Feminicidio

Allyn Andonegui Mayo

El feminicidio es la forma más extrema de violencia de género: se trata del asesinato de una mujer llevado a cabo por un hombre, cuya causa refleja odio hacia las mujeres, así como un sistema de creencias donde se les devalúa y se les desprecia. Los crímenes tienen su origen en la obtención de placer a través del daño, de la aniquilación o por ver a la mujer como posesión.

Este tema ha sido abordado desde diversas perspectivas psicológicas y sociales. La Psicología platea múltiples teorías sobre el funcionamiento mental de los asesinos, perfiles de personalidad, motivaciones psíquicas e inconscientes dentro de la mente humana, con la intención de explicar qué conduce a un individuo a dar muerte a alguien. ¿Qué pasa dentro de la mente de un hombre que acaba con la vida de su esposa? ¿Qué sucede con los miembros de una organización donde prevalece la misoginia?

Este fenómeno se aborda también desde el punto de vista social y cultural. El feminicidio se explica a partir de determinadas condiciones sociales y culturales que implican la naturalización de la violencia de género, es decir, prácticas en las que se normaliza el comportamiento violento hacia las mujeres. Ello se hace evidente cuando en repetidas ocasiones se le atribuye a la mujer la responsabilidad de la agresión, no a quien la ejerce.

El feminicidio es un problema presente en todo el mundo, el cual se sustenta en prácticas agresivas tanto en la esfera social como en la dinámica familiar, establecidas a lo largo de la historia. Un claro ejemplo de ello lo podemos observar en el feminicidio que ocurre dentro del hogar, cuando un hombre ejerce violencia de distintos tipos sobre su pareja hasta culminar en el asesinato, ya sea de manera intencional o accidental por consecuencia de los golpes. En la prostitución ocurren también un gran número de feminicidios, ya sea por parte de los proxenetas o de los hombres que buscan esos servicios. Las mujeres son víctimas de ataques en los espacios íntimos y en los públicos; las agresiones son cometidas por parejas, padres, familiares, conocidos o desconocidos, y tienen en común su origen en la misoginia (Russell y Caputi, 1976).

En nuestro país, situaciones tan lamentables como “las muertas de Juárez” o el gran incremento en el número de asesinatos de mujeres en el Estado de México, evidencian un grave problema social que provoca la preocupación general, pues las víctimas son halladas en terribles condiciones. Incluso, en algunos países de África, Asia, Europa y América se practica la mutilación genital femenina. En ocasiones, remueven el tejido genital, totalmente o en parte, pero a menudo se amputa el clítoris, para que las mujeres no obtengan placer sexual. Esta práctica antigua, en la actualidad se considera una violación a los derechos humanos, y puede terminar en una forma de feminicidio.

En todos los feminicidios la premisa que se repite es que la mujer es vista como un objeto desechable, despreciable o que se puede maltratar. A causa de la violencia de género, en México fue necesario crear una normativa y establecer una Ley de acceso a una vida libre de violencia para las mujeres, que busca sancionar delitos y violencia en cualquiera de sus formas, pues sin ley no hay condena.

Los motivos del feminicidio son diversos: celos, impulsividad, venganza, placer al dañar, odio, etc. Se trata de un fenómeno bastante complejo; sin embargo, el común denominador es la búsqueda de opresión, de control, de dominio sobre la mujer. Los perpetradores ven a las mujeres como un objeto utilitario desprovisto de valor, no soportan la idea de sentirse inferiores ante ellas. Entonces, la agresión busca restablecer la sensación de poder; es un intento por mantener una valoración de sí mismos a través de la violencia y el sometimiento del otro. No se trata de un acto exclusivo vinculado a una enfermedad mental específica; la violencia está presente en un gran número de trastornos y condiciones psicológicas.

Freud, al aproximarse al tema de la agresión, afirmó que esta se manifiesta desde el comienzo de la vida en todo ser humano. El autor propuso el concepto de “pulsión constitucional”, es decir, algo que de manera instintiva conduce a una persona a manifestar cierta conducta con el objetivo de descargar la tensión o ansiedad que sufre. Así, desde que nacemos, guardamos dentro de nosotros un monto de impulsos agresivos, los cuales dirigimos –por lo general– a la figura materna (la imagen femenina), o a quien esté a cargo del cuidado del bebé.

