El desarrollo de la teoría sexual en el psicoanálisis freudiano y postfreudiano (Parte 1)

Jorge Salazar

“Dile a tu imagen que venga

y me abrace mientras duermo,

para que así yo descanse

y se me apague este fuego,

incontenible y voraz,

que me calcina los huesos,

y hace que sobre puñales

me revuelva yo en el lecho.

Si tú no puedes venir,

mándame al menos tu espectro.”

Las mil y una noches.

 

Agradezco a los fundadores y directores del Centro Eleia, Celia Leiberman y Norberto Bleichmar, por distinguirme con su cordial invitación para integrar la Comisión Organizadora de las presentes Jornadas e impartir esta conferencia en un marco inigualable. Es un orgullo para mí ser egresado de esta escuela, un honor pertenecer a ella como profesor y un privilegio seguir aprendiendo de mis maestros, de mis compañeros y de mis alumnos. Con más de veinticinco años de vida, Eleia se ha consolidado como un centro de enseñanza desde el cual irradia su pasión por el psicoanálisis a las periferias más lejanas a través de la docencia, la educación continua y su aplicación en la práctica clínica. Estas Jornadas no habrían podido realizarse sin el magisterio de Celia y Norberto y sin la dedicación, el compromiso y el entusiasmo de mis infatigables compañeras, Ana María Wiener, Marta Puig y Patricia Bolaños, quienes nunca se arredran ante el trabajo, por más extenuante que este sea.

Es probable que en la actualidad no haya un tema más discutido en toda clase de foros, controvertido para la opinión pública y la de especialistas y áspero para la delicada sensibilidad contemporánea como lo es la sexualidad humana.

En efecto, la sexualidad como tema de investigación, estudio y divulgación ocupa en las últimas décadas grandes espacios en la literatura científica, académica y popular. No son pocos los debates que la sexualidad suscita entre personas y grupos sociales, quienes con el interés de hacer oír su voz componen una verdadera polifonía de voces disonantes, discursos opuestos e ideologías encontradas. Las prácticas sexuales hallan a nivel individual y en el ámbito social tanto a sus defensores como a sus censores; las expresiones de ambos grupos a menudo son apasionadas, inconciliables y hasta combativas. Las múltiples disertaciones sobre la sexualidad obedecen a motivos heterogéneos, se enmarcan en contextos desiguales y persiguen fines divergentes. Es inabarcable la cantidad y variedad de libros y revistas que sobre este tópico y desde perspectivas disímiles han sido publicados por la prensa nacional e internacional. Inclusive, son frecuentes las inserciones en los medios de comunicación impresos y digitales que reportan acontecimientos públicos en los que la sexualidad es la noticia.

Cada vez son más comunes, aunque varían en méritos estéticos, las obras literarias y cinematográficas en donde la diversidad sexual es el argumento central de la trama o en las que se muestran con mayor desenfado escenas sexuales explícitas, si bien no debemos olvidar que el amor, el erotismo y el sexo constituyen desde siempre los temas privilegiados de la novela y del cine. Las artes escénicas y el arte contemporáneo encuentran en la sexualidad un motivo destacado para crear representaciones, instalaciones y exposiciones, que lo mismo desnudan los prejuicios y escandalizan la conciencia de sus audiencias. No faltan las publicaciones periódicas, más o menos prestigiadas, que dedican ejemplares temáticos sobre los más conspicuos hallazgos neurocientíficos de las bases biológicas de la sexualidad, así como de los nuevos atributos individuales y sociales que conforman la identidad de género y los roles sexuales. En resumen, la sexualidad es más visible en la sociedad y la disponibilidad de información sobre ella es mayor ahora que antes; por añadidura, esta es una asignatura integrada en el nuevo modelo educativo que se imparte —no sin polémica— en la etapa infantil del aprendizaje escolar.

Es difícil, sin embargo, encontrar en el vasto universo conformado por la literatura sobre la sexualidad textos imparciales y objetivos que no denoten su inclinación ideológica, lo que lleva a cuestionar si es posible estudiar la sexualidad humana sin tener ninguna preconcepción acerca de ella o un sistema previo de valores para juzgarla.

El interés por divulgar las innovaciones más recientes con respecto a las investigaciones científicas de la sexualidad corresponde, asimismo, a las grandes modificaciones que en las últimas décadas se observan en las prácticas sexuales de los individuos en la sociedad contemporánea, las cuales obligan a revisar los fundamentos teóricos, éticos y jurídicos sobre los que se asienta la vida sexual de las personas. Tales cambios de actitud son impulsados principalmente por tres grupos de factores, acompañantes infaltables de nuestra era: uno, la difusión de las tecnologías de información en la vida cotidiana que permite la propagación continua y sin censura de las imágenes, incluyendo —desde luego— las de contenido sexual; dos, los avances en la medicina, la cirugía y las técnicas de fertilización que posibilitan físicamente, entre conferencias plenarias otros logros, el cambio de sexo y la procreación sin relación sexual; tres, las reformas legislativas en materia de los derechos sexuales, consecuentes con la agenda liberal de la mentalidad democrática.

Probablemente, esta tendencia social que promueve un mayor liberalismo de la sexualidad no sea tan nueva en la historia cultural de la modernidad, pero algunos autores (Birksted-Breen, 1993; Celenza, 2014; Giddens, 1993; Herzog, 2015; Lemma y Lynch, 2015; Quindeau, 2014) ven en ella los signos vitales de la revolución sexual aún vigente después de cincuenta años de su comienzo y, más todavía, de su actual esplendor promovido por la penetración del internet y la realidad virtual en la vida íntima de las personas.

