El diván

Por Jorge Salazar

El diván es el símbolo del psicoanálisis. Su imagen está indisociablemente ligada a Sigmund Freud y a su genial descubrimiento. En la vasta iconografía de la cultura popular, las diversas imágenes del diván —ya sea en el cine y la televisión, o en medios impresos— se asocian con la psicoterapia psicoanalítica. De este modo, cualquier persona informada vincula el diván con la práctica freudiana y la sola referencia a ese objeto puede darle una cierta idea de que ahí se efectúa un análisis freudiano. Más aún, “estar en el diván” es la expresión metonímica de llevar a cabo un psicoanálisis. Para muchos pacientes, al deseo inicial de acudir a la psicoterapia le sigue el deseo de recostarse en el diván del analista y, así, satisfacer una curiosidad promovida por las imágenes que circulan en los medios, al tiempo que emprenden una experiencia original y particularísima en que la relación entre dos personas y el diálogo que se establece entre ellas están mediados por el uso del diván. Otras expresiones coloquiales como “desde el diván” o “poner en el diván” significan, respectivamente, revelar un conocimiento íntimo, secreto o confidencial, y someter un acontecimiento, concepto o una serie de ideas a una reflexión profunda. En este sentido, el diván, a pesar de ser un anacronismo y una reliquia del siglo XIX que solo pervive en los consultorios de los psicoanalistas, es sinónimo de un trabajo intelectual esforzado, comprometido y profundo.

No obstante lo anterior, desde el punto de vista de la técnica psicoanalítica, el diván no determina al psicoanálisis; es solo un elemento accesorio, de indiscutible valor y utilidad en la sesión, pero secundario con respecto a los aspectos esenciales que definen al método psicoanalítico. En efecto, el psicoanálisis consiste, en rigor, en el develamiento de los contenidos infantiles de las fantasías inconscientes a través de la interpretación de la transferencia. En palabras de Freud, se refiere a levantar la represión y llenar las lagunas de recuerdo que la amnesia infantil impuso sobre las experiencias vitales tempranas. Y, aunque ciertamente es más factible lograr este objetivo cuando el analizante está tendido en el diván, puede obtenerse también en la posición frente a frente. Por otro lado, no siempre que un paciente está recostado sobre el diván se efectúa un psicoanálisis propiamente dicho, puesto que, si el terapeuta no interpreta la transferencia para descubrir la fantasía inconsciente que se oculta en ella, realiza, en el mejor de los casos, una psicoterapia psicoanalítica o bien alguna otra modalidad psicoterapéutica, incluso sin bases freudianas, psicodinámicas o psicoanalíticas. De ahí se concluye que el empleo del diván en la sesión no implica necesariamente efectuar un psicoanálisis, a pesar de que lo representa en el amplio y ambiguo territorio de la psicología popular.

La función del diván en el psicoanálisis

El empleo del diván data de la época prepsicoanalítica y se relaciona con su antecedente inmediato: la hipnosis. Los psicoterapeutas del siglo XIX, que usaban el método hipnótico para tratar las perturbaciones de origen nervioso, recostaban a sus pacientes en el diván y se colocaban detrás de ellos, a veces presionando ligeramente su frente con la mano para inducir el trance hipnótico. Al comenzar su actividad profesional como médico neurólogo en Viena, Freud se interesó en aplicar la hipnosis y aprendió la técnica de sugestión con Hippolyte Bernheim, a la sazón uno de los principales hipnotistas radicado en Nancy, Francia. Para ventura nuestra, los resultados terapéuticos que Freud obtuvo con la hipnosis fueron infructuosos, por lo que rápidamente la desestimó y, como sabemos, desarrolló a la postre el método psicoanalítico. En sus escritos sobre técnica, Freud aduce que conservó el diván para conducir la sesión en forma más cómoda para él, puesto que las varias horas al día atendiendo pacientes frente a frente resultaba agotador para el médico. Hoy pensamos, sin embargo, que el empleo del diván no solo obedece a la necesidad de satisfacer las condiciones de confort del analista en su trabajo, sino que responde a la naturaleza suigéneris del método psicoanalítico.

El empleo del diván favorece dos de las características esenciales del psicoanálisis: la asociación libre y la atención flotante. Así, el paciente tendido en el diván puede liberar más fácilmente su pensamiento y su discurso al no someterlos tanto al control que suele implicar la posición frente a frente; a su vez, el analista escucha distraídamente para percibir el material inconsciente que se insinúa en el discurso, sin la presión de tener que responder en el nivel consciente y realista, o suprimir en forma prematura los silencios que acompañan al diálogo. Debemos señalar que esta forma de aplicar el método psicoanalítico se limita, en general, a los pacientes neuróticos, es decir, aquellos con la facultad de construir y usar símbolos de modo adecuado. La relación analítica constituye en la transferencia —esto es, en el plano simbólico e imaginario, en la fantasía o en el “como si” — la representación de los vínculos infantiles con los objetos primarios. De este modo, la interpretación de los contenidos inconscientes en la transferencia es quizás más accesible a la comprensión del paciente. Por otro lado, al no tener al analista enfrente, aquel se habla tanto o más a sí mismo que a éste, con lo cual el diván promueve la escucha fina, sutil, no solo del analista, sino de la persona sobre su propio discurso, sobre los deslices del inconsciente que se revelan en el lenguaje.

El uso adecuado del diván en la sesión psicoanalítica

El uso del diván acentúa la asimetría de la relación analítica, la cual consiste en que el analizante no puede mirar al analista, pero éste lo escudriña todo con su mirada; en que aquel no puede saber nada de la vida personal del analista, pero éste llega a saber todo sobre él. Los pacientes con marcados rasgos narcisistas, intensas ansiedades de castración y conflictos de rivalidad y competencia no soportan la asimetría del vínculo analítico, se revuelven en el diván e interrumpen pronto la terapia. En cambio, aquellos que llegan a comprender que la asimetría no se debe a la imposición de la autoridad o del saber superior del analista, sino que es precisamente una condición para favorecer el saber del analizante sobre el del analista, podrán beneficiarse de la profunda indagación del conocimiento de sí mismos, de lo que saben sin darse cuenta que saben.

Por otros motivos, no es aconsejable emplear el diván en pacientes con estructuras psicóticas, trastornos limítrofes de personalidad, estados melancólicos pronunciados, desórdenes alimenticios y enfermedades psicosomáticas severas. En todos estos casos existen fallas o déficits de los recursos simbólicos que evidencian la precariedad de la constitución subjetiva y, por ende, exhiben el nivel arcaico o marcadamente regresivo de los conflictos psíquicos y de la estructura, funcionamiento y desarrollo de la personalidad. Las ansiedades de separación y pérdida, así como los temores paranoides y de aniquilamiento, y los sentimientos de vacío y despersonalización se acentúan en el diván impidiendo con ello lograr la contención mínima que la función analítica debe también proveer. Existe, pues, una contraindicación formal para el uso del diván en estos pacientes, al menos durante las etapas inicial e intermedia del proceso analítico, que podría revocarse en etapas avanzadas dependiendo del progreso emocional obtenido en cada caso.

El diván puede participar o no en la cura analítica, lo cual está determinado por la aplicación del método en función de las peculiaridades de la persona y de su problemática emocional. En cualquier caso, podemos afirmar que, así como no existe el psicoanálisis sin Freud, no hay psicoanalista sin diván.

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