¿Cómo lidiamos con el dolor?

Por Mariana Castillo López

En la práctica clínica nos topamos de continuo con el fenómeno de la pérdida y el duelo. Por tal razón, no es casual encontrar un gran desarrollo teórico en cuanto a estos temas.

La investigación psicoanalítica parte de Freud, quien en 1915 publica Duelo y melancolía, en donde da cuenta de la forma en que respondemos a la ausencia, además de hacer énfasis en que los seres humanos perdemos todo el tiempo. La situación que se presenta en el consultorio clínico ha llevado a buscar en los modelos teóricos el apoyo que nos dé luz al respecto. En la experiencia diaria, fuera del consultorio, nos enfrentamos a pérdidas continuas, las cuales, en ocasiones, tienen un eco inconsciente, por ejemplo, cuando no estamos muy seguros de por qué experimentamos un dolor tan intenso al desprendernos de cosas que pensamos no tendrían el peso para producir tal efecto.

En la vida cotidiana, la muerte de seres queridos, el fin de relaciones de amistad o amorosas, el cierre de ciclos educativos e incluso el fracaso en proyectos o dificultades en la construcción de metas, pueden llevarnos a experimentar aquel tipo de sensaciones que Klein describe con vehemencia en su trabajo, denominándolas “ansiedades depresivas”.

Es bien sabido que nadie reacciona de la misma forma ante la ausencia. Pensemos, por ejemplo, en un velorio: tal vez allí encontremos a un grupo de personas que hacen bromas y ríen a carcajadas, mientras otros los miran pensando que eso está fuera de lugar. No será extraño ver a alguna persona que llora desesperadamente, dando gritos de dolor e inculpándose por la muerte: “Si lo hubiera cuidado más, si tan solo hubiera estado más tiempo con él, ha sido mi culpa”. Incluso, es posible que alguien más parezca un muerto en vida, sin que nada sea suficientemente bueno o emocionante para sus ojos, que todas sus experiencias se vean ennegrecidas y que se sienta la peor persona en el mundo, creyéndose merecedor de todas las cosas terribles que le suceden.

En el ejemplo anterior, por más contradictorias y alejadas que parezcan las respuestas de cada personaje, hay una constante: el dolor se muestra en todos los casos y cada una de las reacciones se encuentra ligada a una forma de defenderse de él. Si algo coincide, es la tendencia a evitar, a toda costa, el dolor psíquico. Es lo que tratamos de hacer todo el tiempo, porque en verdad es muy doloroso.

Las valiosas contribuciones de Melanie Klein (1935, 1940) nos han permitido adentrarnos en el mundo de la fantasía inconsciente, donde encontramos una serie de personajes que a cada momento escenifican cuadros conformados por varios elementos. La autora estructura su modelo, básicamente, en dos posiciones. De lo que se trata es de la descripción de dos estados mentales, formas predominantes como tendemos a funcionar o ver el mundo, durante determinados momentos. Klein las denomina “posición esquizoparanoide” y “posición depresiva”; cada una de ellas se caracteriza por el uso de mecanismos de defensa específicos, un tipo de ansiedad predominante y una manera determinada de relacionarse. La autora observa clínicamente un constante vaivén entre las dos posiciones, lo cual significa que todos pasamos de una a otra, siempre con la finalidad de lidiar con la ansiedad.

En la posición esquizoparanoide el mundo es dividido en dos aspectos que no pueden mezclarse: lo bueno es separado de lo malo, por lo que el sujeto tiende a pensar que todo lo hostil se encuentra en los demás, mientras que él posee todo lo bueno. Esto produce la sensación de estar en un mundo inseguro, los otros son experimentados como peligrosos. La ansiedad persecutoria se refiere a cómo el sujeto siente que debe protegerse de las agresiones de los otros, viviéndose a sí mismo como completamente inocente. Es importante comprender por qué para Klein esta división del mundo interno permite ir acomodando las cosas y mantener lejos nuestros aspectos desagradables y agresivos. Es común la sensación de que los otros nos desean el mal o que tienen la intención de dañarnos. Para Klein, dicho temor procede de nuestra propia agresión colocada en alguien más. En este modo de pensamiento no todo es negativo; así como hay personajes muy malos, también se encuentran otros muy buenos, con los que nos aliamos para sobrevivir.

La idea es que, poco a poco, mientras va avanzando el desarrollo, él bebé empieza a experimentar a los que le rodean como buenos y malos. Su angustia se calma al comprender poco a poco que los demás no son del todo buenos ni malos; comienza a vivir en un mundo mucho menos peligroso, pero que ahora lo enfrentará con nuevas situaciones que producen otro tipo de ansiedad. Este estado mental es nombrado “posición depresiva”. Se alcanza cuando nos es posible percatarnos de que el objeto, al cual amamos, es el mismo al que, en otros momentos, hemos atacado. Por ejemplo, ser mal agradecido con los padres implica, en cierta forma, atacar a alguien a quien amamos profundamente. Este momento produce mucho dolor, porque lleva a pensar en las consecuencias de nuestra hostilidad y a responsabilizarnos de ella. Lo que se experimenta es culpa, sentimiento cotidiano con el que se pueden hacer dos cosas: tolerarlo y hacer algo para reparar el daño o poner en marcha mecanismos para no sentirlo.