No es exagerado afirmar que, al día de hoy, la sexualidad humana se encuentra en el centro de los debates científicos, sociales, culturales y políticos en la mayoría de los países de Occidente (Elliot, 2009; Parker, 2009). El psicoanálisis no es ajeno a ello y, de hecho, con el interés de renovarse, de actualizar sus premisas sobre la sexualidad y de incorporar en su práctica la realidad social contemporánea, ha sabido ajustar sus fundamentos teóricos y prácticos a partir de sus propias investigaciones clínicas y del diálogo interdisciplinario con el que tiende puentes hacia áreas vecinas (Birksted-Breen, 2016; Blass, 2016; Dean y Lane, 2001; Gediman, 2005; Harding, 2001; Kulish y Holtzman, 2014; Lemma y Lynch, 2015; Matthis, 2004; Quindeau, 2013; Salomonsson, 2011).

El saber sobre la sexualidad dista mucho de estar consolidado; no es inequívoco ni homogéneo y escapa del canon religioso que lo confina al conjunto de los preceptos morales que rigen la buena conciencia. Es más preciso, en consecuencia, hablar de los distintos saberes que se pronuncian sobre un tema tan importante que concierne a cada ser humano a todo lo largo de su ciclo vital. Es más fértil construir un diálogo interdisciplinario, abierto, tolerante a la diferencia y respetuoso del disenso. El saber sobre este campo proviene tanto de las ciencias biológicas como de las ciencias sociales, pero no solamente. Este es un dominio en el que cada persona desde su historia vital desarrolla un saber sustentado en la propia experiencia que muchas veces colisiona con el supuesto saber establecido en materia de lo sexual. De hecho, el saber científico acerca de la sexualidad humana ha evolucionado bajo la presión de los otros saberes y por la inevitable controversia que se origina entre ellos, debido a la pretensión científica de ordenar el caos de la sexualidad de la que prescinden los demás (Bruckner y Finkielkraut, 1977; Roudinesco, 2002). No sobra reconocer que la salud sexual —junto con la salud mental— es refractaria al ordenamiento científico, indócil frente a las convenciones sociales y rebelde a las categorías clínicas que intentan insertarla en taxonomías estrechas y manuales rígidos. Más aún, la sexualidad normal es indefinible y hace ya tiempo que se abandonó la pretensión de establecer sus atributos específicos, pues resulta imposible definirla sin estereotiparla o someterla a los cánones morales y normativos.

En la actualidad, no hay un saber predominante sobre la sexualidad humana, sino múltiples. No existe una verdad sexual única; más bien, se trata de una pluralidad de verdades que solo pueden ser comprendidas desde la complejidad del pensamiento (Morin, 1977). La razón de lo anterior reside en el hecho de que la sexualidad es una potencia natural atravesada por la cultura. Diversas disciplinas convergen en su interés por investigar la sexualidad, entre ellas destacan la biología, la genética, la medicina y las neurociencias; también las ciencias sociales con el fuerte impulso de movimientos como el feminismo y los estudios de género; finalmente, la antropología evolutiva, la psicología y, por supuesto, el psicoanálisis. Por ser este último nuestro campo de saber y el área de competencia a la que estamos abocados, me ocuparé a continuación de reseñar la conexión entre sexualidad y psicoanálisis dejando fuera, por carecer de las herramientas conceptuales apropiadas, la relación de la sexualidad con las demás disciplinas. Pero antes, conviene señalar que desde la segunda mitad del siglo xix, anterior al nacimiento del psicoanálisis, tomó cuerpo una nueva disciplina científica, con predominio en el mundo germánico, a la que corresponde denominar en rigor ciencia sexual o sexología, que continúa vigente incorporando conocimientos provenientes de las disciplinas vecinas y generando los suyos a partir de sus propias investigaciones. Dicho de otro modo, el estudio científico de la sexualidad humana tiene menos de dos centurias de haber comenzado y encuentra en personalidades como Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), Henry Havelock Ellis (1859-1939), Albert Moll (1862-1939) y Magnus Hirschfeld (1868-1935) a los precursores en este campo, cuyas obras fueron en su momento reconocidas y discutidas por Sigmund Freud (1856-1939) (Gay, 1988; Roudinesco, 2014).

En contraste con los difíciles tiempos iniciales de las primeras investigaciones científicas sobre la sexualidad, en los que las posibilidades para su estudio se limitaron a los ámbitos del comercio sexual tolerado o al hallazgo fortuito de las malformaciones anatómicas más groseras (debido a que las manifestaciones sexuales se ocultaban de las curiosas miradas ajenas y se disimulaban ante la inquisitiva censura moral) (Makari, 2008), las expresiones sexuales en nuestros días son abiertamente visibles —aun ante las miradas más distraídas—, se disimulan mal frente a cualquier censura y buscan casi siempre un público que las goce y califique. La sexualidad se ha vuelto omnipresente en la sociedad contemporánea (Lemma y Lynch, 2015); inclusive, como efecto paradójico, la profusión de imágenes sexuales la despoja de erotismo y la persistencia del discurso sexual en los medios de comunicación, la trivializa (Quindeau, 2013). Lo que anteriormente fue considerado obsceno, ahora se muestra de continuo en escena con toda su impudicia a la vez que con cierta candidez. Esto permite que la sexualidad pueda ser investigada hoy en día no solo en el consultorio psicoanalítico sino en el amplio abanico que trazan sus manifestaciones cotidianas, comunes a todos y compartidas por la mayoría.

Este es un extracto del artículo: Salazar, J. (2017). El desarrollo de la teoría sexual en el psicoanálisis freudiano y postfreudiano”. En Wiener, A. M., Salazar J., Puig M. et al. La sexualidad. Ciudad de México: Centro Eleia.

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