Acerca del narcisismo en la clínica

Nota del Taller «El narcisismo en la vida cotidiana», 9 y 16 de mayo, 10 hrs.

Por Conrado Zuliani

 En 1914 Freud escribió uno de sus grandes artículos: Introducción del narcisismo. A partir del trabajo clínico con sus pacientes, fue que se vio movido a intentar teorizar acerca del narcisismo –amor al propio yo, entendiendo al yo como representación de sí–, no solo como un fenómeno presente en la patología, sino como parte de la constitución del yo. En este sentido, el autor afirma que al inicio de la vida no existe en el ser humano alguna unidad comparable al yo, sino que se construye agregando al estado de autoerotismo inicial –la vivencia que tiene el niño de su cuerpo fragmentado– un nuevo acto psíquico: el narcisismo primario, que viene a dar cuenta del momento en el cual el yo se constituye como imagen de sí.

En este momento inicial de la vida psíquica, toda la libido está localizada en el yo y no existe diferenciación entre el niño y su madre. Podría apelarse a la imagen de que el pezón de la madre es una continuación de la boca del bebé. Este período se caracteriza por la falta de un registro del otro como individuo independiente, como un ser diferenciado del propio yo.

La dupla madre fálica – hijo narcisista puede entenderse como una ilusión de perfección, de ser uno con el otro, de ser lo mismo que el otro; hacer de dos cuerpos uno, de dos mentes una. El niño narcisista tiene la fantasía de ser todo para la madre, de ser aquello que la completa, de ser la causa de su felicidad.

¿No son acaso estos mismos contenidos los que se pueden identificar en el discurso amoroso del adulto? Ser todo para el otro, hacer de dos uno, sentirse imprescindible, la causa y el sentido de la vida del otro, constituyen las marcas del narcisismo en la relación amorosa. Allí donde reina el narcisismo, el sujeto se coloca como origen y centro de la historia. De esta forma, el niño imagina que la vida de los padres comenzó cuando él nació y, de la misma manera, en las parejas se suele tolerar poco que el otro tenga una historia previa. Los “secretos”, la evidencia de no saber absolutamente todo acerca de la otra persona, operan como precipitantes para la caída de dicha ilusión.

El narcisismo desvanece las distinciones en sus múltiples formas: la alteridad, la diferencia sexual, la distancia generacional. El narcisismo constituye la exigencia del todo y de lo igual, con miras a suprimir la falta, lo incompleto, la disparidad. En la dupla narcisista que conforman el niño y la madre, la ilusión es que nada falte.

Por ello, si bien el narcisismo constituye un momento necesario –se requiere la mirada de la madre cargada de deseo dirigido al niño para que ocurra un proceso de narcisización, el cual le permitirá al hijo asumir su cuerpo como propio–, será luego forzoso que el niño caiga de la posición de ser todo y uno con la madre, brecha obligatoria para que el deseo se motorice y circule. Es preciso amar –dirá Freud, parafraseando a Heine– para no enfermar; amar los objetos diferenciados de uno mismo.

Freud se pregunta entonces cuál es el destino del narcisismo primario cuando se ha perdido. Ciertamente, recobramos algo de aquella perfección infantil al intentar el cumplimiento de un ideal del yo. De la misma forma, un alejamiento de dicho ideal será vivenciado por el sujeto como pérdida o disminución de la autoestima. En ocasiones, lo desmesurado de este ideal deja al sujeto en la estocada permanente de la depresión. Por ejemplo, si el ideal de alguien es ser Freud, no será difícil que se encuentre continuamente muy lejos de alcanzar esa meta. En cambio, si su ideal es ser un buen terapeuta o un buen analista, cuando sus pacientes mejoren sentirá una gratificación, mientras que si algún paciente empeora o abandona el tratamiento, padecerá un dolor narcisista –sensación de culpa por no haber hecho las cosas bien, tal vez– o sentimientos depresivos, pero en niveles mucho más acotados y tolerables.

Las relaciones entre el niño y sus padres nos dan nuevas oportunidades para pensar el tema del narcisismo. El narcisismo del niño, dirá Freud, no es otra cosa que la reedición del narcisismo perdido de los padres: se le atribuyen todos los anhelos de perfección y “deber ser” que los padres no pudieron alcanzar, recobrando algo de su propio narcisismo. Por ejemplo, para un padre que no tuvo posibilidad de estudiar, el hecho de que su hijo obtenga un título universitario seguramente será vivido como una satisfacción narcisista.

Tolerar la imperfección, la propia y la del otro, y amar a pesar de las fallas, son algunos de los cambios que el psicoanálisis persigue y propicia. En suma, se trata de que el sujeto ceda parte de su narcisismo para que, de esta manera, circule de forma más fluida entre las dos posiciones que caracterizan al amor: la posición de amado y la de amante.

Compartir: