchar en las clases objeciones sobre la regla de abstinencia. Cuesta trabajo comprender la diferencia que existe entre cuidar la neutralidad y considerar la cercanía con el paciente. Lo mismo sucede con la mayor parte de los preceptos técnicos, lo cuales, a mi parecer, es natural e incluso saludable que cuestionemos, siempre viendo esto como un proceso de comprensión y pensamiento que se decanta en el transcurso de la formación.

Otra de las preocupaciones habituales se centra en la retención del material producto de las asociaciones libres del paciente. En 1912, Freud publicó sus Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico y propuso que el analista debe contar con una “atención flotante”, tanto para la percepción del material psíquico como para promover el encuentro afectivo en la sesión por medio de una escucha activa. Es razonable que el terapeuta novel desee retener la mayor cantidad de información proveniente del paciente, pero, conforme descubre la fantasía inconsciente y la realidad psíquica, inclina sus esfuerzos al trabajo de descubrimiento y exploración, que a su vez despiertan un clima de encuentro creativo entre ambos participantes en la escena analítica.

Esta actitud de escucha no tiene el propósito de ser objetiva (algo muy difícil de alcanzar), sino que permite lograr mayor cercanía para comprender los conflictos del paciente. En este sentido, cuando el terapeuta se dispone a “escuchar analíticamente” a su paciente, deja de lado sus expectativas y recibe las ocurrencias del analizado de forma abierta y sin contaminar el encuentro con directrices o indicaciones. Se vuelve un momento significativo en el que ambos participantes se disponen a explorar el inconsciente de uno de ellos del mismo modo que el explorador ingresa con una linterna a una caverna oscura con una actitud prudente y expectante.

Es cierto que el arte de analizar tiene que ver en parte con la intuición y disposición espontánea del terapeuta, pero también con la adquisición paulatina de ciertos instrumentos técnicos a los que se accede por medio del estudio de teorías, de la supervisión y, sin duda, del análisis individual. El joven analista, en su proceso de introyección del modelo analítico, transita desde la intelectualización de la idea del propio análisis, hasta que logra vislumbrar su importancia. Reconoce que el análisis de sus sueños, sus conflictos, el monto de tolerancia al sufrimiento y al dolor mental, su historia, la cultura en la que se enmarca, son todos elementos fundamentales en su quehacer. Al mismo tiempo, advierte la influencia que estos tienen sobre su modo de escuchar al paciente, sobre el análisis de la transferencia en la sesión y en la detección de su contratransferencia.

Escuchar al paciente de forma objetiva e impersonal es una ficción. Bien sabemos los analistas que la neutralidad es un ideal a alcanzar; sin embargo, no descartamos que esa neutralidad y el anonimato del terapeuta son aspectos importantes que salvaguardan la buena marcha del proceso.  No obstante, para escuchar al paciente en un encuentro significativo es necesario resonar con él, comprender las diferentes vertientes que el material moviliza; en pocas palabras, el análisis de la contratransferencia. Hace muchos años que dejamos atrás la filosofía positivista de la época freudiana y ubicamos al instrumento contratransferencial en un lugar central de nuestra labor, necesario para el encuentro con el paciente y fundamental para la buena escucha. El analista contribuye a la sesión analítica con atención flotante y su contratransferencia, encuentro entre dos subjetividades en el que se dará un despliegue transferencial, base de toda labor analítica.

Escuchar al paciente implica escuchar la propia contratransferencia y la atención flotante es requisito indispensable para una escucha abierta. Ser un psicoterapeuta psicoanalítico exige un proceso de construcción para alcanzar gradualmente la madurez en la labor analítica a través de las interpretaciones formuladas en el aquí y ahora de la sesión, así como para ayudar a los pacientes a tener una experiencia de comprensión y entendimiento de su estado emocional. Freud mismo lo advirtió: se trata de una labor que lleva mucho tiempo y paciencia; aun así, es la manera que tiene el terapeuta para desarrollar su identidad, al tiempo que alcanzar el propósito del análisis: contribuir con el paciente a elaborar la verdad de su inconsciente.

Referencias

Leiberman, C. y Bleichmar, N. (2013). Sobre el psicoanálisis contemporáneo. México: Editorial Planeta.

Etchegoyen, H. (1986). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (3a ed.). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1912). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1913). Sobre la iniciación del tratamiento. (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I). Buenos Aires: Amorrortu.

 

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