El psicoanálisis. Una teoría sexual de las neurosis

Artículo del Diplomado. Angustia, depresión, neurosis. Tratamientos y experiencias clínicas.

Por Conrado Zuliani

 Los Tres ensayos para una teoría sexual (Freud, 1905) probablemente constituyen el eje central de la teoría psicoanalítica –y de la práctica que le es inherente–. En esta obra se delinean los conceptos fundamentales que conforman la teoría sexual de la neurosis, misma que dio origen a otras propuestas posteriores y que aún en la actualidad marca el punto de partida para continuar dicha línea de estudio. A lo largo de ese ensayo, el autor demuestra que la pulsión es aquello que –en la teoría– da cuenta de lo sexual en el ser humano y es, quizá, la idea que le permitió postular la noción de sexualidad infantil.

Freud delimita ciertos aspectos específicos de la sexualidad y perfila la diferencia entre pulsión e instinto. Al respecto, Laplanche destaca que en la teoría freudiana la pulsión aparece supeditada al instinto y propone utilizar las dos nociones, en tanto que se hallan presentes y contrapuestas: “Cuando opongo la pulsión al instinto, no opongo lo psíquico a lo somático (…) La pulsión no es más psíquica que el instinto. La diferencia no pasa entre somático y psíquico sino entre, por un lado, lo innato, atávico y endógeno y, por el otro, lo adquirido y epigenético (aunque no por ello menos anclado en el cuerpo)” (Laplanche, 2013).

La labilidad del objeto pulsional, por su parte, abre paso a la idea de la sexualidad infantil como perversa y polimorfa. Polimorfa, en tanto que encuentra múltiples vías de satisfacción, las cuales actúan independientemente unas de otras, superponiéndose y reemplazándose de manera “anárquica”. Se considera perversa, además, puesto que estas expresiones de la sexualidad infantil no tienen como fin último la unión genital con el otro sexo o la procreación. Así entonces, se plantea que el síntoma neurótico es una satisfacción sustituta, parcial y deformada de las fantasías sexuales infantiles, amordazadas por la represión. La represión es causa de la amnesia que recae sobre la sexualidad infantil.

De aquí parte la idea de que el neurótico reprime lo que el perverso actúa, entendiendo al perverso como alguien que ha quedado detenido en una forma parcial de la sexualidad infantil. A propósito de esta fórmula freudiana –la neurosis como el negativo de la perversión–, Joyce McDougall (1993: 19) advierte que, si bien es enriquecedora y ha sido confirmada por la clínica, resulta insuficiente para comprender lo que hay de inquebrantable y compulsivo en la organización perversa.

La contingencia del objeto se presenta como una característica esencial de lo sexual y está íntimamente relacionada con la idea de zona erógena. Este concepto tiene su precursor en la noción de zona histerógena, ya presente en los textos “pre analíticos”. Por medio de ella Freud describe el fenómeno que ocurre cuando, al estimular ciertas zonas corporales, se desencadena un ataque histérico. Hoy podríamos decir, siguiendo a este mismo autor, que se trata en realidad de áreas que condensan una serie de fantasías asociadas a esa parte del cuerpo con un objeto particular.

Las zonas erógenas son de suma importancia, pues permiten apuntar que, para el psicoanálisis, la sexualidad no está restringida a lo genital, sino que cualquier zona del cuerpo es excitable, incluyendo los órganos internos del cuerpo y la piel. Se trata de una sexualidad ampliada. De este modo, es posible afirmar que incluso los sentimientos de amistad, ternura, simpatía y cariño poseen un “origen sexual”.

Freud arma una secuencia que le permite postular de manera lógica la sexualidad infantil, cuyos elementos constitutivos serán: pulsión, zona erógena (fuente de la pulsión) y las múltiples traducciones del trabajo de la pulsión, representadas en los libretos de la fantasía consciente e inconsciente. Los términos de la secuencia podrán ser expresados de la siguiente manera: pulsión – deseo – fantasía – represión – latencia – síntoma.

El destino de la sexualidad infantil es sucumbir a la represión, pero las mociones pulsionales reprimidas continuarán siendo eficaces, esto es, seguirán produciendo efectos en el psiquismo. La represión de la sexualidad infantil y su posterior olvido marcan otra característica de la sexualidad humana: su constitución en dos tiempos. Entre el primer tiempo y el segundo se halla un intermedio, un período de latencia, un adormecimiento de lo sexual, que de ninguna manera implica su desaparición.

Posteriormente, en la pubertad, tendrá lugar el re hallazgo del objeto y esto actualizará los fantasmas de la sexualidad infantil (aquellos que pertenezcan al  nivel genital y edípico o al pre genital). La hecatombe hormonal que ocurre durante la pubertad exige al sujeto un trabajo psíquico de gran magnitud. Lo real del cuerpo hace una demanda imperiosa de elaboración. Podría decirse que lo orgánico, en su irrupción violenta, se adelanta a lo psíquico e impone la necesidad de elaborar ese cuerpo vivido como extraño.

El esfuerzo consistirá en apropiarse de un cuerpo –el adulto– y asumir la pérdida del otro –el infantil–. Por lo tanto, es un tiempo de pérdida y duelo para el individuo. Sin embargo, atravesar por estos procesos no está asegurado, pues no forma parte de un curso natural, por así decirlo; hay ciertas operaciones que la mente deberá llevar a cabo para acceder a ellos: vivir la pérdida del cuerpo y la bisexualidad infantiles, experimentar el quiebre de la imagen de los padres que se construyó durante la infancia y transformar la imagen narcisista propia de aquella etapa.

Referencias

  • Laplanche, J. (2013). Pulsión e instinto. Revista de psicoanálisis, 1, 1-12. Traducción de: Pulsion et instinct. (2000). Adolescence, 18, 2, 649-668.
  • McDougall, J. (1993). Alegato por una cierta anormalidad. Buenos Aires: Paidós.

 

Conoce más del Diplomado “Angustia, depresión, neurosis.Tratamientos y experiencias clínicas” coordinado por el Dr. Conrado Zuliani y el Dr. Jorge Salazar.

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