La agresividad en la melancolía: Dificultad en el cuidado corporal y personal, daños contra sí mismo, suicidio

A propósito del tema de la agresividad, podemos reflexionar cuántas veces notamos su presencia en personas que repetidamente tratan de dañarse, algunas de las cuales llegan a intentar el suicido y, en ocasiones, desafortunadamente lo consiguen.

¿Quién no ha escuchado alguna vez a un familiar, un amigo o un conocido quejarse amargamente de que la vida no tiene sentido y se ha transformado en una carga demasiado pesada para él? Esta situación suele resultar abrumadora, tanto para la propia persona como para quienes la rodean, a tal grado que cualquier intento para que vea la vida de manera más optimista y disfrute de ciertas actividades, suele detenerse ante la misma respuesta: “no vale la pena”. Pareciera que la desilusión, la desesperanza, la amargura, la impotencia son una constante en el ánimo del sujeto.

A veces da la impresión de que el color negro envuelve al melancólico, pues se percibe como si estuviera inundado de emociones en donde el mundo es engullido por la oscuridad. Este sombrío sentimiento y los autorreproches conforman la experiencia central de la melancolía. Dicho estado se muestra como una oscuridad pestilente, lo cual inspiró a la psicoanalista Julia Kristeva para describirlo a través la imagen del “sol negro”, trágico, donde todo parece haber perdido sentido y la vida se transforma en un vacío apagado.

Freud pensaba que los poetas y los escritores tienen una capacidad para penetrar en las profundidades del alma humana que el resto de los mortales sólo podemos adquirir muy trabajosamente. En su Informe sobre ciegos, Ernesto Sábato describe con justas palabras su propia experiencia melancólica: “[…] y así, paulatinamente, con una fuerza tan grande y paradojal como la que en las pesadillas nos hacen marchar hacia el horror, sigo buscando en las regiones prohibidas donde empieza a reinar la oscuridad metafísica, vislumbrando aquí y allá, al comienzo indistintamente, como fugitivos y equívocos fantasmas, luego con mayor y aterradora precisión, todo un mundo de seres abominables”. (Citado en Díaz Romero y Cancina, 1995, p. 132).

Si bien en el habla cotidiana la palabra “melancolía” se utiliza a menudo para evocar una especie de nostalgia, no es ese el significado ni el uso que tiene el término dentro del ámbito del psicoanálisis y de la psiquiatría, disciplinas donde es empleado para referirse a la “depresión mayor”, es decir, estados depresivos de gravedad.

En estos casos, la cantidad y la intensidad de los reproches que el sujeto se dirige a sí mismo resultan opresivas: “soy el peor”, “el mundo estaría mejor sin mí”, “mi familia no merece cargar con alguien como yo”, etc. Este tipo de reclamos hacia la propia persona da testimonio de dos elementos: un narcisismo exacerbado (considerarse el “peor” del mundo, el más “malo” entre todos los malos) y una gran hostilidad hacia el yo.

Cuando la melancolía sobreviene después de la pérdida de un ser amado (por su fallecimiento o ‒más frecuentemente‒ debido a una separación o una desilusión amorosa), Freud advierte que aquellos autorreproches tan intensos y crueles se dirigen, más bien, al objeto perdido; son más indicados para describir al otro que al sí-mismo. El autor apunta que los autorreproches son, en realidad, quejas, insultos o injurias dirigidas al otro, pero que recaen sobre la propia persona. De allí que el objeto amado sea al mismo tiempo un objeto profundamente odiado. La clínica enseña que detrás de los amores más idealizados se esconde un odio feroz, dispuesto a precipitarse en cualquier momento.

Ahora bien, ¿de qué manera y por qué medios lo que inicialmente es un ataque al objeto se revierte y se convierte en un daño contra el propio yo? “La sombra del objeto cae sobre el yo”, responde Freud magistralmente. El objeto se vive como malo, en tanto que se le ha cargado el propio odio, y este sentimiento retorna al yo a través de la identificación. Es decir, en su fantasía, el melancólico se identifica con el objeto perdido. En el caso de personas muy voraces, que han mantenido una relación muy posesiva con el objeto, al producirse la pérdida reaccionan en su fantasía inconciente como si se lo quisieran “tragar”. Sin embargo, cabe aclarar que estos procesos ocurren en la fantasía inconciente, por ende, el sujeto no se da cuenta conscientemente de su posesividad ni de su ambivalencia hacia a la persona amada.

Al suscitarse la identificación con el objeto en un intento desesperado por retenerlo, en consecuencia también se interioriza al perseguidor. Por ejemplo, si un sujeto pierde a su padre y lo que más odiaba de él era su exigencia, es muy probable que la identificación cause que esta persona se vuelva muy exigente consigo mismo, quizás más aún de lo que era su padre. De esta forma, la melancolía es como una especie de paranoia interiorizada, el ataque al objeto convertido en voz de ultratumba que ahora hostiga al sujeto desde su interior.

Freud no deja de mostrar asombro ante la inusitada violencia del melancólico contra sí mismo. El yo se disocia, se fragmenta, y una de las partes se opone ferozmente a la otra, al extremo que podría llegar a darle muerte. Esta parte se trata del superyó, una instancia crítica y punitiva de la mente a la que Freud no dudará en describir como “cultivo puro de la pulsión de muerte”. El superyó, por vía de la culpa y el sacrificio, llevará al sujeto a destinos trágicos; índice de una violencia ejercida contra el propio yo. Es una voz loca, feroz, obscena ‒diría Lacan‒, cuyo imperativo se manifiesta en la forma de “goza y mátate”; su máxima expresión se encontraría en el suicidio melancólico.

No deja de ser sorprendente el monto de violencia que puede tener el autocastigo en algunas personas, llevándolas a perjudicarse a causa de sus deseos y fantasías, cuyo trasfondo es una intensa culpa. En la atención de pacientes solemos ver innumerables ejemplos: descuidar la salud, establecer relaciones amorosas donde siempre salen lastimados, resultar estafados en actividades comerciales, permanecer en condiciones de trabajo desfavorables, tendencia a los accidentes, etc.

Ante la dificultad de procesar la pérdida del objeto ‒lo cual constituiría un proceso de duelo “normal”‒, surge la melancolía. Lo que nos resistimos a perder, se carga, y esto transforma al propio yo en un objeto muerto, inerte, sombrío, siempre presto a ser eliminado como un desecho.

De esta manera, podemos observar a grandes rasgos cómo la agresión se vincula de manera estrecha con la melancolía. A fin de realizar un estudio más profundo en torno a esta compleja relación, en el Diplomado “La agresividad: en el sujeto, en la familia, en la sociedad” contaremos con maestros invitados que se especializan en la atención e investigación de este conflicto, para explicarnos con numerosos ejemplos clínicos las diversas manifestaciones de los procesos melancólicos. Revisaremos cómo se presenta esta forma de violencia a lo largo de la vida, ya sea en la infancia, en la adolescencia, en la edad adulta o cuando se es adulto mayor.

Te sorprenderán las maneras veladas, sutiles, en que muchas veces se expresa la agresividad en los seres humanos, por ejemplo, amargándose y torturándose como una manera indirecta de demostrar su odio, no sólo hacía sí mismos sino también a las personas que los rodean.

Referencias

Díaz Romero, R. y Cancina, P. (1995). Preguntas de la fobia y la melancolía. Coloquios en Recife. Rosario: Homo Sapiens.

Artículo del Diplomado «La agresividad: en el sujeto, en la familia, en la sociedad» que inicia el 7 de octubre. Coordinan: Conrado Zuliani, Alba Pérez-Ruiz, Andrea Méndez.

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