Acerca de la Supervisión Psicoanalítica

Por Ana María Wiener

En Análisis terminable e interminable (1937), Freud mismo se preguntó cómo pueden los aspirantes adquirir las cualidades ideales que necesitarán para su ejercicio profesional. No se refiere únicamente a los conocimientos teóricos, sino al desarrollo de la intuición, la imaginación, la sensibilidad y la empatía para comprender profundamente los problemas humanos. La pregunta de Freud es pertinente, ya que estas habilidades no se estudian: se desarrollan, se aprenden y se asimilan por identificación. La formación psicoanalítica no se produce sólo por la transmisión de información, porque el psicoanálisis es una praxis. Se necesita aprender a escuchar y a observar el inconsciente.

El programa teórico-técnico más elaborado conceptualmente necesita basar su aprendizaje en la supervisión de la práctica para conseguir la integración de las dos áreas, de forma que se entienda la aplicación de la teoría a la técnica psicoanalítica. La supervisión es el pilar de la enseñanza del psicoanálisis, y pugna por afinar e incrementar los “instrumentos analíticos” de los estudiantes. Esto se consigue a través de la transmisión de la experiencia que comparten los supervisores con los alumnos. Es un aprendizaje fundado en la experiencia con el que todos se enriquecen. Es el taller de los aprendices que observan al maestro trabajando y pensando.

Hay muchas definiciones del concepto “supervisión”, pero la que nos parece más interesante y que expresa la filosofía del Centro Eleia se refiere a un tipo esencial de proceso de aprendizaje basado en el estudio de material clínico que busca transmitir los conocimientos del más experimentado a los alumnos.

Al igual que Balint (1948), estamos en desacuerdo con el “entrenamiento superyoico”; nos cuidamos de no juzgar la manera como trabajan nuestros colegas, porque pensamos que, de hacerlo así, se trataría más de un examen en lugar de un proceso de enseñanza —podemos decir que ni un ambiente autoritario ni uno exigente estimulan el aprendizaje. Por el contrario, buscamos transmitir nuevas perspectivas para la comprensión del funcionamiento mental de los pacientes, de las sesiones, de la transferencia-contratransferencia, con el objetivo de que los estudiantes puedan moverse libremente entre distintos vértices. Nuestro interés es estimular a los alumnos para que estudien lo más que puedan y para que trabajen en el nivel más profundo de la mente, dentro de un ambiente donde predomine la honestidad, la apertura, la reflexión y la calidez humana.

Una de las tareas más complejas de nuestra disciplina es atender el contenido latente de la vivencia actual del paciente dentro de la sesión. Lleva tiempo poder dejar de lado el discurso del paciente, para dirigir la brújula hacia la atmósfera emocional que se permea dentro del consultorio, en la relación entre paciente y terapeuta. Es el cambio que se logra al abandonar la interpretación rutinaria, como la llama Meltzer (1973), —interpretación que se origina en la teoría y se da a conocer como si se tratara de un manual— para dar paso a una comunicación inspirada que confiera sentido a la observación y permita la percepción de los mensajes que se expresan inconsciente, preconsciente y conscientemente. Aprender a unir, integrar, armar un todo con las distintas partes que componen la situación de la sesión.

Muchas veces se dan interpretaciones que los pacientes aceptan intelectualmente sin conseguir un contacto emocional con ellas. En ocasiones, esa desconexión resulta de un alejamiento de la experiencia emocional que la persona tiene en ese momento con el psicoterapeuta. Debemos recordar que no se trata de hacer análisis concretos de fantasías inconscientes.

Por ejemplo, un paciente narcisista viene a sesión y habla muy mal de su novia, devaluándola y mostrando menosprecio. Una interpretación concreta de su fantasía inconsciente es: “Mire, usted pone un aspecto suyo muy devaluado dentro de su novia para deshacerse de él y entonces sentir que ella es la débil y chiquita, no usted”. El paciente lo acepta, pero no hay conexión emocional con sus conflictos al escuchar la interpretación y pasa a hablar de otro tema. Por su parte, el terapeuta se queda con una sensación de vacío. Mientras que el paciente piensa que viene a sesión como alumno a aprender cognitivamente lo que sus asociaciones significan, en lugar de ser sujeto de análisis, estableciendo una relación de confianza y dependencia con el terapeuta.

Entonces, una interpretación que abogue por el conflicto actual, alejado de la conciencia del paciente puede ser: “Mire, usted habla mal de otros, en parte porque es más fácil ver lo malo que hay en otros, que lo que hay de malo en uno. Pero también parece que le es difícil entrar en contacto con sus propias emociones y conmigo, como una persona con quien pueda vivir lo que le pasa. En cierto sentido, una parte de usted viene como a una clase a aprender, no a pensar acerca de sus emociones”. Este tipo de interpretaciones se acerca más a lo que sucede en la sesión. Dentro de la relación entre el paciente y el psicoterapeuta debemos tener en cuenta siempre la dinámica entre la transferencia y la contratransferencia.

Uno de los propósitos de la supervisión es que el estudiante desarrolle su propio estilo, sin imposiciones. Cuidamos que los alumnos no hagan un aprendizaje superficial por imitación: lo primordial es aprender a escuchar a los pacientes, a observar lo que ocurre en la sesión, a comprender qué sentido tienen sus palabras y a formular interpretaciones pertinentes, claras y sencillas. Las interpretaciones oportunas son aquellas que se dan en el momento adecuado y que abordan el punto de urgencia de lo que ocurre en la sesión. Abogamos por la claridad, evitando la ambigüedad y dejando a un lado la sofisticación. Es preciso cambiar el uso de conceptos técnicos por nociones cotidianas que se ajusten a la realidad y al vocabulario de los pacientes, y que a su vez, no los aleje de la vivencia emocional de la relación terapéutica. Insistimos por medio de diversas interpretaciones posibles, con el tono, la temperatura de voz y la actitud adecuada por parte del terapeuta.

Las interpretaciones no son mágicas, pero si logran integrar los aspectos latentes de la experiencia emocional del paciente y hacerlo sentir que se le entiende, entonces producen cambios profundos y duraderos.

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