Klein señaló que el niño expulsa su agresión hacia las personas que son importantes para él (la madre, principalmente). La agresión es algo que forma parte de él desde su nacimiento y también se deriva de aquellas experiencias que le producen enojo, frustración o miedo. La ansiedad que siente le es intolerable, por lo tanto, la lanza hacia afuera en forma de agresión. Entonces, tiene lugar aquello que Klein llamó “posición esquizoparanoide”: el pequeño ataca a la persona porque no soporta las emociones que están dentro de él, pero tras el ataque, teme que haya venganza.

Dicha posición inicialmente es adaptativa y, en su momento, deberá evolucionar. De lo contrario, puede convertirse en algo patológico: generar un intenso sentimiento de persecución y temor a la venganza por haber atacado. Como respuesta a este miedo, es posible que el niño agreda nuevamente con mayor intensidad. De esta forma, conforme la persona crece, el mundo exterior –empezando por la madre– queda impregnado de hostilidad; teme a los “perseguidores”. Prevalece en el sujeto un sentimiento de amenaza y una necesidad de defenderse, lo que da pie a nuevos ataques y se convierte en un ciclo.

Este tipo de personas no logran consolidar en su mente experiencias buenas que les permitan valorar esas personas importantes y tener una sensación interna de bienestar y gratitud hacia tales figuras; son incapaces de percibir a su madre o padre como bondadosos dentro de su mente. En consecuencia, predominará la sensación de persecución y odiará con intensidad a esas figuras significativas. Esto influye en sujetos con patologías severas, quienes a menudo tienen una relación de odio con la figura femenina o la madre (su primera relación significativa, por lo general).

Muchas veces el ataque hostil hacia la figura femenina está motivado por la envidia a la madre, a la que se le atribuye la capacidad de estar llena de cosas buenas que el niño no logra obtener. Entonces, el pequeño se siente frustrado y enojado por no poseer esas cualidades. A nivel inconsciente, la envidia que producen las capacidades y los contenidos maternos provoca el deseo de destruirlos.

Un niño que había sido abandonado por su madre en repetidas ocasiones, que recibió de manera continua agresiones tanto emocionales como físicas y que, incluso, fue privado de alimentación en muchas ocasiones, llegó a consulta por ser misógino. El niño daba muestra de un intenso odio a las mujeres, ofendía, desaprobaba y rechazaba a sus compañeras y a sus maestras. En las sesiones había un tipo de juego muy recurrente, en el que se manifestaba su enojo y envidia; decía: “Construimos cada uno su país, pero siempre a ti te quedan coloridas tus construcciones. Se ven bonitas, grandes y creativas. Me gustan mucho, pero que te las tiraré. Las destruiré, porque yo soy un país de poder y así ya no las tendrás”.

Durante estos juegos le mostraba cómo, al no poseer lo bueno que yo tenía, se llenaba de odio y envidia, y buscaba descalificar o imponer su dominio y control. En otra ocasión dijo: “Antes odiaba a todas las mujeres. Creo que ya no, porque me gusta venir. Ya puedo dormir y no estoy asustado todo el tiempo. Aunque odio el final de las sesiones porque no quiero que acabe. A veces quiero matar a tu personaje por tener que dejar de jugar contigo”. Este paciente siguió trabajando todas sus emociones en la terapia, la cual le permitió incorporar algunos aspectos buenos del exterior y logró controlar los impulsos de querer dañar, eliminar o vaciar al otro.

El feminicidio, relacionado con el odio a la mujer, parte de una serie de factores ligados entre sí, tanto psicológicos como sociales; algunos ellos tienen que ver con personas que no poseen las cualidades vistas como valiosas en una mujer o con el deseo de negar la dependencia que en la infancia se tuvo con la madre. Otras veces implica un anhelo no expresado de ser mujer, mismo que se manifiesta de forma paradójica en la violencia de género, cuando algunos hombres se sienten inferiores si se les relaciona con determinadas cualidades femeninas. Esto ocurre porque sienten el deber de rechazar, disminuir o despreciar a lo femenino por asociarlo a la impotencia, la dependencia o el peligro de no ser un hombre. Se trata de un conflicto con una parte femenina de sí mismos, que acecha como un problema de identidad.

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