Volviendo al ejemplo del velorio, las defensas maniacas –de las que nos ocuparemos ahora– están ejemplificadas en el primer grupo, aquellos que en un momento de dolor reaccionan mediante una defensa de la que se sirven para minimizar el dolor de la pérdida; la experiencia dolorosa queda eclipsada por una sensación omnipotente, de mucho poder, en donde se siente que lo perdido es poco importante: “¿Para qué llorar, si se puede reír?, de todas formas no era tan importante para mí”. El objeto perdido es disminuido, no hay motivo de dolor si lo que perdemos era poca cosa. Pero para que esto funcione, el yo tiene que sentir que no pierde porque él posee todo lo bueno, es una defensa.

Recordemos que ya Freud encontró en Duelo y melancolía (1915) una relación íntima e inseparable entre la pérdida y la manía. No debemos olvidar que son procesos de carácter inconsciente, del mismo modo como ocurre con el segundo personaje, aquel que se culpa y el dolor por la pérdida lo inunda. Esta persona experimenta ansiedades depresivas por no haber cuidado al objeto de su propio sadismo. Ahora que está perdido, aparece culpa y tal vez la necesidad de reparar el daño. Por ejemplo, si el finado fallece de alguna enfermedad terminal, una defensa reparatoria sería crear una fundación en la que con su nombre se ayude a enfermos que sufren de la misma dolencia.

Por último, es preciso hablar de un fenómeno descrito por Freud y que, posteriormente, Klein retomó haciendo importantes aportaciones en relación con lo que sucede cuando el proceso de duelo se complica. Es importante decir que para la autora, basada en el concepto freudiano de dualidad entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte, todo ser nace con un monto de agresividad y sadismo que marcará la forma como se relaciona con sus objetos. Si esta hostilidad es muy fuerte, los objetos quedarán destruidos y la bondad, opacada, no le servirá para tener buenos vínculos con otros. Si pensamos en el tercer personaje que experimenta toda una vida de dolor, que pareciera tener un velo que obscurece cada una de sus experiencias, vemos una respuesta ante la pérdida en la que lo hostil toma el centro.

Para concluir, intentaré describir lo que ocurre en la mente del melancólico, pues de acuerdo con lo anterior, la hostilidad y los objetos destruidos sádicamente se apoderan de todo el cuadro, dando como resultado un ataque de igual dimensión hacia el yo. Es como si se tratara de una película de terror, los personajes que habitan la mente son malignos, sádicos y persiguen al bueno de la historia, el cual es como un niño pequeño, asustado y que siempre termina acorralado por los monstruos. El terror que se experimenta tiene que ver con las escasas posibilidades de sobrevivir a la desolación que implica el poner fuera todo lo bueno, quedando en su interior lo malo y desagradable. Esto es frecuente en aquellos que tienden a reprocharse continuamente, que se juzgan muy duramente y que, como se mencionó, parecen tener una imagen de sí mismos en la que creen merecer todo lo malo que les pasa.

La pérdida y el dolor se presentan invariablemente en la vida, pero la forma en que los enfrentamos adquiere múltiples matices que fueron observados y abordados teóricamente por autores como Freud y Klein. Sus propuestas representan una brújula para la comprensión profunda de los fenómenos que nos habitan. En la clínica psicoanalítica son un motivo de consulta recurrente. El conocer de estos temas nos acerca a la comprensión de algo tan humano como lo es nuestro propio dolor.

Referencias:

– Abraham, K. (1911). “Contribuciones a la teoría del carácter anal”. En, Psicoanálisis clínico. Buenos Aires: Hormé, 1980.

– Abraham, K. (1924). “Un breve estudio de la evolución de la libido considerada a la luz de los estados mentales”. En, Psicoanálisis clínico. Buenos Aires: Hormé, 1980.

– Etchegoyen, H. y Minuchin, L. (2014). Melanie Klein: Seminarios de introducción a su obra. Buenos Aires: Beibel.

– Freud, S. (1917). “Duelo y melancolía”. En, Obras completas, tomo 14. Buenos Aires: Amorrortu, 2007.

– Freud, S. (1915) “Pulsiones y destinos de pulsión”. En, Obras completas, tomo 14. Buenos Aires: Amorrortu, 2007.

– Klein, M. (1935). “Contribución a la psicogénesis de los estados maniaco-depresivos”. En, Obras completas. Amor, culpa y reparación. Buenos Aires: Paidós, 1975.

– Klein, M. (1940). “El duelo y su relación con los estados maniaco-depresivos”. En, Obras completas. Amor, culpa y reparación. Buenos Aires: Paidós, 1975.

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